martes, 18 de marzo de 2008

Publicidad ¿engañosa? Nooo...

Publicidad ¿engañosa? Nooo...

ESPERANZA MEDINA
Estoy de vacaciones, eso es bueno, lo sé. He comido en mi casa, me he sentado en el sofá y he puesto la tele. Tuve la mala suerte de encenderla justamente cuando comenzaban los anuncios, pero no importa demasiado, las vacaciones hacen que uno no tenga prisa.

Según aparecen los anuncios en mi televisor, voy tomando nota mentalmente de las cosas que se van anunciando y que al parecer serán imprescindibles en mi futuro inmediato. Comienzo por la alimentación y los milagros que pueden producir ciertos alimentos convenientemente «mejorados» por las marcas que los fabrican, como los productos lácteos; los hay como los colores, para todos los gustos (o necesidades, debería decir en este caso). Unos te mantienen joven, otros ayudan a prevenir el colesterol; no hay que preocuparse si uno ya lo tiene un poco alto, porque en sólo tres semanas otro producto puede bajarlo. Eso sí, las vacas deben ser las más sanas y mejor informadas (un punto para las vacas, no todos conseguimos cumplir esas dos premisas a la vez).

Entre los alimentos que debo consumir está un zumo de naranja del que advierten que no está recién exprimido, pero es «casi» perfecto (supongo que no tienen ninguna intención de confundirnos, ya que lo perfecto sería exprimir las naranjas). Por supuesto, no tengo nada que objetarle a un bizcocho «sandwich de leche, sencillamente natural, sencillamente fresco», que es mucho mejor que beberse un sosísimo y aburrido vaso de leche. Ni que decir tiene que a partir de hoy no pienso prescindir de cierto pastelillo con un agujero en el centro que me va a hacer más feliz el resto del día, ni de las galletas que me ayudarán a transformar mi grasa en energía gracias a la «fibro-carnitina». Claro que luego igual necesitaré el yogur ése para el colesterol, la revista que me explica «la manera de vencer la celulitis y preparar mi cuerpo para el verano» o la clínica de adelgazamiento que siempre nos muestra mujeres perfectas que no tienen (ni habrían tenido nunca) problemas de ese tipo. ¡Menos mal que la publicidad no es engañosa!

Una vez que he asumido cuál debe ser mi dieta perfecta, me fijo en los productos que cuidarán mi piel: además del yogur que la alimenta, debo comprar una crema que rellena las arrugas con resultados «probados» en un mes; un gel que «defiende mi piel de la contaminación, el frío y el estrés» (no voy a necesitar ni abrigos ni salidas al campo para respirar aire puro y relajarme); el perfume debo elegirlo según cómo quiera mostrarme (atractiva, romántica, seductora, irresistible).

Ya solucionado mi aspecto personal, sólo me queda hacerme con el detergente que no sólo sirve para limpiar el baño, sino que también protege contra la suciedad (ése sí que es un gran invento). Aunque tiene un serio competidor en otro producto de limpieza para suelos que debe llevar incorporado un mayordomo muy atractivo que me hizo recordar aquellos anuncios de mi infancia en que los coches parecían traer con su equipamiento una chica guapísima (¿será que no hemos avanzado tanto como pensábamos?).
En fin, que apenas llevo 20 minutos de mis vacaciones descansando en el sofá y ya me han aconsejado a través del televisor en qué debería gastarme el presupuesto de toda la Semana Santa. Creo que lo mejor será que me vaya a dar un paseo por mi villa, que siempre es algo muy agradable, y apague durante el resto de mis vacaciones la tele . Algunos me dirán (y con razón): «Haber empezado por ahí, para eso son las vacaciones». Y eso es lo que voy a hacer, disfrutar de esta ciudad que cada día me gusta más. Nos vemos en El Parche.

martes, 4 de marzo de 2008

Viaje en el tiempo... (en autobús)

Viaje en el tiempo... (en autobús)

ESPERANZA MEDINA Confieso no estar muy familiarizada con la teoría de la relatividad, ni saber cómo afecta al tiempo y al espacio, pero la experiencia cotidiana me habla de que ambos se relacionan de forma relativa, al menos en los viajes. El tiempo que dedico en recorrer el espacio que me separa de Cangas de Onís (donde trabajo) me ocupa alrededor de una hora (hora y media si voy en autobús desde Oviedo).

Para recorrer un espacio infinitamente más pequeño, como es el que hay entre el parque del Muelle y Llaranes proporcionalmente el tiempo que empleo se multiplica.

Por ejemplo, si un domingo cualquiera durante la mañana quiero darme una vuelta por el barrio de los que fueran productores de Ensidesa, y como siempre tengo la mala suerte de llegar a la parada poco después de que acabe de salir el autobús, me toca esperar una hora en el parque que, por otro lado, no es un mal sitio, aunque la carretera no hace la espera muy agradable. Debo decir que hay más líneas en nuestra comarca que mantienen esa costumbre, parece que nos sugieren que los días de fiesta es mejor quedarse en casita.

Supongo que todas las compañías que se dedican al transporte tienen derecho a obtener beneficios, por supuesto también las que se dedican al transporte urbano, aunque éste deba ser fundamentalmente un «servicio público». Quiero decir que es importante que «el público» que necesita utilizar ese «servicio» pueda hacerlo, que sea realmente útil y que se pueda dejar el coche en casa cuando nos queremos desplazar por los barrios de nuestra villa.

Por suerte, en los últimos años el transporte urbano en Avilés se ha integrado en la ciudad, permitiéndonos acercarnos a puntos diferentes, y no necesariamente a los barrios de la periferia, como ocurría antes, gracias a un autobús (de la excesiva cuantía de ese billete de autobús quizás debamos hablar en otra ocasión). Llaranes parece ser un caso aparte, durante años la excusa para mantenerlo al margen era que los autobuses no podían pasar por «El Puentín», ahora ya no es así. Sin embargo hemos ido viendo a lo largo de los años cómo la periodicidad con que pasaban los autobuses se iba alargando: cada quince minutos, después cada veinte, más tarde cada treinta, en algunos momentos cada hora.

Nos atiborran con campañas publicitarias para el ahorro de la energía, incluso celebramos de vez en cuando el día de la ciudad sin cochesÉ (menos mal que suele ser en fin de semana y no necesitamos con urgencia usar el transporte público). La ciudad tiene que ser un lugar agradable para todos, vivamos cerca o lejos de ella. Y el tiempo debería servirnos para disfrutarlo, no para esperar en paradas de autobús. Todo es mejorable, otras ciudades cercanas han sabido hacerlo ¿por qué nosotros no?

En fin, sólo se me ocurre que intentemos disfrutar lo más posible de nuestros desplazamientos en transporte público y que quizás entre autobús y autobús alguien nos explique con calma la teoría de la relatividad de Einstein (por aprovechar el tiempo).