martes, 17 de febrero de 2009

"De espaldas al mar"

"De espaldas al mar"

La ría debe ser el principal motivo de orgullo de Avilés, que ahora vuelve a mirar a su estuario


ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Hay días en los que al bajar del tren, de golpe, como un amigo inesperado en quien ya no pensabas, me llega el mar. Con su olor cálido y conocido, acogedor y seguro como un hogar. Me recuerda que a pocos metros de las vías está el agua salada, y los barcos veleros en el puerto deportivo, y las gaviotas. Me recuerda que aún quedan pescadores y me hace notar una grata sensación de felicidad, como quien encuentra un objeto de la infancia que creía perdido.

En la mayoría de las comarcas costeras se edifica con vistas al mar, en Avilés a nuestro mar, que es la ría, le damos la espalda, lo hacemos de menos como si él nos hubiese defraudado y no fuese exactamente al contrario. Ni siquiera nuestro marino más reconocido, don Pedro Menéndez, mira al mar desde su estatua, él no le da la espalda, pero, aunque obligado, se puede decir con propiedad que le da de lado.

Quién sabe si con estas visitas de eminencias «hollywoodienses» no veremos cualquier día a nuestro conciudadano don Pedro en la «gran pantalla» burlando con gracia y maña a piratas franceses a lo largo de la costa cantábrica. Después de todo eso fue lo que hizo en sus primeros años de marino allá por 1544. No le veo yo mayor mérito a los piratas del Caribe que a los del Cantábrico. Si acaso, aquí la mar todavía nos lo pone más difícil. ¿Que los métodos de entonces no eran precisamente pacíficos? No lo eran para nadie. Y por desgracia para muchos hoy día siguen sin serlo.

Pero no es el «Adelantado de la Florida» lo que más debe enorgullecernos, al fin y al cabo fue un hombre, y como tal una anécdota en la Historia. Es nuestra propia ría, un estuario natural que nos ha proporcionado durante muchos siglos una buena manera de superar las crisis, que las ha habido siempre ¿quién lo duda? Y ese cañón de Avilés, del que algunos comienzan a tener noticia ahora, pero que lleva ahí más tiempo que el ascendiente más antiguo al que seamos capaces de volver en nuestro árbol genealógico. Habitado por unos convecinos tan curiosos y temibles como los calamares gigantes del magnífico Julio Verne.

Parece que vamos despertando de esta manía nuestra de dar la espalda a lo que tendríamos que mirar de frente. Aunque ha tenido que venir para ello un marino de otros mares, llamado Niemeyer.

¡Bienvenido sea!

martes, 3 de febrero de 2009

Límites

Límites


Nada me haría imaginar mejores ríos que los que acompañaban mis tardes de verano


ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Cuando se es una niña el mundo es pequeño porque es abarcable, es una certeza de futuro: podremos verlo todo, poseer todo lo deseado porque no habrá nada imposible. Pero también es grande, porque lo que caminamos, olemos y dominamos parece inmenso, un espacio que, por conocido y por nuestro, nos llena plenamente.

Así, por ejemplo, ir «de merienda» a la fuente «Santos» era toda una aventura. La libertad de hacerlo solos, la algarabía de los chavales que incluso se mojaban en el agua del regato; aunque a mí me parecía todo un río en condiciones. No sabía yo entonces lo anchos que pueden ser los ríos. Para abarcar toda el agua estaba el mar, el oficio del río era ser una corriente alegre, que arrastraba las hojas de los árboles a modo de barquitos con destinos lejanos y dejaba, casi siempre, ver las piedras del fondo. Ya digo lo grande que de niños hacemos lo pequeño. Entonces sin límites.

Nada me haría imaginar mejores ríos que los que acompañaban mis tardes de verano. He llegado a verlos mucho más anchos, más profundos y majestuosos, pero no sé qué pasa que ante todos siento el mismo temor, será que ninguno me deja ver las piedras de su fondo.

Ya no iba con mis amigos de merienda a ninguna fuente cuando leí aquel poema que recuerdo tan revelador: «Hay una línea de Verlaine que no volveré a recordar/ (?) / Entre los libros de mi biblioteca (estoy viéndolos)/ hay alguno que ya nunca abriré». Esos versos que Borges dice recuperar de Julio Platero Haedo no me han dejado volver a sentir la vida de la misma manera, ¿cómo saber qué libro, de mi biblioteca, ya nunca más volveré a abrir? Es extraño, misterioso o casual, no sé, cómo a veces unas simples palabras se nos enquistan en la razón para siempre. O en la sinrazón tal vez.

Quizás por eso, porque me niego a abandonar a su suerte a aquella niña que iba de merienda unos metros más allá de su casa como a una aventura, es que cuando viajo no me importa dejar cosas sin ver «para la próxima vez». Porque, aunque me dé vergüenza decirlo en voz alta, me siguen asustando esos ríos aparentemente tan quietos y tan profundos que me aseguran, serios, que «hay una línea de mi vida que no volveré a recordar».

Entonces me permito anotar en esta agenda mía y de ustedes aquello que no quiero olvidar. Y que prefiero los ríos que cantan, por alegres, a los que susurran.