martes, 28 de abril de 2009

Los animales prefieren el tren

Los animales prefieren el tren


Un jabalí no fue capaz de tomar un vagón en Villalegre, cosa que sí lograron las ocas de la UCAYC



ESPERANZA MEDINA POETA Y PROFESORA Parece que últimamente los animales quieren coger el tren. No sé si será un síntoma más de la crisis, que también a ellos les llega, y pasará lo mismo que me contaban hace unos días en una braña del Occidente, donde últimamente no pueden dejar pernoctar el ganado con sus crías a la intemperie porque los lobos bajan muy cerca de las casas. Es difícil saber si lo hacen porque ya no tienen alimento, porque nos van perdiendo el miedo, o tal vez porque se están volviendo más inteligentes y entienden que es mucho mejor vivir con las comodidades de los humanos que como ellos mismos lo hacen.

Me pregunto si es cuestión de inteligencia viendo que en Avilés algunos han decidido cambiar su modo de desplazamiento y lejos de usar el coche, la bicicleta o el autobús, han optado por el tren; por algo será.

Sin ir más lejos, el miércoles pasado un jabalí de gran tamaño merodeaba por la estación de Villalegre, aunque no fue capaz de subirse al tren. Cosa que sí consiguieron las ocas silenciosas que auguraban la campaña promocional de la UCAYC, con la que ésta intenta fomentar el consumo frente a la crisis, haciendo caso así a los consejos de nuestros políticos que nos incitan a consumir, aunque difícilmente podremos consumir si no es segura la entrada en nuestras casa de un sueldo a fin de mes. En cualquier caso, no se le puede quitar mérito a la capacidad creativa de los comerciantes de nuestra comarca. Está comprobado que cuando escasean los medios, aumenta la creatividad.

Creatividad que bien podría extenderse entre nuestros dirigentes (una creatividad sensata, claro está) y ayudarles a ver un camino definitivo para que no nos pase como al jabalí de Villalegre, que no pudo llegar en tren a San Juan de Nieva. Llevamos muchos años buscando la mejor manera de deshacernos de la barrera que supone la vía férrea en nuestra ciudad. Y ahora que hasta los animales se acercan al tren, ¿vamos a tener nosotros que despedirlo sólo a la entrada de la villa?

En muchas ciudades de España se soterran vías y carreteras para mejorar el entorno y la calidad de vida de los ciudadanos. Quizá nosotros, aprovechando que los animales deciden pasearse por Avilés, debamos pedirles consejo a los topos que, esquivando con paciencia cualquier dificultad, saben llegar mediante túneles al otro lado con buen pie, quiero decir con buena pata.

martes, 14 de abril de 2009

Será por santos

Será por santos

Al nuevo invitado de El Bollo, San Balandrán, cabe pedirle que no se lleve más altos hornos



ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Ya está, se acabó la Semana Santa. Hubo para muchos gustos, no para todos porque está claro que la lluvia nos dejó a algunos en casita y con ganas.

Avilés cumplió con la tradición, por un lado la religiosa, con sus procesiones declaradas de interés regional, por otro con sus ciento dieciséis años de fiesta de hermandad, que aunque ya no sepamos con quién tenemos que «amigarnos» no por eso vamos a dejar de comer el bollo o salir a ver las carrozas (a no ser, claro, que tengamos que luchar contra los elementos, que contra ésos no pudo ni la Armada Invencible).

Carrozas que han evolucionado como la historia de esta villa nuestra, en las que hubo un tiempo que igual daba vestirse de asturiana que de sevillana para salir en ellas. Sinceramente no conozco el motivo de este último atuendo, pero así sucedía cuando yo era niña (claro que cuando yo era pequeña se ponían figuritas de toros y sevillanas encima del televisor en blanco y negro, que sólo se veía en color si se le fijaba a la pantalla una especie de plástico semitransparente con franjas horizontales con los colores del arco iris, pero ésa, seguramente, es otra historia).

Pasaron los años, hubo una época de carrozas mucho menos artísticas, hechas desde los barrios y con aires reivindicativos. Ahora se podría decir que tenemos «carrozas de autor». Los tiempos cambian.

Pero a nosotros los cambios no nos incomodan, sobre todo si aportan alegría, buen ambiente y si hay comida de por medio. Basta ver cómo ha crecido el número de comensales de la «comida en la calle» en sus breves años de historia.

Para añadir la guinda al pastel festivo, nos viene a visitar este año un santo, que dicen que lo hizo hace mucho tiempo y que ya me cae bien, sin conocerlo, porque tiene el nombre de la playa de mi infancia: San Balandrán.

Sólo espero que, como santo que es, sea también milagroso, para pedirle que nos devuelva su playa a los avilesinos, que podamos disfrutar de la arena y del agua en ese rincón de la ría que se llama como él y que, a ser posible, no se lleve más altos hornos, que un santo no puede ser rencoroso y que, aunque en su momento la siderurgia prácticamente hubiese hecho desaparecer su playa, un milagro pequeño nos lo puede dejar todo, que los asturianos seguimos teniendo que comer.