martes, 29 de septiembre de 2009

Cuéntame un cuento

Cuéntame un cuento

El esperpento de la venta de abonos para el ciclo de teatro


ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Había una vez un país muy, muy lejano, en el que algunos de sus habitantes sufrían una extraña y terrible dolencia que les llevaba a seguir varias veces al año un impulso irrefrenable capaz de mantenerlos en vela día y noche durante varias jornadas. Coincidiendo exacta y puntualmente con los prolegómenos de la temporada teatral.

Un mal que les movía a hacer cola durante varios días, incluidas sus noches, eso sí, turnándose e incluso pagando a alguien que permaneciese en vela por ellos y siempre bajo la atenta supervisión de un «vigilante popular» que organizaba los turnos y mantenía el orden.

Es una pena que yo no sepa escribir teatro, porque seguro que en esas largas horas de espera se producen interesantísimas escenas dramáticas, inquietantes momentos de tensión, situaciones hilarantes, personajes profundos y arquetipos universales.

Sería interesante que algún dramaturgo recogiese esta antorcha y, una vez conseguido el abono para las jornadas teatrales, los pacientes espectadores pudieran verse a sí mismos reflejados en el escenario, enriquecida su larga espera con hermosas frases literarias, con gestos ensayados, precisos, dedicados a provocar emociones. Quizás en la línea del teatro del absurdo, del realismo social o del esperpento del inolvidable Valle-Inclán, no sé, eso ya queda a gusto y conveniencia del autor.

Pasan los años, pero en este tan, tan lejano país nadie encuentra una solución a la extraña adicción al teatro de la que por suerte han podido sustraerse muchos de sus habitantes ante la amenaza de esas largas colas y esas noches en blanco. Y es que gran cantidad de sujetos ha pretendido traer fórmulas maravillosas para acabar con el problema: varitas mágicas, bolas de cristal, ampliar las sesiones, rifar las entradas, etcétera. Nada útil, sólo remedios de charlatanes y embaucadores.

Lo más hermoso de esta triste historia es que todo ese esfuerzo, las noches en blanco, el desembolso económico al que hay que añadir la cantidad correspondiente al alquiler de sustituto en la fila, no es para cobrar el premio gordo de la lotería, ni para conseguir llevarse un coche del concesionario a mitad de precio, nada material, en absoluto. Es, sencilla y llanamente, para conseguir un buena butaca en el teatro. Eso es afición.

Desconozco si ésta es una de esas pandemias que se extienden de unos países a otros, porque es sólo un relato, y como me lo han contado lo cuento yo. Advirtiendo, eso sí, de que cualquier parecido con la realidad de Avilés es pura coincidencia.

martes, 22 de septiembre de 2009

Nada de mimos

Nada de mimos

La incidencia de la gripe A en los centros escolares


ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Creo que lo han conseguido, no sé muy bien quiénes, pero lo han conseguido por completo: ni idea de a qué atenerme en esto de la gripe A.

Comenzamos viendo cómo en México las personas paseaban con mascarillas, se cerraban colegios y centros de trabajo para evitar la terrible mortalidad de aquella enfermedad que en un principio se llamó «gripe porcina», pero que rápidamente cambió su nombre a gripe A, que parece que le viene mucho mejor al virus (exactamente gripe A N1-H1).

Tras aquel primer momento de epidemia en el país americano se empezó a acercar a nosotros la amenaza y comenzamos a oír hablar de la peligrosísima pandemia que se avecinaba. Hemos ido contando día a día los muertos en nuestro país, en una macabra letanía, intentando descartar en cada una de sus circunstancias la nuestra propia, para tranquilizarnos sintiéndonos fuera de peligro. Pero es una gripe, una gripe que se contagia por un virus y ante los virus y sus caprichos siempre hemos estado indefensos.

Con los consiguientes avisos y recomendaciones nos han ido metiendo el miedo en el cuerpo, como con la posibilidad de retrasar el inicio de curso, que se ha diluido en una serie de recomendaciones profilácticas: nada de besarse, no tocarse ojos, nariz o boca, lavarse las manos cada vez que se estornude, no compartir instrumentos de viento, lápices, rotuladores o cualquier material que el niño pueda llevarse a la boca, limpiar dos veces al día con jabón y detergente mesas y sillas, pomos de la puerta, interruptores, teclados de ordenador, etcétera, etcétera, etcétera. Es una larga lista de recomendaciones higiénicas, altamente convenientes si no fuera porque resultan imposibles de seguir totalmente en los centros escolares.

Mis nuevos alumnos llegan a la escuela por primera vez, quieren consuelo, mimos, ahora que tienen que separarse de sus familias, lo tocan todo, lo llevan todo a la boca, estornudan sin que nos vaya a dar tiempo a lavarles las manos cada vez que lo hacen.

Ahora escucho a todas horas que muere mucha más gente de la gripe estacional que nos visita cada año, que las famosas vacunas para la gripe A no están suficientemente probadas, que en realidad no tiene tanta incidencia como se pronosticaba.

Y ya no entiendo nada, no entiendo que se nos alarme o se nos tranquilice según vaya el aire, que los políticos no tengan el mismo criterio que médicos y resto de personal sanitario, que a fin de cuentas son los que más saben de esto de los virus. No entiendo estos vaivenes que crean inseguridad y nos despistan. De una amenaza gravísima hemos pasado a unas simples medidas higiénicas, más o menos fáciles de llevar a cabo pero saludables en cualquier caso.

En medio de este desconcierto llegan mis nuevos alumnos cada mañana buscando consuelo, un mimo que yo les doy. Y que sea lo que Dios quiera.

martes, 1 de septiembre de 2009

Cuerpos 10

Cuerpos 10

Nos venden las operaciones como solución a la infelicidad, trayendo supuesto éxito laboral y social


ESPERANZA MEDINA ESCRITORA Hubo un verano en que no pisé la playa, no me parecía que mi cuerpo adolescente cumpliera los cánones de la época. O al menos eso creía yo, porque entonces ni en la televisión, ni en los anuncios me pedían tener un cuerpo 10, mis complejos eran sólo producto de la comparación con mis compañeras de clase o alguna que otra actriz de cine.

Y es que todos vivimos una época (a menos una) vulnerable al qué dirán, a la imagen que mostramos de nosotros mismos y que pocas veces es la que quisiéramos tener. Somos débiles, muy débiles durante unos años. Años que superamos en general sin mayores consecuencias, como una gripe cualquiera, de esas que no llevan apellidos y a las que hay que dejar que se vayan solas.

Por eso asusta tanto ahora la insistencia en muchos medios de comunicación en necesitar tener cuerpos perfectos, y no precisamente por saludables, sino por guardar una determinada estética, muy poco frecuente en la naturaleza, que todo hay que decirlo.

Con los años se han ido suprimiendo los anuncios de bebidas alcohólicas y tabaco que proliferaban en la televisión hace unas décadas. Lo que nuestro cerebro observa con insistente frecuencia se hace natural y por consiguiente aceptable, sin cuestionarnos a dónde nos llevan esas ideas.

Ahora nos aturden con otro tipo de anuncios que aparentemente nadie considera perniciosos, anuncios, por ejemplo, de centros de cirugía estética, que te venden las operaciones como solución a la infelicidad, trayendo supuestamente consigo el éxito laboral y social. Trayendo en realidad consigo el amplísimo beneficio económico de sus promotores, pero eso no aparece en la publicidad.

Cada vez hay más jóvenes, muy jóvenes, que convencen a sus padres para que les permitan pasar por el quirófano y modificar ese detalle de su cuerpo que les angustia durante la «gripe adolescente». ¿Y qué pasará cuando el tiempo pase y las modas cambien, y lo que pusieron o quitaron ya no encaje en los nuevos cánones? ¿Y qué pasará cuando el tiempo pase y vayamos encontrando otros detalles, otros rasgos, otras arrugas que no nos dejen ser «perfectos»?

Y conste que entiendo esa sensación porque recuerdo aquel verano en el que gustándome como me gusta el mar, no pisé la playa. Pero mi renuncia no fue eterna y al verano siguiente, con un año más y menos pudor volví a enfundarme el bañador y a disfrutar de la arena y el agua.

Me gustaría pensar que este verano hemos apagado la tele y nos hemos olvidado de los cereales que nos adelgazan, de las colonias que nos hacen sexys, de la cirugía estética y de la operación bikini. Que el invierno es muy largo y este solín que nos carga de vitamina D nos deje con un cuerpo 10, pero de energía.