martes, 22 de diciembre de 2009

OKUPAS

«Okupas»

Otros habitan los espacios que fueron nuestros y les devuelven la vida sin robarnos la memoria


ESPERANZA MEDINA
ESCRITORA Y PROFESORA Descender despacio por aquella cuesta se había convertido en el mayor de los placeres, volver a casa, reconociendo cada piedra que formaba el muro, cada desconchón en la pintura gris de las ventanas de la hilera de casas, al fondo las persianas verdes recogidas de la cocina, y allí, siempre, su madre. Volver del colegio era zambullirse otra vez en la vida, en la vida con mayúsculas, en la que le pertenecía por entero, en la que le pertenecería siempre.

Siempre, ¿siempre?, no, no siempre, ahora vuelve del mismo colegio, casi por el mismo camino, pero cuando ve su casa, las ventanas de la cocina, el comedor, la habitación de sus padres gira a la izquierda y se desvía hacia el presente.

Apenas queda nada de lo que conociera, la hierba es ahora edificios y, aunque puede ver todavía las ventanas, ya no quedan las casas, ni las huertas, ni los vecinos. Son ventanas fantasma donde duerme el pasado, donde duerme el sol tibio que atraviesa la cocina, la escalera de madera oliendo a lejía, el silbato del cartero para avisar que había que bajar por el correo: si sonaba dos veces la carta era para el segundo, quizás alguien le escribía a ella.

Tranquiliza comprobar día a día que todo sigue igual, que aquella llave que nunca volverá a usar guarda del tiempo todo lo que fue, lo que la hizo sentirse segura. Unas veces feliz y otras triste, pero siempre segura. Por eso todos los días mira a las ventanas antes de girar a la izquierda, para comprobar que el mundo está en orden, como ella lo dejara hace tantos años.

Y ocurre al fin: una ventana entreabierta que al día siguiente está bien cerrada (no, no pudo ser el viento), una persiana a medio levantar, algo blanco imposible de identificar tras los cristales. Alguien vive ahora en esa casa, alguien que no ha sido invitado, anónimo y culpable por robarle de golpe aquel pasado guardado bajo llave: en su casa hay «okupas».

Pero la casa no es suya, y está vieja, y seguramente si volviera a entrar un día la sentiría desolada, sin la niña que fue, sin la vida que tuvo. Y comprende entonces que es bueno que otras vidas se abran al sol de su cocina. Aunque nunca podrán tener ya lo que ella atesoró en sus paredes.

Ahora, sólo busca ese gesto cómplice que le demuestre que la casa sigue viva, a la vuelta del colegio, justo antes de desviarse a la izquierda, cada día.