martes, 19 de julio de 2011

Confidencias

Los poetas, inmortales, nos dejan sus palabras


Confidencias

ESPERANZA MEDINA Ellos no lo saben, ni lo sabrán nunca, pero cada nota musical, cada palabra de sus canciones nos hace cosquillas por debajo de la piel y nos lleva de la mano a la emoción, a la sonrisa tonta que sale de dentro y que nadie entiende.

Ellos no lo saben. Ni sabrán nunca que se nos hacen tan necesarios casi como respirar. Ellos no nos conocen, y sin embargo nos pertenecen tanto como el portal de nuestra casa, el ascensor o el rellano de la escalera. Los llamamos por su nombre de pila, hablan de nosotros sin conocernos. Han escrito sus canciones, sus poemas, pensando en nuestros sueños.

Son inmortales, dicen, no es cierto, mueren y dejan de sentirse queridos, dejan de sentir los aplausos, se desvanecen para siempre. Aunque sí lo es, sin embargo, que sus versos, su voz, perduran, y eso nos sigue emocionando. Después de todo ellos nunca sabrán que escriben para nosotros, que existimos.

Seguramente hay muchos, pero cada vez que se nos va uno nos sentimos un poco más huérfanos. De nada sirven las pataletas o el enfado.

Primero se me fueron yendo los poetas y escribí versos para no olvidarlos y le copié a Ángel González el título de mi último libro creyendo que así lo ligaba a mí para siempre. Sin él saberlo, sin él haberlo intuido nunca.

Ahora asesinan a Facundo Cabral y son sus canciones las que me faltan. Y no puedo evitar volver a la voz de Alberto Cortez y a la de Rafael Amor, a los que, por cierto, escuché hace un tiempo en la Casa de Cultura de Avilés, aunque por separado y en épocas diferentes. Fueron pequeños momentos de felicidad, porque la felicidad existe y es eso. Es sentirse bien un rato, sonreír por dentro, respirar muy profundo y que el aire nos llene más que nunca.

Ellos no lo sabrán jamás, pero nos vamos quedando con sus pedazos, con sus palabras, con su voz y poco a poco vamos reconstruyéndonos, vamos edificándonos con los versos y las canciones que les robamos, que hacemos nuestras sin que ellos lo sientan.

Quizás es cierto y no mueren del todo, o quizás es que en el fondo necesitamos poco para sentirnos bien: palabras, solo palabras.

Quién iba a creerlo, al final va a resultar que los poetas son necesarios, elementales y útiles, como el pan de cada día. Ya lo decía Gabriel Celaya.

martes, 5 de julio de 2011

Ensalada de verano

Contra el sobrepeso infantil, dietas saludables que hay que inculcar desde los hogares


Ensalada de verano

ESPERANZA MEDINA
PROFESORA Y POETA Hace un tiempo escribí un artículo titulado «Bocadillos de chorizo» que hablaba de la necesidad de desterrar alimentos como la bollería del patio de recreo. Por desgracia, podría volver a escribirlo contando las mismas cosas.

Y es que estos días la ministra de Sanidad nos habla de un porcentaje, muy alto a mi entender, de niños y niñas con sobrepeso u obesidad, ni más ni menos que el 45 por ciento. Aunque aclara que en los que comen en los colegios (entiéndase comedor escolar) el porcentaje es menor que en los que comen en sus casas. No sé muy bien cómo enfocar estas cifras, ¿somos los padres tan incapaces de elaborar para nuestros hijos una dieta saludable? ¿qué comen en casa los niños que no lo hacen en el colegio?

Mi trabajo me ha acercado también a estos comedores escolares, donde niños y niñas, sobre todo los más pequeños, una vez que salvan la reticencia inicial a los alimentos nuevos, son capaces de comer de todo: verduras, legumbres, fruta, pescado, etcetera. Pero tristemente también he comprobado que esos mismos comensales una vez que salen del colegio abandonan definitivamente la ingestión de algunos de esos alimentos si en su casa no se cocinan, no se comen o simplemente no se compran.

Y es que aunque alguno lo piense, los colegios difícilmente pueden educarnos para el resto de nuestra vida si la propia familia no está interesada en desarrollar los mismos hábitos. Aunque todos tenemos en el recuerdo a grandes maestros y maestras con los que convivimos en determinados momentos de nuestro período escolar, no debemos engañarnos, lo que somos se lo debemos sobre todo a nuestras familias, sobremanera en los primeros años de nuestra vida.

En la mía, y en lo referido a la comida, el «no me gusta» era una expresión sin pertinencia alguna, si no me gustaba algo peor para mí, porque iba a tener que comerlo igualmente. Y lo cuenta ahora una pésima comedora que seguramente desquició más de una vez a su madre para conseguir que comiese de todo y que ahora disfruta comiendo.

En absoluto pretendo sugerir que para atajar este problema se utilicen más los comedores escolares; no garantizan nada. La alimentación, como el respeto a los demás o la solidaridad, nace en nuestros hogares o no lo hace en ningún sitio.

Aprovechemos que llega el buen tiempo para introducir a nuestros hijos un poco más en las ensaladas y las frutas, que algo quedará. Y a todos, buen provecho.