lunes, 24 de octubre de 2011

Premiados

Recuerdos emocionados de un breve encuentro con Rulfo


Premiados


ESPERANZA MEDINA PROFESORA Creo que fue en el otoño de 1983, yo llevaba aún poco tiempo en la Universidad, pero Oviedo era ya casi como mi segunda casa. Entre las horas de clase, las de viaje en tren y las empleadas en «reconocer el entorno» en horario extralectivo o no, me dedicaba más a la capital que a mi propia ciudad. Es decir, en aquel año yo ya tenía un cierto dominio de la zona antigua de Oviedo, que para mí siempre ha estado ligada a «La Regenta», a la literatura en definitiva. No sólo por verla como escenario de ciertas creaciones literarias, sino por todos mis años como estudiante de Filología en los que si bien no caminaba leyendo por las calles, sí lo hacía fantaseando con mis lecturas más recientes o mis posibles creaciones futuras.

Eran tiempos en los que solía llevar dos libros conmigo: uno, el que estaba leyendo, y otro, el que iba a comenzar cuando acabara el anterior. El tiempo era útil, todo enteramente útil, si no había amigos había libros e, incluso, clases y profesores que ahora recuerdo (a unos con más cariño que a otros, tengo que confesar). A la inmensa mayoría, con cierta nostalgia, aunque entonces me quejase de su forma de enseñar o de los exámenes que nos ponían.

Fue precisamente en Oviedo, en ese otoño de 1983, cuando yo pude cumplir uno de mis sueños: ver en persona a Juan Rulfo. La primera vez que supe que existía fue pocos años antes, cuando estudiaba en el instituto y nos recomendaron leer «Pedro Páramo». La obra me impresionó enormemente. Tuve que leerlo todo de él y quedé para siempre fascinada con aquellos muertos que se hablaban de tumba a tumba. Con aquella manipulación que yo sentía de mi mente como lectora a través de una historia que me confundía, de ida y vuelta en mi cerebro. De ida sin vuelta quizá. Para mí, desde luego, un gran descubrimiento literario.

Ese otoño me propusieron trabajar un par de días en la entrega de los premios «Príncipe de Asturias» (que por entonces eran aún muy niños). Acepté, claro, venía Juan Rulfo. Volví a leer su obra y tuve la enorme suerte de que en uno de los descansos del acto se dirigiese a mí para preguntarme por el palco número trece. Sólo eso, un momento sin importancia. Un momento que recordaré siempre como si hubiésemos compartido durante horas café y charla en cualquiera de los locales que frecuentaba de aquélla con mis compañeros de Facultad. Y es que entonces también yo fui premiada.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Lunes de plaza

El mercado de abastos revive los lunes

Lunes de plaza

ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Hoy es lunes. No, nadie se ha equivocado de día, ni ustedes ni yo. Una puede permitirse ciertas licencias creativas y por eso hoy es lunes, día de plaza.

Ya dije en alguna ocasión que, cuando yo era pequeña, en mi casa se solía comer cocido de garbanzos los domingos. Ya sé que no sólo en la mía, por aquella época de la que hablo buena parte de mis conocidos solían tener ese menú, el mismo poeta Aurelio G. Ovies lo cuenta en un hermoso poema, junto con otros pequeños detalles que nos unen, como a tantos otros niños de nuestra generación.

Pero ahora no quiero hablar de garbanzos ni de domingos, sino de lunes. Los lunes en mi casa solía ser el día de las berzas, el de bajar a la plaza. Entonces no soportaba caminar entre todas aquellas vendedoras, demasiada gente para mí. Ahora me encanta.

Es curioso, porque al pasear entre sus galerías y arcos los pocos lunes del año que lo puedo hacer, siento como si un toque mágico le diera vida de repente al silencio, al pasado, aunque no sea exactamente igual que entonces. Supongo que hacernos mayores tiene estas cosas, intentamos recuperar de algún modo lo que fuimos.

No voy a comprar, es cierto, la mayoría de las veces no compro nada, sólo observo, retengo el bullicio encerrado en aquel espacio rectangular. Cuatro entradas o salidas, según se quiera, cuatro direcciones. Y fuera otros caminos, cotidianos ya, actuales en cualquier caso.

Me gusta saber que hace más de un siglo que cada lunes, en Avilés, «hay plaza», hay una cita, a la que uno puede acudir o no, con el presente y pasado a la vez. No es el mercado en sí lo que me atrae, de esos hay muchos en todas partes, sino el recinto, los soportales, las galerías blancas, que descansan casi en silencio toda una semana para despertar los lunes muy temprano a la algarabía de los carritos de la compra, el regateo y las «oportunidades». Que lo que hay allí lo podamos encontrar con facilidad el resto del año no le quita encanto.

Y es que en Avilés hay otras plazas: plazas para el paseo, plazas para el encuentro, para la charla, para el cruce de caminos, para las prisas, para el café tranquilo en una terraza, para el brillo de la lluvia sobre el empedrado, para pararse a mirar la ría y la ciudad como nunca la habíamos podido ver antes. Todas ellas con nombres, pero sólo hay una que, sin apellidos, revive los lunes: la de Abastos.