martes, 17 de enero de 2012

Diferentes

La capacidad de los niños para asumir lo que hace a otros distintos


Diferentes







Cuando somos niños sólo nos da miedo lo desconocido, y eso si alguien nos lo enseña con temor. La vida es algo natural y naturales son sus imperfecciones. Los adultos nos empeñamos en proteger a la infancia, en «prepararla» para lo diferente. Ellos no necesitan preparación, somos nosotros, son nuestros prejuicios, nuestros complejos la mayor parte de las veces, los que nos empujan a mentirles, a edulcorarles personas y situaciones que creemos puede hacerles sentirse incómodos de alguna manera.

En mi infancia había un mundo de personajes cotidianos al que le debo buena parte de lo que soy; muchos de ellos ya no están y otros no sabrán nunca lo importantes que fueron y que siguen siendo para mí.

Entre aquellas personas estaba Lelo, un niño grande o un infantil adulto al que siempre evoco con afecto. Entonces no lo sentía como una persona «diferente», o al menos no más que al resto de las que vivían en mi entorno, con nombres y apellidos cada una de ellas, o apodos, o diminutivos que los hacían a todos únicos. Con el tiempo he ido observando invariablemente que los niños y niñas pequeños, mientras nadie los llene de prejuicios, asumen como natural cualquier diferencia, pueden jugar con la pierna ortopédica de un compañero o hablar y acariciar a otro que no puede entenderlos. O tal vez sí, tal vez es lo único que puede entender. He vuelto a reflexionar y he comprendido que la infancia debe ser así siempre, porque así también fue en la mía. Mis alumnos me han enseñado muchas veces lo que es importante de verdad: las personas, sean como sean, pertenezcan a la raza, al país o a la creencia que pertenezcan. Algo falla cuando empiezan a tener reticencias frente al otro, a esgrimir prejuicios y miedos para apartarse de lo que no se ajusta estrictamente a la norma, que viene a querer decir: a nuestro propio reflejo.

Veo estos días un anuncio en la televisión que me emociona (en ocasiones las campañas publicitarias tienen grandes aciertos). En él un padre explica a su hija que va a venir a jugar con ella su vecina, que es «especial», la niña pregunta si sabe mirar cuentos o jugar y cuando el padre le dice que sí ella pregunta ¿entonces, qué tiene de especial?

Preguntémonoslo también nosotros.

lunes, 2 de enero de 2012

El saber no ocupa lugar

El largo camino del conocimiento

El saber no ocupa lugar







ESPERANZA MEDINA PROFESORA
Era la frase favorita de los mayores cuando querían convencernos de que aprendiésemos tal o cual cosa: «El saber no ocupa lugar», como si no ocupar lugar fuese sinónimo de algo sencillo de adquirir. Nunca es así: aprender siempre supone un esfuerzo, una ejercitación más o menos compleja, la catalogación de lo asimilado para que pueda volver a ser recuperado en cualquier momento.

Aprender es un camino que solemos emprender en compañía, todo, hasta lo más sencillo, lo más mecánico, lo hemos adquirido a través de un «otro». Un amigo, un padre, un maestro, un libro que alguien ha escrito. Por eso es tan importante acompañar esos aprendizajes de ilusión, y no de hastío, de cansancio o de obligación impuesta.

Hace mucho que no uso las agujas y la lana para tejer, pero el otro día, organizando un rincón de la casa, encontraba unas con una labor empezada y abandonada hace años. No tengo ninguna intención de continuarla, pero me ayudó a recordar lo satisfecha que me sentí cuando de niña mi madre me enseñó a tejer y yo hice la primera bufanda (diminuta) para mi muñeca.

No, el saber que importa de verdad no ocupa lugar, nos satisface y nos emociona, nos hace comprendernos y conocernos mejor: la historia, las lenguas, las matemáticas, las artes todas, sólo nos enriquecen. No hay peligro de que ninguno de ellos reste, porque los otros saberes, los que no nos interesan, los que nos obligaban a memorizar, ésos se van descolgando sin necesidad de que nos esforcemos.

Uno de los momentos más mágicos del aprendizaje es el de la lectura. Personalmente no soy consciente de la emoción que pude sentir cuando por fin conseguí descifrar ese extraño código de los adultos, empeñados en dibujar signos unos junto a otros para contarse cosas, auténticos mensajes en clave, como si de la búsqueda de un tesoro se tratase. Y es que así es: leer es uno de los mayores tesoros con que contamos, aunque cada uno hayamos llegado a ello por caminos más o menos tortuosos, según el sistema pedagógico de nuestros enseñantes del momento.

Y es que yo he tenido la inmensa suerte de revivir en diversas ocasiones esa magia del descubrimiento lector, esa clave misteriosa descifrada ahora para siempre, ese mundo adulto que ya no tiene llaves ni candados.

Ha terminado el año hace nada, en seguida se acabarán las vacaciones, este 2012 que viene no parece cargar de momento con muchas alegrías, así que como quiero empezar el año con el optimismo en el pie derecho a pesar de todo, dejaré que mi alumnado me enseñe todo lo que puede aprender conmigo y yo con ellos.