martes, 25 de septiembre de 2012

Libros que viajan


La aventura de «liberar» obras literarias en la calle: otra historia más que contar

Libros que viajan







ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA

Uno sueña con libros que le hagan marchar lejos sin salir de casa, que lo transporten a paisajes cálidos en pleno invierno o a la nieve desde su toalla en la playa.

Uno sueña con libros que viajen al futuro, que inventen un pasado que quizá fue real o quizá no.

Uno sueña con trasladarse sin esfuerzo a sensaciones y sentimientos que le son ajenos pero no extraños, a aventuras y miedos que de otra manera no se atrevería a afrontar.

Pero el libro se acaba y el viaje se termina. De momento al menos, porque hay muchos otros posibles, por suerte, que podemos iniciar de nuevo.

Y, sin embargo, el libro puede viajar también, puede ser independiente y hacer su propio camino, arriesgado si no encuentra quien lo recoja del banco del parque, de la acera o de la balda de una estantería al aire libre, como la que esta temporada se puede encontrar en la calle Palacio Valdés.

Nadie debe extrañarse, no hay ningún loco suelto que saque los muebles a la calle, es simplemente una «zona oficial de BookCrossing». Un lugar donde encontrar libros que llevarse a casa, donde dejar los que ya leímos para que inicien un nuevo camino. Pero lo esencial de esta nueva modalidad de compartir literatura está en la página de internet que nos permite registrar y buscar los libros que nos salen al paso. Todos ellos llevan una etiqueta que nos remite al camino andado, a sus viajes, a los lugares y a las personas que los encontraron y los «liberaron».

Los libros tienen así otra historia que contar por encima de la que llevan escrita en sus páginas, la propia, la que depende sólo de la casualidad.

Lo emocionante es saber que el libro viaja también físicamente, que hace un camino en la mano, el bolso o la maleta de algún desconocido a otro lugar. Una experiencia muy recomendable si después de leerlo y dejar constancia de ello en la página de BookCrossing le permitimos de nuevo que siga su ruta.

Y si después de esto alguno de ustedes encuentra un libro por la calle, aparentemente olvidado, no lo lleve a «objetos perdidos», ofrézcale una nueva oportunidad de soñar otros mundos y otras manos en las que reposar un rato antes de volver a ser «liberado». Quién sabe dónde puede llegar.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Perdidos en la ciudad


Los árboles callejeros que desaparecen

 
ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA

Por suerte, las ciudades van cambiando. Por desgracia, comprobar eso implica que nosotros vamos envejeciendo.

Queda ya muy lejos aquel día de mi infancia en el que, con mis padres, visité la localidad de León. Apenas recuerdo nada de la ciudad de entonces, tan sólo la estatua de aquel Guzmán el Bueno y una avenida con árboles. Descubrí entonces lo que le faltaba a la mía para ser perfecta, y la sentí pequeña. Tanto verde alrededor y a nadie se le había ocurrido que podían plantarse árboles en las aceras, a los lados de las calles.

Como es sabido, la percepción infantil magnifica en ocasiones el recuerdo y no siempre resulta fiable. Pero fuera una gran avenida lo que vi entonces, o una simple callejuela, desde ese preciso instante eché de menos en mi casa ver brotar los árboles del asfalto (es un decir).

Después de algunos años comenzó a ser así. Tímidamente al principio, y después con un poco más de profusión, los bancos y las papeleras compartieron espacio con maceteros y árboles.

Avilés va ganando en vegetación, en calles peatonales, en plazas y rincones para paseantes y curiosos, y puede que algún que otro visitante se sorprenda ahora como yo entonces de encontrarse en una ciudad amable y viva.

Pero de un tiempo a esta parte he ido notando ciertas pérdidas que según van aumentando me van produciendo más sensación de alarma.

Al principio faltaba un árbol. Una obra cercana, un mal invierno, quién sabe, y se hacía necesario talarlo. El tiempo pasaba sin que uno nuevo ocupase su lugar y cierto día, al renovar las aceras, el hueco en el que un día se había plantado desaparecía para siempre bajo las nuevas losetas.

Cada día descubro más ejemplares perdidos, más espacios entre los que aún quedan, y empieza a darme miedo pensar en la posibilidad de que nadie tenga intención de replantar, de llenar esos huecos con otros ejemplares. Podría citar calles, pero bastará con que aquel que tenga la suerte de contar con algún árbol en la suya se asome a la ventana y lo compruebe.

Está claro que son seres vivos, que no pueden durar para siempre, que crecen demasiado, que enferman. Muchos motivos hacen necesario talarlos, pero siempre habrá otro nuevo dispuesto a ocupar su lugar.

Avilés es una ciudad pequeña, en la que resulta difícil perderse, por eso aún mantengo la esperanza de encontrarlos en su sitio, retoñando, como siempre, alegrándonos las primaveras y el asfalto.