martes, 23 de octubre de 2012

Autorreciclaje

La crisis, indirectamente, nos hace incorporar algunos nuevos y buenos hábitos


Autorreciclaje


 
ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Parece ser que en los últimos tiempos los avilesinos reciclamos menos, dato que podría indicar que el cambio de nuestros conciudadanos estuviese originado por un creciente menosprecio al cuidado del medio ambiente. Pero nada nos lleva a considerar que ése es el motivo, sino uno mucho más preocupante: el descenso del consumo.

La crisis, que parece una palabra ajena, un pájaro de mal agüero que nos sobrevuela constantemente y del que no somos capaces de librarnos, es sencilla y llanamente la disminución de ingresos, el paro, la dificultad para llegar a fin de mes. Más aún, la dificultad para llegar a mediados de mes.

No es que seamos menos ecológicos, sino que tenemos menos que tirar. De hecho, generamos menos basura. Cosa que quizá nos agradezca la naturaleza, pero que no se debe, por desgracia, a una agudizada conciencia conservacionista del entorno natural. Simplemente tenemos menos de todo, incluyendo la basura.

Pero dicen que la crisis agudiza el ingenio, eso debe ser bueno, creo. Aunque a nosotros por lo que parece que nos ha dado ha sido por estudiar, por estudiar idiomas. En concreto, lo que más nos interesa es manejarnos con soltura en inglés (aunque el alemán y el chino llaman también bastante nuestra atención).

Al parecer las academias de idiomas y las escuelas oficiales han recibido estos primeros meses del curso un aumento grande de solicitudes. Hasta un cuarenta por ciento, decía hace unos días una noticia de este mismo periódico. Quizás es la necesidad la que obliga o que al fin hemos comprendido que los españoles podemos aprender cualquier idioma, por «difícil» que nos parezca. Miren, si no, lo bien que se nos da hablar castellano, con lo complicado que puede llegar a ser para un extranjero, por ejemplo.

A mí siempre me han gustado los idiomas, aunque debo confesar que quizá no me he esforzado todo lo que debiera en aprender aquellos a los que me he acercado, y que suelo achacar a mi «falta de oído» las dificultades que voy encontrando en la pronunciación. Procuraré enmendarlo, así que toca reciclarse.

Ya ven que, aunque disminuya el reciclaje de residuos, aumenta el personal. El motivo parece el mismo: la crisis, la necesidad de acercarnos a Europa en esto de la cuestión laboral. Que algo «menos malo» había que sacar de esta situación nefasta.

En este camino autorreciclador nos queda por dar algún que otro paso, como, por ejemplo, en el aspecto higiénico, que de no escupir en la calle, ni tirar papeles, ni orinar en las aceras, algo bueno saldrá, seguro. Con o sin crisis.

sábado, 13 de octubre de 2012

Silencio, se escucha.

Esta semana ha habido un error poco frecuente: mi artículo ha salido en la edición impresa con la firma y la foto de Natalia Menéndez y el de ella con la mia. Lo han subsanado en la edición digital. Aunque  quienes lo hayan leído en la edición en papel no se han enterado de la confusión.

De las molestias que causan los ruidos indeseables

 
ESPERANZA MEDINA, PROFESORA Y POETA

Es curioso lo que ocurre con el silencio, mientras que unos lo buscan y disfrutan de él con verdadero deleite, otros lo rehúyen como si de una maldición se tratase. No me refiero al silencio total y absoluto que, de existir, será en situaciones poco naturales, porque entiendo que ese asuste a cualquiera. En nuestro entorno siempre hay sonidos que nos acompañan. Es evidente que en las ciudades muchos y poco agradables la mayoría de las veces. Pero también en el campo; está el viento, el agua, los insectos, la desbrozadora del vecino a lo lejos o los aerogeneradores últimamente.

Ahora mismo, mientras escribo, siento el ventilador del ordenador, el murmullo en la calle, la música del reproductor de discos. A eso lo llamo silencio. Y me gusta. Podría pasar, por supuesto, del ventilador del ordenador. El murmullo en la calle me sugiere vida y la música edulcora ese silencio, forma parte de él volviéndolo productivo, enriqueciéndolo. Aunque puede que el planteamiento deba ser exactamente el contrario: es el silencio el que forma parte de la música, de la armonía, del ritmo, de la intensidad, de la cadencia. Los silencios son tan importantes como las notas en el pentagrama, conforman la melodía inexcusablemente. O eso creía yo hasta este verano.

Las vacaciones ofrecen en ocasiones oportunidades de acudir a actividades diferentes a las del resto del año, estamos receptivos y relajados, aunque, me temo que no preparados para todo. Me encontraba yo en una pequeña población que pone mucho empeño en entretener el ocio de sus vecinos de forma constructiva. Allí vi los anillos de Saturno por primera vez, impresionantes en su lejanía. Una hermosa experiencia.

Se anunciaba un cuarteto de cuerda, un agradable placer para una tarde de agosto. Por el lleno de la sala la mayoría del vecindario estaba de acuerdo conmigo. Tengo que confesar que al sentarme me alejé de niños demasiado pequeños y me situé junto a unas señoras, presumiendo que la nueva compañía me permitiría disfrutar más del silencio musical. Terrible error el mío e imposible ya de subsanar una vez comenzado el concierto.

Cada vez que se explicaba qué piezas se iban a tocar mis compañeras de asiento escuchaban atentamente interesadísimas por el título y compositor de la obra pero, en el instante mismo en que comenzaban a sonar los instrumentos, comenzaba también a mi lado una cháchara continua a tres voces que sólo concluía con el aplauso del final de cada pieza. Quiero pensar, en su descargo, que sería el miedo al silencio lo que les impedía permanecer calladas al sonar la música y no una simple y vulgar falta de educación.