martes, 30 de marzo de 2010

Ventanas

Ventanas

Las impresiones de la infancia se esconden, muchas veces, tras los cristales del recuerdo



ESPERANZA MEDINA ESCRITORA Y POETA Tenía una ventana más. Aquella cocina tenía una ventana más que la mía. Tenía un mundo nuevo abierto a una pared que para mí eran azulejos. Un mundo conocido, pero diferente desde aquella perspectiva. Cuántos años he deseado tener aquella ventana en mi cocina. Incluso imaginaba que con el tiempo la casa era mía y yo abría esa ventana entre los azulejos y veía por encima de los tejados, y miraba durante horas los edificios y las huertas, y los árboles de aquel parque recién estrenado que antes fuera jardín de una marquesa.

Porque en la cocina de mis queridas vecinas de arriba había una ventana más que en la mía, por la que yo miraba de reojo, pero a la que nunca me podía asomar. Había una ventana de más y una bandeja con vasos de colores y una jarra para el agua. Qué hacía que esos objetos me fascinasen tanto como para recordarlos aún ahora, con una mezcla de cariño, nostalgia e impotencia por dejar escapar tantas cosas para siempre. A tantas personas.

Hoy que ellas ya no están, que no me pueden dar agua en aquellos vasos de metal de colores, no dejo de pensar en su ventana. En realidad hay muchas otras ventanas en mi recuerdo: las soleadas de las tardes sin colegio, las brillantes de las noches estrelladas, las melancólicas de los cumpleaños sin celebración, las que me dejaban ver desde la cama un trozo de cielo?

Todas ellas mías, como mías también han sido siempre las que me gusta mirar desde fuera, cuando se encienden las luces y las siluetas de sus habitantes se cruzan ante ellas, con vidas que, no sé muy bien por qué, siempre imagino felices.

¿Cómo no voy a sucumbir yo a la atracción de las ventanas si hasta el gran Alfred Hitchcock lo hizo? Son a la vez deseo y decepción, nos mantienen alertas y vivos; expectantes, infinitamente expectantes.

Escribo esto un veintiocho de marzo, sesenta y ocho años después de la muerte de Miguel Hernández, el poeta que murió, dicen, mirando a una ventana, en una celda infame, enfermo y solo. Me pregunto qué vería él tras aquellos cristales.

Y nada más que decir, sólo que unas ventanas llaman a otras y hasta hoy no me había dado cuenta de lo importantes que fueron en mi vida, de cómo espero que el paisaje querido de la niñez siga tras ellas y de que por ese motivo, precisamente por ese único motivo, no quiero volver a asomarme a ninguna de ellas, prefiero seguir soñándolas.

martes, 16 de marzo de 2010

Sorpresa, sorpresa.

Sorpresa, sorpresa

El invento de la lectura estimativa del consumo eléctrico convierte la apertura de cada recibo en una aventura


ESPERANZA MEDINA
PROFESORA Y ESCRITORA Seguramente será una manera de que elevemos ese bajo rendimiento académico que dicen tenemos los españoles. Y si es así, igual hasta tenemos que estar agradecidos a las compañías eléctricas por este cambio de tarifas. Llevo meses haciendo cuentas, revisando facturas, cuadrando lecturas del contador de la luz y sigo sin salir de mi asombro, sin abandonar la duda de si será una broma (pesadísima, claro), o me estarán timando abiertamente. No consigo saber cuánto me van a cobrar en cada recibo, pero desde luego he mejorado mucho en matemáticas, con la de años que hacía que yo no dedicaba tanto tiempo a sumas, multiplicaciones, y hasta divisiones y restas.

Este nuevo invento de la «lectura estimativa» hace que mi vida no sea en absoluto monótona. Paso los meses pensando ¿tocará pagar este mes la luz?, ¿tendré suficiente dinero en el banco cuando me llegue la factura? Y es que tras el alivio de haberme librado de la cuota de luz algunos meses seguidos comienza a entrarme el temor por el instante en que me llegue por fin la ansiada factura para abrirla con prevención y cuidado no vaya a ser que la abultada cifra provoque algún deterioro repentino en mi salud. Vivo en un sin vivir, o lo que es lo mismo, en una perpetua emoción gracias a las compañías de la luz, que están en todo.

Incluso he llegado a ver con mis propios ojos lo que nunca había pensado que pudiese pasar: que una compañía eléctrica me devolviese dinero. Eso sí, después de habérmelo cobrado de más en el recibo anterior. Y es que, aunque llevo unos meses intentando que me expliquen por qué de repente han decidido estimar mi consumo de la luz en el doble de lo que es habitual (supongo que preveían un invierno muy, muy frío) sólo he conseguido de una amable telefonista la seguridad de que me devolverían el dinero, aunque yo insistiese en intentar aclarar por qué me lo quitaban primero, si era mío.

En fin, que he llegado a la conclusión de que las compañías eléctricas además de ayudarme a mejorar mi anquilosado manejo de las matemáticas, está favoreciendo una muy altruista y nada egoísta imagen de mi persona al dejarles utilizar mi dinero una temporada en vez de tenerlo guardado en el banco como una usurera cualquiera. Una buena obra que alguien me agradecerá. La compañía eléctrica de turno, supongo.

martes, 2 de marzo de 2010

Más vale prevenir.

Más vale prevenir


Nunca está de más tomar medidas y ser precavidos ante riesgos posibles


ESPERANZA MEDINA
PROFESORA Y ESCRITORA «Más vale prevenir que curar». Es una de esas frases que conocemos todos, que cada uno de nosotros hemos repetido alguna vez o al menos hemos hecho nuestra si alguien la decía. Y, sin embargo, como somos seres enormemente contradictorios, este aspecto no iba a ser una excepción.

Contrariamente a lo que pudiera parecer, el ser humano, tan frágil, tiene un extraño concepto del peligro. Pareciera que nos creyésemos una especie de pequeños superhéroes al pensar «eso no me va a pasar a mí» y, así, arriesgar nuestra integridad de manera cotidiana. Todos recordamos algún accidente laboral con consecuencias fatales por una pequeña negligencia. La fuerza de la costumbre nos hace pensar que el peligro es menos si hemos conseguido realizar una acción muchas veces sin consecuencias, pero con que nos ocurra en una única ocasión será suficiente si el daño es irreparable.

Y no sólo se deben tomar medidas para prevenir accidentes laborales; la vida cotidiana, por desgracia, también nos pide estar alerta, sobre todo con los niños. Graves accidentes domésticos y de tráfico son demasiado habituales hoy en día.

Y es que prevenir es una actividad muy poco lucida. Cuando la prevención ha sido buena, muchas veces no sabemos de qué nos hemos librado, la palabra misma «prevención» parece mucho más importante cuando se dice a posteriori «esto tendría que haberse previsto para evitarlo», pero entonces deja de tener significado, suele ser ya demasiado tarde.

Por eso nos acostumbramos a oír que estamos en alerta naranja o roja por cuestiones climatológicas, como la «ciclogénesis explosiva», que nos visitó el pasado fin de semana. Lo cierto es que la palabreja se las traía, no sé si por el desconocimiento del término meteorológico o por lo de «explosiva», que siempre asusta un poco. Hemos tenido la suerte de que por nuestra región no haya dejado daños personales irreparables como ha ocurrido en otros lugares de España.

Y ahora, que ya ha pasado todo, y que en realidad no ha «pasado nada», he oído decir a más de uno: «Esto fue como la gripe A: mucho ruido y pocas nueces».

Pues no, señores. No es cuestión de haber hecho demasiado ruido, sino más bien de prevención. Ahora que no tenemos que curar ¿no nos alegramos de haber prevenido? Eso sí, sin obsesionarse, que todo debe hacerse en la medida apropiada, No vaya a ser que demasiada prevención nos deje sin disfrutar de la vida.