martes, 22 de diciembre de 2009

OKUPAS

«Okupas»

Otros habitan los espacios que fueron nuestros y les devuelven la vida sin robarnos la memoria


ESPERANZA MEDINA
ESCRITORA Y PROFESORA Descender despacio por aquella cuesta se había convertido en el mayor de los placeres, volver a casa, reconociendo cada piedra que formaba el muro, cada desconchón en la pintura gris de las ventanas de la hilera de casas, al fondo las persianas verdes recogidas de la cocina, y allí, siempre, su madre. Volver del colegio era zambullirse otra vez en la vida, en la vida con mayúsculas, en la que le pertenecía por entero, en la que le pertenecería siempre.

Siempre, ¿siempre?, no, no siempre, ahora vuelve del mismo colegio, casi por el mismo camino, pero cuando ve su casa, las ventanas de la cocina, el comedor, la habitación de sus padres gira a la izquierda y se desvía hacia el presente.

Apenas queda nada de lo que conociera, la hierba es ahora edificios y, aunque puede ver todavía las ventanas, ya no quedan las casas, ni las huertas, ni los vecinos. Son ventanas fantasma donde duerme el pasado, donde duerme el sol tibio que atraviesa la cocina, la escalera de madera oliendo a lejía, el silbato del cartero para avisar que había que bajar por el correo: si sonaba dos veces la carta era para el segundo, quizás alguien le escribía a ella.

Tranquiliza comprobar día a día que todo sigue igual, que aquella llave que nunca volverá a usar guarda del tiempo todo lo que fue, lo que la hizo sentirse segura. Unas veces feliz y otras triste, pero siempre segura. Por eso todos los días mira a las ventanas antes de girar a la izquierda, para comprobar que el mundo está en orden, como ella lo dejara hace tantos años.

Y ocurre al fin: una ventana entreabierta que al día siguiente está bien cerrada (no, no pudo ser el viento), una persiana a medio levantar, algo blanco imposible de identificar tras los cristales. Alguien vive ahora en esa casa, alguien que no ha sido invitado, anónimo y culpable por robarle de golpe aquel pasado guardado bajo llave: en su casa hay «okupas».

Pero la casa no es suya, y está vieja, y seguramente si volviera a entrar un día la sentiría desolada, sin la niña que fue, sin la vida que tuvo. Y comprende entonces que es bueno que otras vidas se abran al sol de su cocina. Aunque nunca podrán tener ya lo que ella atesoró en sus paredes.

Ahora, sólo busca ese gesto cómplice que le demuestre que la casa sigue viva, a la vuelta del colegio, justo antes de desviarse a la izquierda, cada día.

martes, 24 de noviembre de 2009

"Repunantes"

"Repunantes"

Siempre hay quienes critican, pero algunos lo hacen asiduamente, casi como deporte



ESPERANZA MEDINA
PROFESORA Y POETA Es un deporte muy habitual, a veces se practica sin intención ninguna de hacer ejercicio, otras sin ninguna intención (como si fuese vital comunicar lo que pensamos de todo lo ajeno), pero hay muchas veces que es totalmente intencionado: dejar claro que nadie sabe hacer las cosas mejor que nosotros.

Viajaba el otro día con unas amigas y llegaron a la conversación anécdotas sobre vecinos «bien intencionados» que pasan al lado de la bonita casa que te estás haciendo (o eso creías tú antes de recibir las visitas de los espontáneos) y sólo encuentran pegas y terribles equivocaciones en el proyecto, como, por ejemplo, lo agotador que va a ser limpiar tanto ventanal o el irreparable fallo que ha tenido el arquitecto al no darse cuenta de que perdía una habitación al diseñar un salón de dos alturas. Supongo que los amables vecinos tendrían pensado ayudar a mi amiga a limpiar los cristales y de paso quedarse a dormir en su casa. No encuentro otra explicación para sus comentarios, porque, claro, lo de la envidia no se me habría ocurrido.

Qué decir de aquel que después de quince años desempeñando el mismo trabajo en una oficina de forma altamente eficiente cambia de empresa y se encuentra con un compañero que pretende imponer el «aquí lo hacemos así», aunque se desperdicie tiempo y se reduzca la eficacia. Comprendo que hay personas para las que es muy difícil cambiar de costumbres y mucho más admitir que pueden venir otros que nos ayuden a mejorar, pero también es difícil acoplarse al «como tú digas», cuando lo puedes hacer mejor, sólo por no discutir.

Para qué hablar de quienes al enseñarles aquel minimantelito a punto de cruz que habías conseguido terminar por fin como gran proeza artesanal lo miraban del revés para comprobar los fallos. Claro que nunca te mostraban sus propias labores.

Entonces recuerdo aquello que decía mi padre cuando se refería a fulano o mengana que «se parecían a la Nazaria, que no lo sabía hacer, pero lo sabía "repunar"». Nunca supe quién era la tal Nazaria, ni si el dicho era original de mi padre o iba de boca en boca, pero me quedó muy claro desde el principio que la buena señora practicaba con cierta asiduidad este deporte tan nuestro de «repunarlo» todo.

Y es que criticones habrá muchos, pero «repunantes» bastantes más, busque usted si no algún que otro nombre y ya me contará.

martes, 10 de noviembre de 2009

Gente rara

Gente rara

La esperanzadora eclosión de la actividad poética en Asturias


ESPERANZA MEDINA
PROFESORA Y POETA Me temo que siempre he sido un poco rara, aunque tardé mucho en ser consciente de ello: cuando en el colegio llegaba a mis manos un libro de lectura buscaba antes que ninguna otra cosa los poemas; luego, con calma lo leía todo.

Si bien la literatura es una afición de muchos, hay muy pocos que se confiesen adictos a la poesía concretamente, aunque quizá sean como en las encuestas a pie de urna, con el vecino al lado mirando de reojo, en las que pocos dicen realmente lo que acaban de votar. Es que ser raro tiene su precio.

Cuando una confiesa que además de leer escribe poesía casi puede oír los pensamientos de alguno, que no te ve como a una persona muy normal. Sería otra cosa decir que has escrito una novela, eso sí que tiene mérito e interés social.

Por eso me encanta comprobar que cada vez hay más gente rara que lee, escribe y difunde la poesía, propia o de otros. Estos días han sido un buen ejemplo de ello. En Oviedo, los jóvenes del colectivo cultural Hesperya han organizado el II Encuentro nacional de poesía joven «La Ciudad en Llamas», con poetas jóvenes y no tan jóvenes. En Pravia, la Asociación de Escritores de Asturias, en sus IX Jornadas de literatura, sigue contando con los poetas como parte importante de su programación. La semana que viene, en Lena, se organiza un ciclo de poesía y El Aula de las Metáforas, de Grado, se encarga de mimar y difundir este género todo el año, por poner algunos ejemplos.

Sin ir más lejos, el pasado viernes, en Luarca, se entregaron los premios del VI Certamen de poesía «Nené Losada Rico», a la vez que se le brindó un sentido homenaje a la autora fallecida recientemente. Un homenaje del que fueron protagonistas fundamentales los niños de los colegios de Valdés, niños que, la conocieran o no personalmente, la sentían muy cercana a través de sus textos gracias a la labor de sus maestros y de la propia Nené Losada Rico.

Me canso de oír que en los colegios se contagian todo tipo de virus, ojalá éste se empiece a extender, sin vacunas ni analgésicos, con fuerza, para que con el tiempo leer poesía sea tan cotidiano y tan natural como salir a por el pan.

jueves, 29 de octubre de 2009

Puerta a puerta

Puerta a puerta

Convencer de la necesidad de poseer algo totalmente innecesario es, sin duda, todo un arte


ESPERANZA MEDINA
POETA Dicen que un buen vendedor puede vender cualquier cosa, que hay quién ha comprado parcelas en la luna, la Torre Eiffel o la Estatua de la Libertad. Porque convencer de la necesidad de poseer algo totalmente innecesario es, sin duda, todo un arte.

Hace algunos años ya (parecen siglos, pero no, quizás unos quince años, no más) un vendedor de enciclopedias llegó a nuestra puerta ofreciéndonos como obsequio, junto con la enciclopedia en papel, un producto novísimo, en el que estaba el futuro, un aparato reproductor de CDI (discos compactos interactivos).

Según él había dos sistemas nuevos de reproducción de imágenes en el mercado, pero el que perduraría sin lugar a dudas era el que él nos ofrecía como obsequio por comprar la enciclopedia no el otro, llamado DVD. El tiempo demostró lo contrario.

Junto con el CDI venía un disco compacto en el que supuestamente estarían todos los tomos de la enciclopedia que se nos iría ampliando según se actualizase. También teníamos un curso de inglés y un juego interactivo tipo «Trivial», además de asegurarnos que se estaban editando gran cantidad de discos para este nuevo aparato.

Aunque no soy muy dada a la tecnología, sí soy una gran amante de los libros y como no teníamos en casa ninguna enciclopedia nos decidimos a comprar esa, sin poner demasiadas ilusiones en el CDI, todo hay que decirlo, que lleva un montón de años cumpliendo su destino: cogiendo polvo en un rincón, quién sabe si con el tiempo no será un objeto curioso y único.

Con el CDI supuestamente vendrían otros regalos que nunca llegaron y nos costó muchos años y muchas llamadas de teléfono conseguir que la susodicha editorial nos dejase tranquilos y dejase de enviarnos vendedores ofreciéndonos regalos para compensar el mal sabor de boca, regalos que luego venían acompañados de su consiguiente factura. El nombre de la editorial no lo mencionaré por educación, que no por respeto, pues el trato que recibimos por diferentes representantes suyos se puede calificar de tomadura de pelo, por decirlo de una manera delicada.

Por eso me alegro de que ya no se estile tanto la venta puerta a puerta, resultaba incómodo despedir amablemente a todos por si volvía a sentirme estafada.

Ahora lo que realmente se lleva es la venta por teléfono, que incide más si cabe en tu intimidad. El teléfono suena en los momentos más inoportunos para ofrecerte todo tipo de servicios. Supongo que con ese sistema se obtendrán buenos beneficios dada la cantidad de ofertas telefónicas que recibo. Pero es que yo nunca acepto nada que se me presente por ese sistema, por muy beneficioso que parezca. Seguro que pierdo alguna que otra buena oportunidad. Qué se le va a hacer.

miércoles, 14 de octubre de 2009

La Historia

La Historia

Avilés es un museo al aire libre y como tal tiene que darse a conocer a los visitantes



ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Después de la resaca de las visitas culturales veraniegas, de las caminatas por ciudades y lugares interesantísimos, de las colas para ver museos o villas romanas como la de «La Olmeda», en Palencia, cerca de Carrión de los Condes (muy recomendable, por cierto, no dejen de visitarla si tienen oportunidad, la conservación de sus muchísimos mosaicos es impresionante); pues bien, después de este atracón de cultura, ya en casa, mi hija pequeña me pregunta: «Mamá, ¿qué hay que ver en Avilés?», en el preciso instante en el que acababan de pasar junto a nosotras dos grupos diferentes de extranjeros, en uno se hablaba inglés, en el otro francés.

En un principio me descolocó la pregunta, ¿de verdad los avilesinos no sabemos qué enseñar a nuestros visitantes?, ¿o es que mi niña es todavía muy pequeña y necesita conocer más su ciudad? Avilés es un museo al aire libre, como bien dice Alberto del Río insistentemente en sus artículos, es un conjunto urbano (y véase que recalco «conjunto») lleno de Historia. Porque precisamente ahí está la cuestión, no son los edificios singulares (que los hay) los que nos definen, sino esos mil años de Historia que nos acompañan, más toda aquella que intuimos desde la Prehistoria y los primeros pobladores.

Es muy difícil transmitir esa sensación histórica a través de las fachadas de los edificios o el trazado de las calles medievales, mucho más difícil si tenemos en cuenta lo poco que sabemos de nuestro pasado los propios habitantes de la ciudad.

Precisamente por ese motivo me resulta tan grato leer «La Hestoria d'Avilés», de Miguel Solís Santos, plasmada en viñetas de cómic. Es una forma agradable, sencilla (elemental también), de volver al pasado y revisar el presente. El autor pone imágenes a nuestra casa antes de que nosotros llegásemos a ella. Siempre es interesante saber cómo era todo lo que nos precedió, más triste es descubrir cómo será cuando nos vayamos. Un esfuerzo importante por acercar la Historia a todos, que podría llegar a muchos más.

Este texto, ameno, que entra por los ojos, podría ser el recuerdo perfecto que se llevasen nuestros visitantes, traducido a varios idiomas, entre ellos el castellano, sin menoscabo de su edición original, que aúna perfectamente Historia y cultura de esta villa, que asturianos somos y nuestra lengua nos pertenece, aunque la Historia más reciente nos haya apartado un poco de su camino.

No sé qué opinará de todo esto el autor, pero ahí queda mi sugerencia.

martes, 29 de septiembre de 2009

Cuéntame un cuento

Cuéntame un cuento

El esperpento de la venta de abonos para el ciclo de teatro


ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Había una vez un país muy, muy lejano, en el que algunos de sus habitantes sufrían una extraña y terrible dolencia que les llevaba a seguir varias veces al año un impulso irrefrenable capaz de mantenerlos en vela día y noche durante varias jornadas. Coincidiendo exacta y puntualmente con los prolegómenos de la temporada teatral.

Un mal que les movía a hacer cola durante varios días, incluidas sus noches, eso sí, turnándose e incluso pagando a alguien que permaneciese en vela por ellos y siempre bajo la atenta supervisión de un «vigilante popular» que organizaba los turnos y mantenía el orden.

Es una pena que yo no sepa escribir teatro, porque seguro que en esas largas horas de espera se producen interesantísimas escenas dramáticas, inquietantes momentos de tensión, situaciones hilarantes, personajes profundos y arquetipos universales.

Sería interesante que algún dramaturgo recogiese esta antorcha y, una vez conseguido el abono para las jornadas teatrales, los pacientes espectadores pudieran verse a sí mismos reflejados en el escenario, enriquecida su larga espera con hermosas frases literarias, con gestos ensayados, precisos, dedicados a provocar emociones. Quizás en la línea del teatro del absurdo, del realismo social o del esperpento del inolvidable Valle-Inclán, no sé, eso ya queda a gusto y conveniencia del autor.

Pasan los años, pero en este tan, tan lejano país nadie encuentra una solución a la extraña adicción al teatro de la que por suerte han podido sustraerse muchos de sus habitantes ante la amenaza de esas largas colas y esas noches en blanco. Y es que gran cantidad de sujetos ha pretendido traer fórmulas maravillosas para acabar con el problema: varitas mágicas, bolas de cristal, ampliar las sesiones, rifar las entradas, etcétera. Nada útil, sólo remedios de charlatanes y embaucadores.

Lo más hermoso de esta triste historia es que todo ese esfuerzo, las noches en blanco, el desembolso económico al que hay que añadir la cantidad correspondiente al alquiler de sustituto en la fila, no es para cobrar el premio gordo de la lotería, ni para conseguir llevarse un coche del concesionario a mitad de precio, nada material, en absoluto. Es, sencilla y llanamente, para conseguir un buena butaca en el teatro. Eso es afición.

Desconozco si ésta es una de esas pandemias que se extienden de unos países a otros, porque es sólo un relato, y como me lo han contado lo cuento yo. Advirtiendo, eso sí, de que cualquier parecido con la realidad de Avilés es pura coincidencia.

martes, 22 de septiembre de 2009

Nada de mimos

Nada de mimos

La incidencia de la gripe A en los centros escolares


ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Creo que lo han conseguido, no sé muy bien quiénes, pero lo han conseguido por completo: ni idea de a qué atenerme en esto de la gripe A.

Comenzamos viendo cómo en México las personas paseaban con mascarillas, se cerraban colegios y centros de trabajo para evitar la terrible mortalidad de aquella enfermedad que en un principio se llamó «gripe porcina», pero que rápidamente cambió su nombre a gripe A, que parece que le viene mucho mejor al virus (exactamente gripe A N1-H1).

Tras aquel primer momento de epidemia en el país americano se empezó a acercar a nosotros la amenaza y comenzamos a oír hablar de la peligrosísima pandemia que se avecinaba. Hemos ido contando día a día los muertos en nuestro país, en una macabra letanía, intentando descartar en cada una de sus circunstancias la nuestra propia, para tranquilizarnos sintiéndonos fuera de peligro. Pero es una gripe, una gripe que se contagia por un virus y ante los virus y sus caprichos siempre hemos estado indefensos.

Con los consiguientes avisos y recomendaciones nos han ido metiendo el miedo en el cuerpo, como con la posibilidad de retrasar el inicio de curso, que se ha diluido en una serie de recomendaciones profilácticas: nada de besarse, no tocarse ojos, nariz o boca, lavarse las manos cada vez que se estornude, no compartir instrumentos de viento, lápices, rotuladores o cualquier material que el niño pueda llevarse a la boca, limpiar dos veces al día con jabón y detergente mesas y sillas, pomos de la puerta, interruptores, teclados de ordenador, etcétera, etcétera, etcétera. Es una larga lista de recomendaciones higiénicas, altamente convenientes si no fuera porque resultan imposibles de seguir totalmente en los centros escolares.

Mis nuevos alumnos llegan a la escuela por primera vez, quieren consuelo, mimos, ahora que tienen que separarse de sus familias, lo tocan todo, lo llevan todo a la boca, estornudan sin que nos vaya a dar tiempo a lavarles las manos cada vez que lo hacen.

Ahora escucho a todas horas que muere mucha más gente de la gripe estacional que nos visita cada año, que las famosas vacunas para la gripe A no están suficientemente probadas, que en realidad no tiene tanta incidencia como se pronosticaba.

Y ya no entiendo nada, no entiendo que se nos alarme o se nos tranquilice según vaya el aire, que los políticos no tengan el mismo criterio que médicos y resto de personal sanitario, que a fin de cuentas son los que más saben de esto de los virus. No entiendo estos vaivenes que crean inseguridad y nos despistan. De una amenaza gravísima hemos pasado a unas simples medidas higiénicas, más o menos fáciles de llevar a cabo pero saludables en cualquier caso.

En medio de este desconcierto llegan mis nuevos alumnos cada mañana buscando consuelo, un mimo que yo les doy. Y que sea lo que Dios quiera.

martes, 1 de septiembre de 2009

Cuerpos 10

Cuerpos 10

Nos venden las operaciones como solución a la infelicidad, trayendo supuesto éxito laboral y social


ESPERANZA MEDINA ESCRITORA Hubo un verano en que no pisé la playa, no me parecía que mi cuerpo adolescente cumpliera los cánones de la época. O al menos eso creía yo, porque entonces ni en la televisión, ni en los anuncios me pedían tener un cuerpo 10, mis complejos eran sólo producto de la comparación con mis compañeras de clase o alguna que otra actriz de cine.

Y es que todos vivimos una época (a menos una) vulnerable al qué dirán, a la imagen que mostramos de nosotros mismos y que pocas veces es la que quisiéramos tener. Somos débiles, muy débiles durante unos años. Años que superamos en general sin mayores consecuencias, como una gripe cualquiera, de esas que no llevan apellidos y a las que hay que dejar que se vayan solas.

Por eso asusta tanto ahora la insistencia en muchos medios de comunicación en necesitar tener cuerpos perfectos, y no precisamente por saludables, sino por guardar una determinada estética, muy poco frecuente en la naturaleza, que todo hay que decirlo.

Con los años se han ido suprimiendo los anuncios de bebidas alcohólicas y tabaco que proliferaban en la televisión hace unas décadas. Lo que nuestro cerebro observa con insistente frecuencia se hace natural y por consiguiente aceptable, sin cuestionarnos a dónde nos llevan esas ideas.

Ahora nos aturden con otro tipo de anuncios que aparentemente nadie considera perniciosos, anuncios, por ejemplo, de centros de cirugía estética, que te venden las operaciones como solución a la infelicidad, trayendo supuestamente consigo el éxito laboral y social. Trayendo en realidad consigo el amplísimo beneficio económico de sus promotores, pero eso no aparece en la publicidad.

Cada vez hay más jóvenes, muy jóvenes, que convencen a sus padres para que les permitan pasar por el quirófano y modificar ese detalle de su cuerpo que les angustia durante la «gripe adolescente». ¿Y qué pasará cuando el tiempo pase y las modas cambien, y lo que pusieron o quitaron ya no encaje en los nuevos cánones? ¿Y qué pasará cuando el tiempo pase y vayamos encontrando otros detalles, otros rasgos, otras arrugas que no nos dejen ser «perfectos»?

Y conste que entiendo esa sensación porque recuerdo aquel verano en el que gustándome como me gusta el mar, no pisé la playa. Pero mi renuncia no fue eterna y al verano siguiente, con un año más y menos pudor volví a enfundarme el bañador y a disfrutar de la arena y el agua.

Me gustaría pensar que este verano hemos apagado la tele y nos hemos olvidado de los cereales que nos adelgazan, de las colonias que nos hacen sexys, de la cirugía estética y de la operación bikini. Que el invierno es muy largo y este solín que nos carga de vitamina D nos deje con un cuerpo 10, pero de energía.

martes, 4 de agosto de 2009

¿Y si llueve qué?

¿Y si llueve qué?

El clima asturiano nos ha inculcado la cultura del «por si acaso»



ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Como si supiésemos interpretar los signos de la naturaleza seguimos cada día, al levantarnos, el antiguo ritual de mirar al cielo, o en su versión moderna al «hombre o mujer del tiempo». Aunque parezca excesivo decirlo así, vivimos sin la certeza del clima que nos acompañará cada día, contando siempre con la posibilidad de que cambie de un momento para otro. Somos especialistas en modificar los planes, en ir a la playa con un magnífico sol y volver a casa entre gotas de lluvia (a mojarnos íbamos, al fin y al cabo).

Cuando vamos de viaje, cuando salimos de casa, llevamos chaquetas y paraguas «por si acaso». Somos previsores no por convicción, sino por pura necesidad. Nos hemos acostumbrado a que el tiempo transforme nuestros planes sin previo aviso, y poco a poco hemos ido olvidando cómo hacerlos a largo plazo.

Recuerdo la primera vez que viajé a la costa mediterránea. Por mucho que me insistieron en que no necesitaba llevar zapatos cerrados, no pude resistir la tentación de volver a abrir la maleta minutos antes de salir de casa y meter unos mocasines «por si acaso». Lógicamente, no los necesité y en sucesivas ocasiones me he ido acostumbrando a prescindir de algunas de las cosas, sólo algunas, que no necesitaré. Es difícil dejar esa adicción al «por si acaso».

Quizás ha sido esta meteorología nuestra, cambiante y sorpresiva, la que nos ha convertido en seres escépticos, un tanto apáticos, a los que cuesta ilusionarse con el futuro, a los que cuesta discernir con claridad qué Avilés quieren construir de aquí a muchos años. No creo que sea culpa de nuestros políticos, víctimas como nosotros de este clima juguetón que nos controla.

Como el clima, vamos a trompicones, esperando que venga del cielo la solución perfecta para nuestra villa. Atechándonos o saliendo al sol según lo que caiga, olvidando con rapidez, ilusionándonos con dificultad. Es difícil saber lo que piensan los avilesinos de cada nuevo proyecto, difícil saber si recuerdan cada uno de los viejos que acabó en nada. Más difícil todavía porque hay muchas voces que dicen hablar por boca de todos. Y yo me pregunto entonces si se habrán dedicado a escucharnos uno a uno, si recordarán lo que dijimos y lo que dijeron en otras ocasiones.

Llega el verano, los claros y nubes y las polémicas. Las que importan mucho y las que importan menos, pero todas nos hacen el mismo efecto: esperar a ver si con un poco de suerte mañana escampa.

¿Y si llueve, qué? pues eso, que cambiamos de planes.

lunes, 20 de julio de 2009

Se permite cantar

Se permite cantar


La costumbre de «echar un cantarín», antes tan frecuente en bares y reuniones familiares, está de capa caída



ESPERANZA MEDINA POETA Y PROFESORA Estos días que vivimos en pleno baile de gaitas y pueblos celtas me ha dado la vena nostálgica y sin saber muy bien dónde está la raíz de aquello he vuelto a los paseos de la mano de mi padre que acababan en algún chigre «echando un cantarín» (él, claro está, que yo me dedicaba a mis aceitunas y mi refresco).

Una costumbre que hemos perdido por completo: cantar juntos, sin necesidad de ser amigos o haber quedado para la ocasión. A pesar de mi falta de oído musical. me encanta oír cantar. Quizá porque recuerdo aquellos coros improvisados de los chigres, aquellas sobremesas de las reuniones familiares en las que una cucharilla y una botella vacía eran el mejor de los acompañamientos musicales a un repertorio que me sabía (y aún me sé) y al que yo acompañaba por lo bajo para no desentonar demasiado: «Soy de Verdiciu, nací a la vera del Cabo Peñas xunto a la mar...» o aquella «Es Avilés la ciudad más bonita y galante, tiene co-modidades de una ciudad grande...», y tantas otras que recuerdo con auténtico agrado.

Junto con las que me enseñaba mi profesora de los primeros años de colegio, doña Eulogia, que paraba a mitad de mañana una o dos veces para que descansásemos entre lección y lección «echando un cantarín»: la danza prima de Avilés o el xiringüelo. Y es que recuerdo aquellos años de escuela como una experiencia feliz llena de descubrimientos. Sólo siento que sea ya demasiado tarde para decírselo a ella.

Algún antropólogo podrá explicar de dónde viene esta costumbre nuestra de cantar cuando bebemos y comemos, de alegrarnos juntos compartiendo letras y músicas populares. Y no digo yo que no se haga en otros sitios, pero hay que reconocernos el valor (o la chulería, según quién lo mire) de haber hecho himno oficial una canción patrimonio de los chigres durante muchos años. Y a mucha honra, que conste.

Por todo eso me parece tan estupendo que se convoquen encuentros de canciones de sobremesa. Este otoño podremos disfrutar del tercero que se lleva a cabo en nuestra comarca organizado por la Asociación de Veteranos del Miranda Club de Fútbol y el grupo de canto «Amigos de Miranda».

Y ya que aquellos carteles que proliferaron en otro tiempo por bares y sidrerías prohibiendo cantar y escupir en el suelo consiguieron su objetivo (cosa que en lo referente a lo segundo me parece perfecto, a ver cuándo se generaliza a las vías públicas), se me ocurre proponer que igual que se reservan en los locales hosteleros zonas de fumadores, se plantee la posibilidad de crear zonas de cantores, que sin molestar a nadie puedan disfrutar de la perdida costumbre. Hasta es posible que la iniciativa sirva como reclamo para llenar algunos locales.

lunes, 6 de julio de 2009

De recuerdos y deseos

De recuerdos y deseos


Hay estampas de la ciudad que, por suerte, han pasado al olvido con el tiempo


ESPERANZA MEDINA ESCRITORA Los deseos y los recuerdos se hilvanan a veces con una fina lana transparente que los confunde. Recuerdo cómo deseaba hace veinte años no morirme sin ver la ría limpia y el teatro Palacio Valdés reconstruido (que nadie piense que me estoy poniendo melodramática con lo de no morirme, simplemente intentaba dar un plazo largo para que se cumplieran mis deseos).

Y es que también recuerdo cómo por aquella época más o menos desaparecían casas antiguas y en su lugar quedaban los solares o (no sé si en el mejor o en el peor de los casos) edificios modernos y en ocasiones un poco más altos que el original. También recuerdo galerías de madera a dos fachadas (gemelas de otras arregladas recientemente) que me hacían soñar con tardes tranquilas de sol tras aquellos cristales. Deseo difícil de cumplir, porque no conocía al inquilino que las habitaba, pero con el tiempo truncado definitivamente cuando la madera se cambió por el aséptico, poco estético, aunque aislante PVC.

El tiempo, que en ocasiones es un enemigo, en estos veinte años se fue haciendo un aliado, y poco a poco fue lavando la cara de una ciudad que, como Cenicienta, ocultaba su belleza bajo la suciedad descuidada del día a día. No sólo los edificios o la ría van recuperando su esplendor con promesas de arte y cultura que nos hacen ir más allá de lo puramente externo; sino también las avenidas y plazas, que se hacen peatonales y agradables para caminar. Porque recuerdo cuando se temía que peatonalizar las calles (La Cámara, en concreto) trajese la ruina de los comerciantes, qué lejos estábamos de comprender que no se compra más cuando se va en coche, sino cuando pasamos por delante de los escaparates en un despreocupado paseo.

Nos sorprendemos ahora al comprobar que algún ciudadano descuidado deja las bolsas con la basura fuera de los contenedores y un perro, de un dueño más descuidado aún la revuelve esparciéndola. Ahora es chocante, pero recuerdo cuando era así cada día.

Por suerte, mis hijas ya no recordarán ninguna de esas cosas y, por suerte también, yo no necesito seguir deseando, porque sin prisa pero sin pausa la realidad va superando, en este caso, al deseo.

Y que siga así, y que yo lo vea, y que ustedes me acompañen.

martes, 23 de junio de 2009

El día de la palabra

El día de la palabra


Las lenguas son un patrimonio cultural que nos pertenece a todos, hablémoslas o no


ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA El día 20 de junio se ha celebrado por primera vez el «Día del español». Un idioma que hablan más de 450 millones de personas y es oficial en 21 países. Los cálculos aseguran que dentro de tres generaciones será una lengua entendida por el diez por ciento de la población mundial.

Aunque quizás dentro de tres generaciones yo ya ni escriba ni hable en castellano (ni en ninguna otra lengua, claro está), me ha hecho ilusión pensar que esta sensación que tengo a veces de incomunicación al no poder entender todos los idiomas que me rodean, será menor, porque habrá más personas que sí podrían entenderme a mí.

Y es que las lenguas (mayoritarias o no) son un fuerte patrimonio cultural que nos pertenece a todos, hablantes o no hablantes de esas lenguas. De la misma manera que las catedrales e iglesias, como bien artístico, pertenecen a creyentes y agnósticos por igual. Ese sentimiento me lleva a soñar que entiendo todos los idiomas, aunque mi oído y mi cerebro me vuelvan a la realidad constantemente.

Para celebrar ese día desde el Instituto Cervantes se lanzó una lluvia de palabras elegidas por los internautas (estamos claramente de lleno en el siglo XXI). Curiosamente la palabra preferida por estos proponedores de palabras fue «malevo». Debo confesar que no la he usado en mi vida, y que tuve que acercarme al diccionario a buscar su significado por si no tenía nada que ver con el «matón» de los tangos que me venía a la mente al leerla. El diccionario me dio la razón y me confirmó que malevo equivale a malhechor o matón. Nunca se me hubiese ocurrido escribir esa palabra si me preguntan por mi preferida.

Es posible que algo profundo esté cambiando en el idioma o quizás que unos cuantos internautas decidieran gastar una broma a quienes recibieron esa lluvia de palabras, ya que a alguno le habrá caído la palabra «malevo» en la cabeza, digo yo.

En cualquier caso, sean malevos o no, cada hablante reconstruye un patrimonio cultural que nos pertenece a todos, patrimonio cultural vivo y cambiante como pocos. Enriquecido por cada acepción nueva, por cada vocablo que se incorpora y se expande por nuestra lengua.

No soy muy partidaria de celebrar los «días de», pero si tuviera que inventarme uno elegiría el de la palabra, la que nos acerca y nos une, sea en el idioma que sea, nunca la que nos diferencia. Que en las dos direcciones se pueden empuñar los vocablos de cualquier lengua.

martes, 9 de junio de 2009

Sestaferia

Sestaferia


Las disputas limítrofes entre los concejos poco ayudan a mejorar la vida de los vecinos




ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Desde hace un tiempo ya tengo la extraña sensación de vivir en una isla. Y no es una cuestión tan retórica como puede parecer, no me refiero al aislamiento o la soledad personal que uno puede sentir en determinados momentos de su vida. En realidad mi isla no está rodeada de mar por todas partes, sino de líneas. De líneas imaginarias pero que me empieza a dar miedo pisar cada vez que me muevo por Avilés. Y es que es éste un concejo tan pequeño que es fácil salirse de sus límites.

Es cierto que cada región, cada pueblo, cada barrio, cada ciudad (cada comunidad de vecinos si me apuran) tiene su propia idiosincrasia ¿cómo no va a ser así si cada uno de nosotros somos diferentes?, pero también es cierto que nos va mejor cuando nos relacionamos, cuando compartimos experiencias y ampliamos horizontes (mismamente mientras hacemos cola en la pescadería o en la parada del autobús). Es esto lo que me hace no acabar de entender que los concejos que vivimos pegaditos no crezcamos codo con codo caminando hacia los mismos intereses.

Es posible que esta incomprensión mía sea fruto de la ignorancia, y entonces pido a quienes saben bastante más que yo mil perdones. Pero es que siempre he creído que nos iría mejor, en cuanto a servicios, a los ciudadanos si ayuntamientos como el de Corvera, Castrillón, Gozón, Avilés unificaran fuerzas y ofertas de bienestar a quienes los habitamos. Es incomprensible que la limpieza de determinado entorno, por ejemplo, no se realice porque depende de «a quien le toca» o «quien puede».

No nos vamos a llevar nada de esta vida, sólo tenemos lo que nos hace disfrutar. Cosas pequeñas a veces, cotidianas, como pasear por la margen de una ría limpia, o por un sendero que nos lleva a un pequeño bosque, o merendar al borde de un pantano, o ver cómo rompe el mar en los acantilados.

Cosas simples que son de todos, llamémonos avilesinos, gozoniegos, corveranos, etcétera, porque en ese rincón afectivo en que lo externo me pertenece, tan míos son los soportales de Galiana como el pantano de Trasona, la playa de Salinas o el Cabo Peñas. Tan míos como de todos ustedes o de cualquier visitante que se acerque por la zona a disfrutar de nuestro entorno. Eso sí, siempre que los tengamos bien cuidados y nos relacionemos como buenos vecinos que somos, no olvidemos aquello de la sestaferia, que tan buen resultado dio para esto de los servicios vecinales.

martes, 26 de mayo de 2009

"Naturaleza muerta"

«Naturaleza muerta»


El tiempo hace que muchas cosas cambien y pone cada palabra en su lugar



ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA En febrero de 1978 el Ayuntamiento de Avilés me concedió un diploma por el Concurso literario del «Día del árbol». No es que recuerde las fechas con facilidad, es que guardo el diploma como un tesoro: fue la primera vez que intuí que lo que yo escribía podía resultarle interesante a algún desconocido. En este caso lo firmaban el Alcalde y el delegado de Parques y Jardines. No sé si fueron ellos personalmente quienes hicieron la selección; en cualquier caso, con buen criterio.

Tampoco recuerdo muy bien lo que decía mi texto (guardé el diploma, pero no el motivo de haberlo conseguido, la inmadurez de la infancia es lo que tiene). Lo que sí recuerdo es que no hablaba de un árbol, sino de un poste de la luz. «Naturaleza muerta», creo que lo titulé.

En aquella época a mí me gustaba escribir la palabra «muerte», era como un reto estúpido del que se siente seguro de estar siempre vivo. El tiempo hace que muchas cosas cambien y pone cada palabra en su lugar.

Entonces los postes de la luz eran troncos de árboles, los actuales no se parecen en nada a aquellos que en mi infancia me daban tanta pena, porque ya no eran árboles con hojas y ramas. Ahora, cuando veo uno de madera, se me alegra el corazón como si el tiempo me hiciera un guiño para tranquilizarme, para hacerme creer que su camino no es tan implacable como parece y que hay cosas que aún pueden ser como entonces: cargadas de futuro.

Es curioso lo que echamos de menos al paso de los años. Quizás a no mucho tardar haya alguna generación que mire con nostalgia la foto de una torre de alta tensión cruzando por las ciudades, entre las casas, atravesando los prados y perdiéndose en el horizonte con un mensaje peligroso, aunque útil.

Porque estoy segura de que habrá un día en el que las líneas del tendido eléctrico viajarán bajo tierra a través de sabe Dios qué tipo de fibra o material. Puede que entonces debamos dejar a modo de escultura aquella de mi adolescencia en La Espina de Llaranes. Sí, la que todavía convive en la calle La Toba con el parque, los niños y esa parte del vecindario que rumorea que donde están esas torres enferma más gente de cáncer. Rumores sin fundamento, supongo.

Sea como sea, siempre me han producido un profundo respeto esas torres con su cartel de «peligro de muerte».

martes, 12 de mayo de 2009

Cincuenta años no es nada

Cincuenta años no es nada



El Colegio Marcos del Torniello, que cumple medio siglo, siempre animó a sus alumnos a la lectura



ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Hace cincuenta años yo aún no había nacido. Hace cincuenta años era imposible que yo fuese a la escuela. Pero hace cincuenta años se abría un colegio nuevo que ahora se llama Marcos del Torniello.

Cuando yo empecé al colegio, hace algunos menos de cincuenta años, éste llevaba el nombre del dictador, al igual que el poblado en el que estaba. Aunque ya entonces se oía hablar de «La Texera» o «El Tocóte», tributo a la lengua fruto de la capacidad popular de nombrar, sabia y cargada de ingenio la mayor parte de las veces.

Desde luego, yo prefiero el nuevo nombre. Desde que supe de la calle Marcos del Torniello me he sentido atraída por el sonido de ese «torniello». Tardé un tiempo en saber del escritor en lengua asturiana. ¿Para cuándo una breve explicación junto a sus placas de quiénes son los ilustres que dan nombre a nuestras calles? Todo es cultura y todo ayuda a identificarnos con este pueblo nuestro y a evitar aquello de «¡anda, mira, si se llama igual que la calle!».

Y digo que me gusta que mi primer colegio lleve el nombre de un escritor tan nuestro, porque allí descubrí lo mucho que me atraía la poesía y disfruté de cada uno de los libros de lectura que había en las aulas.

El Marcos de Torniello era un colegio de espacios amplios (o así lo recuerdo yo), con ventanales a un lado y galerías al otro. Un colegio, es cierto, que habitábamos separados niños y niñas durante los primeros años; pero que tenía en cada aula vitrinas o estanterías con libros, a veces en las paredes de la propia clase, otras en un cuarto pequeño donde dejábamos los mandilones y nuestras cosas.

El Marcos del Torniello tenía una biblioteca llena de libros, que atendía don Ángel todas las tardes. Yo permanecía media hora cada día a la puerta del colegio esperando a que el profesor volviera de su casa a abrir la sala de lectura. A mí no me daba tiempo a ir y volver de la mía. Entonces, en aquellas tardes, decidí que la mejor profesión del mundo era ser bibliotecaria. Luego, con los años, he escogido otra.

No recuerdo si entonces los inviernos eran fríos, o si llovía mucho. Sólo recuerdo la pasión por leer, la felicidad que me daban los textos y la riqueza de aquel mundo literario que puso en mis manos el colegio Marcos del Torniello. Por eso ¡Felicidades y que cumpla muchos más!

martes, 28 de abril de 2009

Los animales prefieren el tren

Los animales prefieren el tren


Un jabalí no fue capaz de tomar un vagón en Villalegre, cosa que sí lograron las ocas de la UCAYC



ESPERANZA MEDINA POETA Y PROFESORA Parece que últimamente los animales quieren coger el tren. No sé si será un síntoma más de la crisis, que también a ellos les llega, y pasará lo mismo que me contaban hace unos días en una braña del Occidente, donde últimamente no pueden dejar pernoctar el ganado con sus crías a la intemperie porque los lobos bajan muy cerca de las casas. Es difícil saber si lo hacen porque ya no tienen alimento, porque nos van perdiendo el miedo, o tal vez porque se están volviendo más inteligentes y entienden que es mucho mejor vivir con las comodidades de los humanos que como ellos mismos lo hacen.

Me pregunto si es cuestión de inteligencia viendo que en Avilés algunos han decidido cambiar su modo de desplazamiento y lejos de usar el coche, la bicicleta o el autobús, han optado por el tren; por algo será.

Sin ir más lejos, el miércoles pasado un jabalí de gran tamaño merodeaba por la estación de Villalegre, aunque no fue capaz de subirse al tren. Cosa que sí consiguieron las ocas silenciosas que auguraban la campaña promocional de la UCAYC, con la que ésta intenta fomentar el consumo frente a la crisis, haciendo caso así a los consejos de nuestros políticos que nos incitan a consumir, aunque difícilmente podremos consumir si no es segura la entrada en nuestras casa de un sueldo a fin de mes. En cualquier caso, no se le puede quitar mérito a la capacidad creativa de los comerciantes de nuestra comarca. Está comprobado que cuando escasean los medios, aumenta la creatividad.

Creatividad que bien podría extenderse entre nuestros dirigentes (una creatividad sensata, claro está) y ayudarles a ver un camino definitivo para que no nos pase como al jabalí de Villalegre, que no pudo llegar en tren a San Juan de Nieva. Llevamos muchos años buscando la mejor manera de deshacernos de la barrera que supone la vía férrea en nuestra ciudad. Y ahora que hasta los animales se acercan al tren, ¿vamos a tener nosotros que despedirlo sólo a la entrada de la villa?

En muchas ciudades de España se soterran vías y carreteras para mejorar el entorno y la calidad de vida de los ciudadanos. Quizá nosotros, aprovechando que los animales deciden pasearse por Avilés, debamos pedirles consejo a los topos que, esquivando con paciencia cualquier dificultad, saben llegar mediante túneles al otro lado con buen pie, quiero decir con buena pata.

martes, 14 de abril de 2009

Será por santos

Será por santos

Al nuevo invitado de El Bollo, San Balandrán, cabe pedirle que no se lleve más altos hornos



ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Ya está, se acabó la Semana Santa. Hubo para muchos gustos, no para todos porque está claro que la lluvia nos dejó a algunos en casita y con ganas.

Avilés cumplió con la tradición, por un lado la religiosa, con sus procesiones declaradas de interés regional, por otro con sus ciento dieciséis años de fiesta de hermandad, que aunque ya no sepamos con quién tenemos que «amigarnos» no por eso vamos a dejar de comer el bollo o salir a ver las carrozas (a no ser, claro, que tengamos que luchar contra los elementos, que contra ésos no pudo ni la Armada Invencible).

Carrozas que han evolucionado como la historia de esta villa nuestra, en las que hubo un tiempo que igual daba vestirse de asturiana que de sevillana para salir en ellas. Sinceramente no conozco el motivo de este último atuendo, pero así sucedía cuando yo era niña (claro que cuando yo era pequeña se ponían figuritas de toros y sevillanas encima del televisor en blanco y negro, que sólo se veía en color si se le fijaba a la pantalla una especie de plástico semitransparente con franjas horizontales con los colores del arco iris, pero ésa, seguramente, es otra historia).

Pasaron los años, hubo una época de carrozas mucho menos artísticas, hechas desde los barrios y con aires reivindicativos. Ahora se podría decir que tenemos «carrozas de autor». Los tiempos cambian.

Pero a nosotros los cambios no nos incomodan, sobre todo si aportan alegría, buen ambiente y si hay comida de por medio. Basta ver cómo ha crecido el número de comensales de la «comida en la calle» en sus breves años de historia.

Para añadir la guinda al pastel festivo, nos viene a visitar este año un santo, que dicen que lo hizo hace mucho tiempo y que ya me cae bien, sin conocerlo, porque tiene el nombre de la playa de mi infancia: San Balandrán.

Sólo espero que, como santo que es, sea también milagroso, para pedirle que nos devuelva su playa a los avilesinos, que podamos disfrutar de la arena y del agua en ese rincón de la ría que se llama como él y que, a ser posible, no se lleve más altos hornos, que un santo no puede ser rencoroso y que, aunque en su momento la siderurgia prácticamente hubiese hecho desaparecer su playa, un milagro pequeño nos lo puede dejar todo, que los asturianos seguimos teniendo que comer.

martes, 31 de marzo de 2009

Avances

Avances


De las computadoras que ocupaban habitaciones enteras hemos pasado a la cotidianeidad de la informática



ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Esta misma semana, en una entretenida charla, nos preguntábamos cómo habíamos podido sobrevivir tantos años sin ordenadores, teléfonos móviles y demás avances tecnológicos.

Hasta hace pocos años vivíamos en una ignorancia que resultaba lenta de suplir teniendo que buscar la información en enciclopedias que no solían estar en nuestras casas, con lo rápido y fácil que nos resulta ahora acceder a cualquier buscador en internet. Incluso para el cotilleo nos es útil estar conectados a la red.

Recordábamos, con una indulgente sonrisa, cómo eran aquellas computadoras «avanzadísimas» que mostraban las películas allá por los setenta. Ocupaban habitaciones enteras, se llenaban de luces parpadeantes y sonidos metálicos para terminar escupiendo una información, eso sí, increíblemente exacta, que maravillaba a aquellos niños que éramos y nos hacía soñar con un fantástico futuro.

Lo que no podíamos imaginar es que aquellas «computadoras» llegasen a ser en pocos años nuestros ordenadores personales, nuestra fuente de información más «sencilla» (por la posibilidad de acceder a ella desde el propio hogar).

Hemos avanzado claramente en el acceso a la información, y nos hemos acostumbrado con rapidez a este acercamiento cotidiano a todo tipo de datos. Hasta tal punto es así que vemos como totalmente natural acceder desde casa al catálogo de libros de cualquier biblioteca, a la cuenta del banco, a la prensa escrita, etc.

Precisamente por eso resultaba más chocante que en ocasiones uno tuviese que llevarle al médico de familia una copia de la copia del informe del médico especialista que le había visto en el hospital. Eso, claro, en el caso de que al paciente, le hubiesen entregado algún tipo de informe.

Aunque parezca un tanto metafórico, supone un cierto alivio acercarse al centro de salud con cualquier malestar inoportuno y no tener que explicar cada una de las molestias y enfermedades que se han padecido en los últimos años, porque sea quien sea el facultativo que te atiende va a encontrar, en su ordenador, tu historial médico.

Siempre me pareció una pena que no dispusiésemos de un sistema parecido que acercase esa información a cualquier centro sanitario de Asturias, incluso del resto de España. De alguna manera estábamos desprotegidos si se nos olvidaba contar algo de nuestro historial médico en alguna urgencia alejados de casa.

Pero parece que, aunque poco a poco, todo llega, y el programa informático Selene que se implantará en el Hospital San Agustín nos va acercando a ese futuro mágico y cómodo con el que nos hacían soñar las películas de nuestra infancia.

martes, 17 de marzo de 2009

De alergias y bicis

De alergias y bicis


Avilés pone bicicletas como alternativa al coche, pero ir de Avilés a Villalegre pedaleando es jugársela



ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Ya es primavera en los «grandes almacenes», ya empieza a relegar en los escaparates a los saldos y restos de rebajas la ropa, zapatos o complementos que pondremos los próximos meses. Anticipando así el deseo que todos tenemos de dejar a un lado abrigos, bufandas, botas, días grises y pocas horas de luz.

Casi es primavera también para las margaritas, las gramíneas y todo tipo de plantas que polinizan a diestro y siniestro en plena efervescencia procreadora. Es, pues, la antesala de las alergias, que dicen que este año serán muchas y muy intensas por la abundancia de lluvias. ¿Quién lo iba a decir? Lo que es bueno para el campo y para nuestros pulmones en invierno permitiéndonos respirar sin tanta polución a la larga es nefasto para nuestro sistema inmunológico y nuestras vías respiratorias, produciéndonos un sinfín de reacciones enormemente molestas.

Y es que dicen que llevamos una vida tan aséptica e higiénica que reaccionamos erróneamente y en exceso ante cualquier pequeña «contaminación» del exterior. Parece ser que a nuestros antepasados, que vivían más pegados a la tierra, no les afectaban el polen, el polvo o el contacto con los animales de compañía. No deja de tener cierta «inquina» que las generaciones de niños que hemos crecido respirando la contaminación de la fabricota, de los que no se puede decir precisamente que respirásemos un aire ni higiénico ni aséptico, padezcamos en un porcentaje altísimo problemas de alergias y asmas. Supongo que con el tiempo alguien estudiará nuestros perfiles médicos y llegará a alguna conclusión (inútil ya para nosotros) que desvelará si tuvo alguna consecuencia especial la atmósfera contaminada por la industria o nos hubiera hecho el mismo efecto la de los coches, sin más aditamentos.

Pues parece ser que seguimos con un altísimo grado de contaminación en el aire. Es una lucha constante ante la que no deberíamos bajar la guardia y cubrir todos los frentes que se vayan abriendo, sin relajarnos porque la reconversión y la crisis indirectamente hubiesen mejorado la calidad del aire. Está claro que no es suficiente. Nos aconsejan que usemos menos el coche y más otros medios de transporte alternativos. El Ayuntamiento ha puesto a nuestra disposición algunas bicicletas, pero la iniciativa no puede ser todo lo motivadora que debiera, ya que nos falta lo esencial: el carril-bici que recorra no sólo la ciudad, sino toda la comarca. Ahora mismo, intentar ir de Avilés a Villalegre en bici, por ejemplo, es jugarse la vida sin otro motivo que la salud y la ecología. Que no es que sean poco importantes, pero en ningún caso suficientes para justificar el riesgo que correríamos circulando así por las carreteras.

Sólo esperar que las alergias sean estacionales y no nos impidan buscar soluciones eficaces para mejorar nuestra salud.

martes, 3 de marzo de 2009

Autopistas

Autopistas


En este tiempo en el que todo va a alta velocidad lo recomendable es caleyar


ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Dicen que el Estado del bienestar de un país se mide por cómo son sus carreteras, por la cantidad de autopistas que tiene. Buena parte de nuestra calidad de vida descansa en lo rápido que podemos viajar de un lugar a otro, por eso creamos todo tipo de autopistas, haciendo que el término pase a significar «viaje directo y sin interrupciones».

Viajamos sin escalas a través de las «autopistas de la información», que nos han facilitado tanto la comunicación entre partes muy alejadas del mundo que nos han brindado la posibilidad de acercarnos, sin salir de casa, a conocimientos e incluso entretenimientos que unos pocos años atrás sólo podíamos imaginar. Aunque el término ya no sea el apropiado, la metáfora sigue resultando muy útil.

Durante mucho tiempo otros caminos nos unían sin atascos, las «autopistas de hierro». No siempre eran rápidas, los viajes largos podían hacerse interminables si los trenes paraban en todas las estaciones. Aunque, eso sí, cuanto más largo era el viaje más posibilidades había de conocer gente nueva. Y si a uno le cansaba un poco la conversación, siempre quedaba el recurso de pasear por los vagones. Ahora los trenes de Alta Velocidad van dejando a su paso estaciones fantasma, nombres de antiguos nudos ferroviarios que apenas podemos leer entre la ventanilla y la velocidad.

Estos días se habla de una nueva «autopista del mar» que unirá Gijón con el puerto francés de Nantes. Llevará camiones con mercancías que podrán luego moverse por Francia, pero también turistas. Incluso las aves siguen «autopistas de viento» en sus vuelos migratorios, ¿cómo no íbamos a usarlas nosotros para cruzar mares y continentes?

El sentido del viaje ya no es disfrutar del camino, sino llegar, cada vez con menos paradas y menos contacto con el entorno. Yo misma quiero terminar un viaje antes incluso de empezarlo, agradezco que los kilómetros se deslicen rápidos y el destino aparezca pronto. He perdido la vieja costumbre de pararme en cualquier pueblo a estirar las piernas, de sorprenderme con un paisaje o un ambiente que no estaba previsto en el itinerario. Ahora para descansar en un viaje largo están las áreas de servicio, nada que ver con los restos de un castillo al fondo de aquel pueblo pequeño que apenas aparece en el mapa, pero muy útiles para no perder tiempo.

Y aun así, podemos tenerlo todo, porque, aunque sea el fin de semana, vivimos en un paraíso donde para salir a caleyar no es imprescindible desplazarse por autopistas.

martes, 17 de febrero de 2009

"De espaldas al mar"

"De espaldas al mar"

La ría debe ser el principal motivo de orgullo de Avilés, que ahora vuelve a mirar a su estuario


ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Hay días en los que al bajar del tren, de golpe, como un amigo inesperado en quien ya no pensabas, me llega el mar. Con su olor cálido y conocido, acogedor y seguro como un hogar. Me recuerda que a pocos metros de las vías está el agua salada, y los barcos veleros en el puerto deportivo, y las gaviotas. Me recuerda que aún quedan pescadores y me hace notar una grata sensación de felicidad, como quien encuentra un objeto de la infancia que creía perdido.

En la mayoría de las comarcas costeras se edifica con vistas al mar, en Avilés a nuestro mar, que es la ría, le damos la espalda, lo hacemos de menos como si él nos hubiese defraudado y no fuese exactamente al contrario. Ni siquiera nuestro marino más reconocido, don Pedro Menéndez, mira al mar desde su estatua, él no le da la espalda, pero, aunque obligado, se puede decir con propiedad que le da de lado.

Quién sabe si con estas visitas de eminencias «hollywoodienses» no veremos cualquier día a nuestro conciudadano don Pedro en la «gran pantalla» burlando con gracia y maña a piratas franceses a lo largo de la costa cantábrica. Después de todo eso fue lo que hizo en sus primeros años de marino allá por 1544. No le veo yo mayor mérito a los piratas del Caribe que a los del Cantábrico. Si acaso, aquí la mar todavía nos lo pone más difícil. ¿Que los métodos de entonces no eran precisamente pacíficos? No lo eran para nadie. Y por desgracia para muchos hoy día siguen sin serlo.

Pero no es el «Adelantado de la Florida» lo que más debe enorgullecernos, al fin y al cabo fue un hombre, y como tal una anécdota en la Historia. Es nuestra propia ría, un estuario natural que nos ha proporcionado durante muchos siglos una buena manera de superar las crisis, que las ha habido siempre ¿quién lo duda? Y ese cañón de Avilés, del que algunos comienzan a tener noticia ahora, pero que lleva ahí más tiempo que el ascendiente más antiguo al que seamos capaces de volver en nuestro árbol genealógico. Habitado por unos convecinos tan curiosos y temibles como los calamares gigantes del magnífico Julio Verne.

Parece que vamos despertando de esta manía nuestra de dar la espalda a lo que tendríamos que mirar de frente. Aunque ha tenido que venir para ello un marino de otros mares, llamado Niemeyer.

¡Bienvenido sea!

martes, 3 de febrero de 2009

Límites

Límites


Nada me haría imaginar mejores ríos que los que acompañaban mis tardes de verano


ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Cuando se es una niña el mundo es pequeño porque es abarcable, es una certeza de futuro: podremos verlo todo, poseer todo lo deseado porque no habrá nada imposible. Pero también es grande, porque lo que caminamos, olemos y dominamos parece inmenso, un espacio que, por conocido y por nuestro, nos llena plenamente.

Así, por ejemplo, ir «de merienda» a la fuente «Santos» era toda una aventura. La libertad de hacerlo solos, la algarabía de los chavales que incluso se mojaban en el agua del regato; aunque a mí me parecía todo un río en condiciones. No sabía yo entonces lo anchos que pueden ser los ríos. Para abarcar toda el agua estaba el mar, el oficio del río era ser una corriente alegre, que arrastraba las hojas de los árboles a modo de barquitos con destinos lejanos y dejaba, casi siempre, ver las piedras del fondo. Ya digo lo grande que de niños hacemos lo pequeño. Entonces sin límites.

Nada me haría imaginar mejores ríos que los que acompañaban mis tardes de verano. He llegado a verlos mucho más anchos, más profundos y majestuosos, pero no sé qué pasa que ante todos siento el mismo temor, será que ninguno me deja ver las piedras de su fondo.

Ya no iba con mis amigos de merienda a ninguna fuente cuando leí aquel poema que recuerdo tan revelador: «Hay una línea de Verlaine que no volveré a recordar/ (?) / Entre los libros de mi biblioteca (estoy viéndolos)/ hay alguno que ya nunca abriré». Esos versos que Borges dice recuperar de Julio Platero Haedo no me han dejado volver a sentir la vida de la misma manera, ¿cómo saber qué libro, de mi biblioteca, ya nunca más volveré a abrir? Es extraño, misterioso o casual, no sé, cómo a veces unas simples palabras se nos enquistan en la razón para siempre. O en la sinrazón tal vez.

Quizás por eso, porque me niego a abandonar a su suerte a aquella niña que iba de merienda unos metros más allá de su casa como a una aventura, es que cuando viajo no me importa dejar cosas sin ver «para la próxima vez». Porque, aunque me dé vergüenza decirlo en voz alta, me siguen asustando esos ríos aparentemente tan quietos y tan profundos que me aseguran, serios, que «hay una línea de mi vida que no volveré a recordar».

Entonces me permito anotar en esta agenda mía y de ustedes aquello que no quiero olvidar. Y que prefiero los ríos que cantan, por alegres, a los que susurran.

martes, 20 de enero de 2009

Rebajas, rebajas

Rebajas, rebajas


El descenso de precios debería aplicarse a todo aquello que sí necesitamos: los pisos, el gas o la electricidad



ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Ella buscaba una falda marrón, pero este invierno no parecía que ése hubiese sido el color de moda; muchas tiendas, muchos probadores y, al fin, una que parecía servirle no era exactamente lo que ella buscaba, pero ¡era marrón y estaba tan rebajada! Lo siguiente, ajustarla un poco de aquí y de allá, y en cuatro días, lista para recoger en la tienda. Pero al llegar a casa no le quedaba como ella esperaba, y ahora ya no la podía cambiar, quizá la ponga una vez o dos, pero seguramente acabará en un paquete de esos que hacemos cada temporada con la ropa que lleva rodando por casa años sin que nadie la use y entregamos a alguna asociación benéfica para paliar un poco el sentimiento de culpa que nos queda al haber despilfarrado el dinero.

Aunque no sólo «ellas» se dejan atraer por esa palabra que nos nubla el sentido, también a «ellos» les afecta cuando, por ejemplo, compran esos zapatos tan rebajados que al final nunca dan de sí lo suficiente y acaban en el mismo paquete que la falda marrón.

Y es que estos días nos rodea desde los escaparates de las tiendas una palabra con poderes esotéricos, que nos deja sin voluntad y nos incita a consumir y a comprar: rebajas, rebajas.

Eso no está mal, dicen que a mayor consumo, menos crisis, y con lo que se nos está viniendo encima, será bien recibido cualquier antídoto para esta situación. Sólo espero que el ejemplo cunda en otros ámbitos de nuestra vida más necesarios que la falda marrón o los zapatos estrechos. Estoy esperando («ellas» y «ellos» sé que también) a que se extienda la temporada de rebajas. Por ejemplo, febrero puede ser el mes de los pisos, marzo el de los transportes públicos, abril el de la electricidad, mayo el del gas, junio el del teléfono, julio y agosto de las frutas y verduras, septiembre el de los libros de texto, octubre el del pescado (y no el atrasado, por supuesto), noviembre el de todo tipo de carnes y diciembre el de las listas de espera en la sanidad (lo digo por aquello de cuadrar el año).

¿No dicen que a mayor consumo menos crisis? ¿O es que sólo se rebaja lo que no nos es imprescindible? Quizá si nos rebajasen un poco todo aquello que necesitamos y tiene precios abusivos podríamos darnos un capricho de vez en cuando y los comerciantes de nuestro pueblo no tendrían que ponerlo todo al cincuenta o al setenta por ciento cuando llega enero.

¡Paradojas que tiene la vida!

martes, 6 de enero de 2009

Noche de Reyes

Noche de Reyes


Cuando abra mi paquete espero encontrar, envuelta con un gran lazo, la ilusión que me devuelva la creencia de que es posible recibir regalos imposibles



ESPERANZA MEDINA Año nuevo, vida nueva. No siempre tiene por qué ser así. A una (es decir, a mí misma) podría hacerle ilusión seguir más o menos con la vida que había llevado hasta ahora, pero desde hace unos meses planea en torno nuestro una amenazante palabra que, a modo de borrasca, los políticos auguran que pasará sin dejar desperfectos.

Pero eso de la crisis no es un fenómeno natural, ni un vocablo abstracto que nuble un tiempo nuestro cielo sin afectarle a nadie en concreto. Nuestra crisis tiene causas y culpables, no se debe exactamente a frentes fríos o calientes que se acercan por el Atlántico. Ni pasará como el orbayu o la niebla, cuyas peores consecuencias son que no hayamos podido ir a la playa. Este «seudohuracán» dejará hombres y mujeres sin trabajo, con nombres y apellidos, vecinos, amigos o incluso alguno de nosotros que ahora mismo todavía nos sentimos intocables por la adversidad.

Empiezo a conocer personas que se quedan en paro «una temporada» hasta que esto pase, pero nada garantiza que la temporada sea breve o que realmente después para ellos se solucionen las cosas.

Y es que no puedo dejar de pensar que esta crisis no viene del viento frío del Polo ni del tórrido del Sáhara, sino que, según los expertos, la situación a la que ha llegado España es debida al modelo de crecimiento de los últimos años, basado fundamentalmente en la construcción y en una financiación cómoda, cuando los precios suben en exceso desciende el consumo, lo que repercute en la empresa inmobiliaria, que provoca un elevado número de parados. La crisis global parece ser fruto de la manipulación y la estafa de unos pocos utilizando el sistema financiero vigente.

Y es posible que algunos gobiernos consigan compensar en parte las pérdidas de los bancos y las grandes empresas y a modo de generosos y ecuánimes Reyes Magos vayan dejando en cada casa un poco de ilusión para que podamos sentirnos bien al menos una noche.

Pero es que yo, una vez que mi querida profesora doña Eulogia, a los 7 años, me contó el verdadero y humilde origen de los tres reyes (humilde al menos en mi caso), dejé de tener interés en las cabalgatas, los desfiles brillantes y hasta en los caramelos recogidos del suelo entre manos de chiquillos y de algún que otro adulto avispado.

En fin, que esta noche han pasado los Reyes Magos por mi casa, los de verdad, y cuando dentro de un rato abra mi paquete espero que me hayan dejado, envuelta con un gran lazo, la ilusión que me devuelva la creencia de que podemos recibir regalos imposibles.