martes, 20 de noviembre de 2012

Nuevos mensajes


Las formas de escritura en internet ya asustan


ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA

Estoy empezando a asustarme, años de lecturas, de redacciones, de memorizar y comparar palabras se están quedando en nada cuando dudo, de repente, de cómo debo escribir una palabra de uso bastante habitual.

Luego, con calma, la escribo en un papel y recupero un poco mi cordura al comprobar que sigue «sonándome» mejor con «b» que con «v», o al revés. Y es que cada vez convivo más en con esta nueva versión del lenguaje en que todo vale: se simplifican los sonidos y se escriben tal cual suenan, se alteran las reglas de ortografía para poner o quitar elementos en las palabras según convenga, hasta el punto de hacerlas irreconocibles en ocasiones a alguien como yo que ha aprendido a leer y escribir con un método totalmente acorde a lo que mandan los cánones lingüísticos.

Y no es que yo esté en absoluto en contra de que cada uno reinvente el idioma para su uso y disfrute personal, a condición de que no generalice esa práctica a todos las situaciones escritas de la vida, cotidiana o no, eso es lo de menos. La creatividad siempre me ha parecido la mejor arma posible para el crecimiento personal, el disfrute y, si me apuran, hasta la propia economía. Pero no estoy muy segura de que todas estas modificaciones en la grafía del castellano se deban a un acto creativo consciente y no a una simple y llana dejadez total.

Solemos aprender la gramática, la sintaxis, la ortografía de cualquier lengua, no sólo de la nuestra, a fuerza de acostumbrarnos a verla escrita. Nuestros ojos llevan al cerebro, a base de insistencia, unas determinadas combinaciones de letras que nos resultan más familiares que otras, que nos ayudan a recordar qué forma es correcta y cuál no. Desengañémonos, no todo en la escritura es un acto reflexivo, nos puede la gran parte mecánica que empieza a tener grietas con la cantidad de textos que, por ejemplo, circulan por internet y se van haciendo habituales a los ojos de la que suscribe.

Me asusta sobre todo el baile de la hache, la he visto acompañar a signos imposibles, bailar en ciertos nombres hasta la extenuación: «Ahinoa, Ainoha, Ainhoa». Lo he leído ya de tantas formas que casi no sé a qué atenerme. De hecho ya no me atrevo a escribir el nombre de nadie sin preguntar previamente, no sea que haya variado tanto que yo acabe haciendo el ridículo. Y eso sin contar las vacilaciones a las que nos lanza la Real Academia Española con tanto cambio. Un sinvivir.

martes, 6 de noviembre de 2012

Mesura



La juventud está perdida, pero para los que la hemos dejado atrás

ESPERANZA MEDINA ESCRITORA

Es muy complicado ser objetivo cuando se trata de valorar, recordar o incluso revivir las propias experiencias. Solemos tener una tendencia históricamente natural a considerar nuestra época, nuestras costumbres, nuestra juventud o nuestra infancia muy por encima de la que se vive en el momento actual.

He ido viviendo, a través de los años y de forma paciente, las consabidas: «la juventud está perdida», «en mi época nos sabíamos divertir, no como ahora», etcétera. Al principio iban dirigidas a mi persona y la de mi grupo de amigos. «Ya están estos carcas, pensábamos, qué sabrán ellos de divertirse a sus años».

Pero todo llega, por suerte (no poder contarlo siempre es mala señal). Y ahora, cuando mis amistades y yo hemos entrado ya en esa edad en la que los jóvenes nos miran raro si nos disfrazamos en Carnaval, en la que se ríen cuando nos ven bailar porque nuestro estilo no tiene nada que ver con el que se lleva, ahora, inevitablemente, y aunque no hubiésemos querido caer en el tópico, nos tocaría decir aquello de «la juventud está perdida». Y en el fondo es cierto, está perdida para nosotros, que la hemos dejado acurrucada unas cuantas décadas atrás, en el semiolvido.

Porque si no nos engañase ese velo conciliador que nos tamiza la memoria, haciéndola totalmente selectiva, recordaríamos cómo eran aquellos tiempos de los años ochenta y alrededores, con pandillas que podían increparte en la calle, que se peleaban entre ellas en cualquier fiesta, incluso con navajas y los famosos «nunchacos» de Bruce Lee. Sobrevivimos a esa violencia callejera sin tener conciencia de que lo era.

Eso, por supuesto, no alivia mi preocupación por lo que pueda ocurrir en la calle a mis hijas, pero me hace reflexionar y ser más comedida en mis opiniones.

Tampoco la estética de algunos jóvenes me sorprende, no puedo considerarla extravagante o patética. Únicamente tengo que volver la vista atrás y recordar la música y la imagen de los artistas con los que bailábamos en las discotecas, totalmente entregados a su música, encandilados por su estética (aunque ahora no nos atrevamos a confesarlo). Sirva sólo como ejemplo Tino Casal, Alaska, Boney M o David Bowie.

Completen ustedes conmigo el examen de aquellos tiempos, complicados, pero felices. Y si es que hemos sido un tanto desmesurados en nuestros actos juveniles, no nos vendría mal un poco de mesura a la hora de juzgar a los otros. En cualquier campo.