martes, 25 de diciembre de 2012

Cuentos troquelados

Esta semana mi artículo ha salido el domingo 23 de diciembre en la edición impresa pero no en la digital, por lo que lo reproduciré a continuación.



CUENTOS TROQUELADOS

Entonces soñaba con otros formatos, con tapas de cartón recortadas en los bordes, igual que las páginas. “Cuentos troquelados”, se llamaban. Tardé muchísimo en saber qué significaba aquello,  pero intuía que algo los hacía diferentes.  Quizás la magia que guardaban dentro saliese de ellos a través de aquella palabra extraña y por la que yo no me molesté en preguntar a ningún adulto. Tal vez porque temía que saber entonces lo que significaba lo habría convertido en demasiado prosaico, y yo siempre he preferido soñar. 

La portada del primero que recuerdo tenía relieves, me gustaba tocarlo despacio, liso y abultado a la vez. Era otra forma de sentir emociones  con aquellos cuentos sencillos y maravillosos de mis primeros años. 

Después llegó a mí uno que traía incorporado un pequeño juguete que se podía separar y le proporcionaba a la historia muchas más posibilidades: una varita azul de plástico de unos diez centímetros de largo, por supuesto completamente mágica. De qué otra forma si no se podría explicar que aún pueda estar leyéndolo ahora, mientras escribo esto, sintiendo la lluvia que empapa al joven príncipe “Nix” y el hechizo de “Dorita” que transforma en rana al fiero gigante “Trompicón”. 

El año de edición era 1967, el año en que llegó a mí ya no lo recuerdo. Supongo que no demasiados después. Está gastado y con las hojas despegadas. En otro tiempo mi abuela me las habría cosido con un poco de lana para que yo pudiera seguir leyéndolo, seguir soñando con sus hermosas ilustraciones. Pero aunque ahora puedo hacerlo yo, no quiero arreglarlo. Lo miro con mucho cuidado, no hay peligro de que se estropee. Y ya no veo en él la ensoñación de lo que puede ser, del futuro que lo alcanza todo, sino del pasado. La certeza de que no se ha evaporado por completo aquella niña que soñaba con escribir historias maravillosas rodeadas de imágenes increíbles y a todo color. En un mundo en el que las fotos de la realidad sólo llegaban al blanco y negro.

Entonces habría bastado con un sencillo cuento troquelado. Nada que ver con el formato del otro libro que ahora mismo también tengo a mi lado: “El constipado del Sol”, un precioso álbum ilustrado por Elena Fernández sobre un texto mío.  

No pude evitar acariciarlo cuando la editorial, PINTAR-PINTAR,  me trajo el libro por primera vez, como hacía en aquel tiempo. Como he hecho siempre. 

Quien crea que los libros sólo son para los ojos está muy equivocado.


martes, 4 de diciembre de 2012

De profesión, maestra.

Las virtudes de la enseñanza a los más pequeños

ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POOETISA

  La semana pasada estuve compartiendo con alumnado de 5.º de Primaria parte de una de mis lecturas favoritas del escritor Gonzalo Moure: «Lili Libertad». Supongo que a estas alturas quienes me siguen un poco ya saben lo mucho que disfruto compartiendo literatura, sobre todo con los pequeños. Sólo ante ellos se vuelve a producir la magia de la ilusión de la primera vez con el texto que tantas veces hemos saboreado nosotros y que ellos aún no conocían.

Mi lectura y las preguntas que vinieron después formaban parte del trabajo que su profesora les propone en Lengua y para los que los maestros del colegio irán escogiendo y leyéndoles diversos textos. La literatura no tiene edad, por eso es tan importante saber que la compartimos a pesar de la cantidad de cumpleaños que nos separen.

Dentro de la preparación de la entrevista posterior a la lectura, entre otras cosas, me preguntaron si para mí ser maestra era un trabajo. Como estoy convencida de que no hay que presentarles un mundo idealizado, sino el mundo real y cotidiano, del que también se puede disfrutar, fui totalmente sincera y les expliqué que hay días en las que quizás prefiriera quedar en casa, pero como trabajo de maestra, no me queda más remedio que salir hasta el colegio. En realidad cuando yo era pequeña mis ideales laborales eran otros muy distintos (ellos lo saben ya).

Pero para seguir siendo justa con esa sinceridad tengo que confesar que me gusta trabajar como maestra porque me encanta aprender de mis alumnos. Y no es un tópico. Hay momentos en que disfruto en la escuela como si me hubiesen regalado unas vacaciones en una playa tropical.

Debo reconocer que en ocasiones hay cierto caos sonoro en el ambiente del aula que me hace terminar la jornada un poco más afónica, pero en otras los afectos espontáneos, las ideas novedosas (aplastantemente lógicas e ingenuas) me regalan esa sonrisa que me ensancha tanto por dentro.

Otras veces simplemente toca observar y callar, permanecer en silencio para no meter la pata y llegar a comprender de nuevo el mundo que nos rodea. Suele ser cuando de lo que se trata es de la expresión artística. Ha habido tantas veces en que nuestros prejuicios adultos nos han equivocado de camino, que es de agradecer, y mucho, que sean los niños y las niñas más pequeños quienes nos lo descubran de nuevo.

Entonces sólo queda dar las gracias por haber acertado al escoger esta profesión de maestra.

martes, 20 de noviembre de 2012

Nuevos mensajes


Las formas de escritura en internet ya asustan


ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA

Estoy empezando a asustarme, años de lecturas, de redacciones, de memorizar y comparar palabras se están quedando en nada cuando dudo, de repente, de cómo debo escribir una palabra de uso bastante habitual.

Luego, con calma, la escribo en un papel y recupero un poco mi cordura al comprobar que sigue «sonándome» mejor con «b» que con «v», o al revés. Y es que cada vez convivo más en con esta nueva versión del lenguaje en que todo vale: se simplifican los sonidos y se escriben tal cual suenan, se alteran las reglas de ortografía para poner o quitar elementos en las palabras según convenga, hasta el punto de hacerlas irreconocibles en ocasiones a alguien como yo que ha aprendido a leer y escribir con un método totalmente acorde a lo que mandan los cánones lingüísticos.

Y no es que yo esté en absoluto en contra de que cada uno reinvente el idioma para su uso y disfrute personal, a condición de que no generalice esa práctica a todos las situaciones escritas de la vida, cotidiana o no, eso es lo de menos. La creatividad siempre me ha parecido la mejor arma posible para el crecimiento personal, el disfrute y, si me apuran, hasta la propia economía. Pero no estoy muy segura de que todas estas modificaciones en la grafía del castellano se deban a un acto creativo consciente y no a una simple y llana dejadez total.

Solemos aprender la gramática, la sintaxis, la ortografía de cualquier lengua, no sólo de la nuestra, a fuerza de acostumbrarnos a verla escrita. Nuestros ojos llevan al cerebro, a base de insistencia, unas determinadas combinaciones de letras que nos resultan más familiares que otras, que nos ayudan a recordar qué forma es correcta y cuál no. Desengañémonos, no todo en la escritura es un acto reflexivo, nos puede la gran parte mecánica que empieza a tener grietas con la cantidad de textos que, por ejemplo, circulan por internet y se van haciendo habituales a los ojos de la que suscribe.

Me asusta sobre todo el baile de la hache, la he visto acompañar a signos imposibles, bailar en ciertos nombres hasta la extenuación: «Ahinoa, Ainoha, Ainhoa». Lo he leído ya de tantas formas que casi no sé a qué atenerme. De hecho ya no me atrevo a escribir el nombre de nadie sin preguntar previamente, no sea que haya variado tanto que yo acabe haciendo el ridículo. Y eso sin contar las vacilaciones a las que nos lanza la Real Academia Española con tanto cambio. Un sinvivir.

martes, 6 de noviembre de 2012

Mesura



La juventud está perdida, pero para los que la hemos dejado atrás

ESPERANZA MEDINA ESCRITORA

Es muy complicado ser objetivo cuando se trata de valorar, recordar o incluso revivir las propias experiencias. Solemos tener una tendencia históricamente natural a considerar nuestra época, nuestras costumbres, nuestra juventud o nuestra infancia muy por encima de la que se vive en el momento actual.

He ido viviendo, a través de los años y de forma paciente, las consabidas: «la juventud está perdida», «en mi época nos sabíamos divertir, no como ahora», etcétera. Al principio iban dirigidas a mi persona y la de mi grupo de amigos. «Ya están estos carcas, pensábamos, qué sabrán ellos de divertirse a sus años».

Pero todo llega, por suerte (no poder contarlo siempre es mala señal). Y ahora, cuando mis amistades y yo hemos entrado ya en esa edad en la que los jóvenes nos miran raro si nos disfrazamos en Carnaval, en la que se ríen cuando nos ven bailar porque nuestro estilo no tiene nada que ver con el que se lleva, ahora, inevitablemente, y aunque no hubiésemos querido caer en el tópico, nos tocaría decir aquello de «la juventud está perdida». Y en el fondo es cierto, está perdida para nosotros, que la hemos dejado acurrucada unas cuantas décadas atrás, en el semiolvido.

Porque si no nos engañase ese velo conciliador que nos tamiza la memoria, haciéndola totalmente selectiva, recordaríamos cómo eran aquellos tiempos de los años ochenta y alrededores, con pandillas que podían increparte en la calle, que se peleaban entre ellas en cualquier fiesta, incluso con navajas y los famosos «nunchacos» de Bruce Lee. Sobrevivimos a esa violencia callejera sin tener conciencia de que lo era.

Eso, por supuesto, no alivia mi preocupación por lo que pueda ocurrir en la calle a mis hijas, pero me hace reflexionar y ser más comedida en mis opiniones.

Tampoco la estética de algunos jóvenes me sorprende, no puedo considerarla extravagante o patética. Únicamente tengo que volver la vista atrás y recordar la música y la imagen de los artistas con los que bailábamos en las discotecas, totalmente entregados a su música, encandilados por su estética (aunque ahora no nos atrevamos a confesarlo). Sirva sólo como ejemplo Tino Casal, Alaska, Boney M o David Bowie.

Completen ustedes conmigo el examen de aquellos tiempos, complicados, pero felices. Y si es que hemos sido un tanto desmesurados en nuestros actos juveniles, no nos vendría mal un poco de mesura a la hora de juzgar a los otros. En cualquier campo.

martes, 23 de octubre de 2012

Autorreciclaje

La crisis, indirectamente, nos hace incorporar algunos nuevos y buenos hábitos


Autorreciclaje


 
ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Parece ser que en los últimos tiempos los avilesinos reciclamos menos, dato que podría indicar que el cambio de nuestros conciudadanos estuviese originado por un creciente menosprecio al cuidado del medio ambiente. Pero nada nos lleva a considerar que ése es el motivo, sino uno mucho más preocupante: el descenso del consumo.

La crisis, que parece una palabra ajena, un pájaro de mal agüero que nos sobrevuela constantemente y del que no somos capaces de librarnos, es sencilla y llanamente la disminución de ingresos, el paro, la dificultad para llegar a fin de mes. Más aún, la dificultad para llegar a mediados de mes.

No es que seamos menos ecológicos, sino que tenemos menos que tirar. De hecho, generamos menos basura. Cosa que quizá nos agradezca la naturaleza, pero que no se debe, por desgracia, a una agudizada conciencia conservacionista del entorno natural. Simplemente tenemos menos de todo, incluyendo la basura.

Pero dicen que la crisis agudiza el ingenio, eso debe ser bueno, creo. Aunque a nosotros por lo que parece que nos ha dado ha sido por estudiar, por estudiar idiomas. En concreto, lo que más nos interesa es manejarnos con soltura en inglés (aunque el alemán y el chino llaman también bastante nuestra atención).

Al parecer las academias de idiomas y las escuelas oficiales han recibido estos primeros meses del curso un aumento grande de solicitudes. Hasta un cuarenta por ciento, decía hace unos días una noticia de este mismo periódico. Quizás es la necesidad la que obliga o que al fin hemos comprendido que los españoles podemos aprender cualquier idioma, por «difícil» que nos parezca. Miren, si no, lo bien que se nos da hablar castellano, con lo complicado que puede llegar a ser para un extranjero, por ejemplo.

A mí siempre me han gustado los idiomas, aunque debo confesar que quizá no me he esforzado todo lo que debiera en aprender aquellos a los que me he acercado, y que suelo achacar a mi «falta de oído» las dificultades que voy encontrando en la pronunciación. Procuraré enmendarlo, así que toca reciclarse.

Ya ven que, aunque disminuya el reciclaje de residuos, aumenta el personal. El motivo parece el mismo: la crisis, la necesidad de acercarnos a Europa en esto de la cuestión laboral. Que algo «menos malo» había que sacar de esta situación nefasta.

En este camino autorreciclador nos queda por dar algún que otro paso, como, por ejemplo, en el aspecto higiénico, que de no escupir en la calle, ni tirar papeles, ni orinar en las aceras, algo bueno saldrá, seguro. Con o sin crisis.

sábado, 13 de octubre de 2012

Silencio, se escucha.

Esta semana ha habido un error poco frecuente: mi artículo ha salido en la edición impresa con la firma y la foto de Natalia Menéndez y el de ella con la mia. Lo han subsanado en la edición digital. Aunque  quienes lo hayan leído en la edición en papel no se han enterado de la confusión.

De las molestias que causan los ruidos indeseables

 
ESPERANZA MEDINA, PROFESORA Y POETA

Es curioso lo que ocurre con el silencio, mientras que unos lo buscan y disfrutan de él con verdadero deleite, otros lo rehúyen como si de una maldición se tratase. No me refiero al silencio total y absoluto que, de existir, será en situaciones poco naturales, porque entiendo que ese asuste a cualquiera. En nuestro entorno siempre hay sonidos que nos acompañan. Es evidente que en las ciudades muchos y poco agradables la mayoría de las veces. Pero también en el campo; está el viento, el agua, los insectos, la desbrozadora del vecino a lo lejos o los aerogeneradores últimamente.

Ahora mismo, mientras escribo, siento el ventilador del ordenador, el murmullo en la calle, la música del reproductor de discos. A eso lo llamo silencio. Y me gusta. Podría pasar, por supuesto, del ventilador del ordenador. El murmullo en la calle me sugiere vida y la música edulcora ese silencio, forma parte de él volviéndolo productivo, enriqueciéndolo. Aunque puede que el planteamiento deba ser exactamente el contrario: es el silencio el que forma parte de la música, de la armonía, del ritmo, de la intensidad, de la cadencia. Los silencios son tan importantes como las notas en el pentagrama, conforman la melodía inexcusablemente. O eso creía yo hasta este verano.

Las vacaciones ofrecen en ocasiones oportunidades de acudir a actividades diferentes a las del resto del año, estamos receptivos y relajados, aunque, me temo que no preparados para todo. Me encontraba yo en una pequeña población que pone mucho empeño en entretener el ocio de sus vecinos de forma constructiva. Allí vi los anillos de Saturno por primera vez, impresionantes en su lejanía. Una hermosa experiencia.

Se anunciaba un cuarteto de cuerda, un agradable placer para una tarde de agosto. Por el lleno de la sala la mayoría del vecindario estaba de acuerdo conmigo. Tengo que confesar que al sentarme me alejé de niños demasiado pequeños y me situé junto a unas señoras, presumiendo que la nueva compañía me permitiría disfrutar más del silencio musical. Terrible error el mío e imposible ya de subsanar una vez comenzado el concierto.

Cada vez que se explicaba qué piezas se iban a tocar mis compañeras de asiento escuchaban atentamente interesadísimas por el título y compositor de la obra pero, en el instante mismo en que comenzaban a sonar los instrumentos, comenzaba también a mi lado una cháchara continua a tres voces que sólo concluía con el aplauso del final de cada pieza. Quiero pensar, en su descargo, que sería el miedo al silencio lo que les impedía permanecer calladas al sonar la música y no una simple y vulgar falta de educación.

martes, 25 de septiembre de 2012

Libros que viajan


La aventura de «liberar» obras literarias en la calle: otra historia más que contar

Libros que viajan







ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA

Uno sueña con libros que le hagan marchar lejos sin salir de casa, que lo transporten a paisajes cálidos en pleno invierno o a la nieve desde su toalla en la playa.

Uno sueña con libros que viajen al futuro, que inventen un pasado que quizá fue real o quizá no.

Uno sueña con trasladarse sin esfuerzo a sensaciones y sentimientos que le son ajenos pero no extraños, a aventuras y miedos que de otra manera no se atrevería a afrontar.

Pero el libro se acaba y el viaje se termina. De momento al menos, porque hay muchos otros posibles, por suerte, que podemos iniciar de nuevo.

Y, sin embargo, el libro puede viajar también, puede ser independiente y hacer su propio camino, arriesgado si no encuentra quien lo recoja del banco del parque, de la acera o de la balda de una estantería al aire libre, como la que esta temporada se puede encontrar en la calle Palacio Valdés.

Nadie debe extrañarse, no hay ningún loco suelto que saque los muebles a la calle, es simplemente una «zona oficial de BookCrossing». Un lugar donde encontrar libros que llevarse a casa, donde dejar los que ya leímos para que inicien un nuevo camino. Pero lo esencial de esta nueva modalidad de compartir literatura está en la página de internet que nos permite registrar y buscar los libros que nos salen al paso. Todos ellos llevan una etiqueta que nos remite al camino andado, a sus viajes, a los lugares y a las personas que los encontraron y los «liberaron».

Los libros tienen así otra historia que contar por encima de la que llevan escrita en sus páginas, la propia, la que depende sólo de la casualidad.

Lo emocionante es saber que el libro viaja también físicamente, que hace un camino en la mano, el bolso o la maleta de algún desconocido a otro lugar. Una experiencia muy recomendable si después de leerlo y dejar constancia de ello en la página de BookCrossing le permitimos de nuevo que siga su ruta.

Y si después de esto alguno de ustedes encuentra un libro por la calle, aparentemente olvidado, no lo lleve a «objetos perdidos», ofrézcale una nueva oportunidad de soñar otros mundos y otras manos en las que reposar un rato antes de volver a ser «liberado». Quién sabe dónde puede llegar.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Perdidos en la ciudad


Los árboles callejeros que desaparecen

 
ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA

Por suerte, las ciudades van cambiando. Por desgracia, comprobar eso implica que nosotros vamos envejeciendo.

Queda ya muy lejos aquel día de mi infancia en el que, con mis padres, visité la localidad de León. Apenas recuerdo nada de la ciudad de entonces, tan sólo la estatua de aquel Guzmán el Bueno y una avenida con árboles. Descubrí entonces lo que le faltaba a la mía para ser perfecta, y la sentí pequeña. Tanto verde alrededor y a nadie se le había ocurrido que podían plantarse árboles en las aceras, a los lados de las calles.

Como es sabido, la percepción infantil magnifica en ocasiones el recuerdo y no siempre resulta fiable. Pero fuera una gran avenida lo que vi entonces, o una simple callejuela, desde ese preciso instante eché de menos en mi casa ver brotar los árboles del asfalto (es un decir).

Después de algunos años comenzó a ser así. Tímidamente al principio, y después con un poco más de profusión, los bancos y las papeleras compartieron espacio con maceteros y árboles.

Avilés va ganando en vegetación, en calles peatonales, en plazas y rincones para paseantes y curiosos, y puede que algún que otro visitante se sorprenda ahora como yo entonces de encontrarse en una ciudad amable y viva.

Pero de un tiempo a esta parte he ido notando ciertas pérdidas que según van aumentando me van produciendo más sensación de alarma.

Al principio faltaba un árbol. Una obra cercana, un mal invierno, quién sabe, y se hacía necesario talarlo. El tiempo pasaba sin que uno nuevo ocupase su lugar y cierto día, al renovar las aceras, el hueco en el que un día se había plantado desaparecía para siempre bajo las nuevas losetas.

Cada día descubro más ejemplares perdidos, más espacios entre los que aún quedan, y empieza a darme miedo pensar en la posibilidad de que nadie tenga intención de replantar, de llenar esos huecos con otros ejemplares. Podría citar calles, pero bastará con que aquel que tenga la suerte de contar con algún árbol en la suya se asome a la ventana y lo compruebe.

Está claro que son seres vivos, que no pueden durar para siempre, que crecen demasiado, que enferman. Muchos motivos hacen necesario talarlos, pero siempre habrá otro nuevo dispuesto a ocupar su lugar.

Avilés es una ciudad pequeña, en la que resulta difícil perderse, por eso aún mantengo la esperanza de encontrarlos en su sitio, retoñando, como siempre, alegrándonos las primaveras y el asfalto.

domingo, 8 de julio de 2012

Despedidas que suman


DESPEDIDAS QUE SUMAN

En ocasiones me vence el pesimismo y  me hunde en el fondo del vaso medio vacío, pero sé que a la vida hay que engañarla para sobrevivir y rápidamente le doy la vuelta al vaso y retoma su habitual posición de  medio lleno. Puede resultar una operación complicada, incluso dolorosa en ocasiones, pero al final merece la pena.

Y es que la existencia está llena de despedidas y de incertidumbres. El tiempo pasa y no sabemos si volveremos a ver a las personas que vamos dejando en el camino. Podemos sentirnos tristes si pensamos solo en lo que dejamos,  en los afectos, en los buenos momentos, o en los malos superados juntos.  No es bueno dejar que las despedidas resten.  Únicamente lo hacen cuando son para siempre, cuando la muerte nos deja impotentes e indefensos,  el resto únicamente pueden sumar.

Compañeros de trabajo a los que nos fue uniendo la amistad a medida que avanzaban los retos cotidianos, las rutinas, las dificultades superadas.  Amigos de otros tiempos que están siempre en el recuerdo aunque apenas nos veamos, por los que sentimos un apego indestructible a pesar de todo (podría decir tantos nombres con los que siempre  sonrío en el recuerdo).

Días atrás se reunían de nuevo algunos amigos de mi infancia, a la mayoría hace unos treinta años que no los veo. Yo no pude acudir y, sin embargo, tampoco pude evitar volver a aquellos años alegres, aquellos momentos despreocupados de vacaciones y sol. Aquellas caras que quizás hoy no reconociera si me las encuentro por la calle, pero que forman parte de mí, de lo que soy, que me pertenecen de la misma manera que supongo yo les pertenezco a ellos.

Cuando nos despedimos, cuando abandonamos una ciudad, un trabajo o un período de nuestra vida, siempre tenemos dos opciones: lamentarnos por  lo que se puede perder (quién sabe qué nos depara el futuro, qué posibilidades de reencuentro nos esperan) o disfrutar de lo que nos ha enriquecido, de lo que nos ha ido sumando para hacernos más completos, más cargados de experiencias y sensaciones. Incluso, por qué no, más felices.

Igual que  en el viaje a Roma es obligado lanzar la moneda a la Fontana de Trevi para garantizar el regreso, así lanzo yo mi moneda invisible cada vez que cambio de dirección en el camino, convencida de que puedo volver. Y en el peor de los casos sabiendo que sólo resta lo que no hemos sido capaces de afrontar, el resto, despedidas incluidas, suman siempre.

Esperanza Medina, publicado en La Nueva España, 7-7-2012

jueves, 21 de junio de 2012

la importancia de tener un año



LA IMPORTANCIA DE TENER UN AÑO

Nadie que haya cumplido los quince, los veinte o los ochenta lo ha hecho sin pasar antes por su primer cumpleaños. 

Ese primer año ha sido posiblemente el más importante de nuestra vida, en el que hemos aprendido más cosas y a más velocidad de lo que nunca lo volveremos a hacer. Pero ninguno de nosotros lo recordamos, nuestro aprendizaje no es consciente como lo llegará a ser tiempo después, cuando cada nuevo contenido, cada nueva habilidad, nos suponga un esfuerzo que puede parecernos incluso excesivo  y en ocasiones hasta inútil.

Después de este primer año llegan los siguientes, fundamentales también para nuestro futuro. Aprender a hablar no es sencillo, entender las relaciones de los objetos, las personas, los fenómenos que nos rodean, supone un gran esfuerzo para una mente que lo empieza a percibir casi todo por primera vez.
Y sin embargo,  el egocentrismo de los adultos nos hace especular que como esos niños y niñas no pueden contarnos lo que hacen, eso que hacen no tiene demasiada importancia. Y se piensa que sólo necesitan que alguien los cuide, que con darles de comer, cambiarles el pañal y procurar que no se hagan daño ya está todo solucionado. O al menos esa parece la tendencia actual de algunas administraciones.

Se vuelve a  hablar de una escolarización sólo asistencial, no educativa. Como si se cuidasen otro tipo de seres vivos menos complejos que el ser humano. ¿Realmente alguien cree que uno empieza a aprender sólo cuando lo hace a leer y escribir? Espero que no, esa idea quedó  ya cuestionada allá por el siglo XIX.
Hasta donde yo recuerdo haber estudiado la Educación Infantil, en nuestro Sistema  Educativo, era una única etapa dividida en dos ciclos. El primero entre los 0 y los 3 años y el segundo entre los 3 y los 6. En ningún caso obligatoria, por supuesto, pero sí educativa, que significa que debe ser facilitadora de experiencias y estímulos que ayuden al crecimiento personal y afectivo, al conocimiento y comprensión del entorno social y físico. Pero ahora parece que se le quiere volver a quitar importancia a la etapa más importante.

Asusta comprobar cuántos  pasos atrás vamos dando,  y por desgracia, no parece que en ningún caso vayan a ser para coger carrerilla.

Esperanza Medina, publicado en la Nueva España, 21-6-2012

martes, 5 de junio de 2012

Maneras de pasar un sábado

La caminata reivindicativa de la enseñanza pública asturiana

 Maneras de pasar un sábado

 ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA

 Uno puede levantarse muy temprano, a las 5 de la mañana, por ejemplo, e irse a caminar con los amigos (hasta Oviedo, también por ejemplo). Nada demasiado inusual en todo ello, una manera entre otras de pasar el sábado.

 Si el tiempo acompaña y no hace excesivo calor ni llueve puede convertirse no sólo en una forma de hacer ejercicio, sino también de cultivar las relaciones sociales, caminar juntos une mucho, por aquello del esfuerzo compartido.

Esa caminata puede transformarse además en un símbolo, y entonces la cosa cambia, y mucho. Es muy posible que el colectivo que camina quiera decir algo, quiera destacar que está dispuesto al esfuerzo, a no rendirse con facilidad ante lo que considera injusto.

 Es altamente probable que los profesores, estudiantes y padres que iniciaron la marcha en Avilés y Gijón el sábado pasado, y también los que se les fueron uniendo por el camino, estén decididos a hacerse oír.
 Entre sus voces ninguna pide aumento de sueldo, sólo que los recortes económicos no se ceben con la enseñanza pública, que sea de verdad de todos y para todos, compensadora ante las desigualdades y propiciadora de posibilidades.

Asusta pensar que pueda llegar a haber una generación con menos oportunidades de preparación que sus padres, e incluso que sus abuelos, cuando hablamos de niños que comienzan ahora su andadura por el sistema educativo.

Quizás no resulte tan cansado caminar veintiocho kilómetros como seguir oyendo decir que los maestros no tienen derecho a protestar, que tienen un trabajo fijo y cómodo. Se olvidan de añadir, no obstante, que también puede resultar muy gratificante cuando ves cómo avanzan tus alumnos, comprobando que puedes ofrecerle a cada uno exactamente lo que necesita. Lo contrario desespera bastante, créanme.

Llega también a cansar explicar lo obvio: que en la enseñanza pública asturiana hay más de 2000 profesores interinos, que quiere decir provisionales, muchos de ellos trabajando sólo a media jornada y que cabe la posibilidad de que el curso que viene un buen número de ese colectivo no trabaje.

 Totalmente de acuerdo en que se racionalicen los gastos, en que no se despilfarre, en que nos apretemos un poco el cinturón, pero no a costa de la calidad en la educación de nuestros hijos ni en la pérdida de servicios sanitarios o sociales. No vaya a ser que no tengamos suficientes sábados.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Amor al arte

El misterio de la palabra

Amor al arte

ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA

 De los objetos que componen todas las artes quizá la palabra sea la menos universal, aunque no por eso deja de ser la más evocadora.

 Las notas musicales trascienden los idiomas, pero están sujetas de alguna manera a la interpretación de los músicos, del director de orquesta, al lugar en que las escuchamos, a los ruidos que pueden interferir. Si bien en ocasiones eso puede formar parte también de la emoción artística. Como ejemplo sirva la diversión inquieta de cientos de niños y niñas el domingo, disfrutando con la música clásica, en el auditorio diseñado por Niemeyer. Con la Orquesta de Cámara de Siero y Fernando Argenta. Seguramente, desde ese día, alguno tiene un oficio nuevo para contar cuando le pregunten qué quiere ser de mayor: director de orquesta.

 La pintura, la escultura, la arquitectura también pueden llegar a nosotros sin necesidad de traducción la mayor parte de las veces, aunque en muchas ocasiones si alguien nos echa una mano con los antecedentes, la historia o el motivo de la obra artística, ayuda bastante.

 Y ahí entra en juego la palabra, para explicarlo todo, para completar las sensaciones que el oído, la vista e incluso el tacto nos producen. Y también está la otra, la que evoca por sí misma, la que no necesita explicación ni antecedentes: la de los poetas.

La palabra que parece que nos llega de fuera pero que en realidad estaba ya en nosotros, dormida, esperando que alguien la animara para hacernos cosquillas de nuevo, como si nunca la hubiésemos escuchado antes. Exactamente lo que hizo el escritor Fernando Beltrán por los que acudimos a escucharlo hace unos días en el Valey, en Piedras Blancas. Con su presencia y su voz nos trajo versos que dejaron de ser suyos para ser nuestros, porque los poblamos de imágenes, de recuerdos y deseos según los iba dejando escapar en aquella sala.

Nos los trajimos a casa, en un libro, en un papel, en la pantalla del ordenador. Siempre a mano, siempre preparados para atendernos, junto con otras palabras y otros versos de otros poetas. No es cierto que la poesía nos asuste o que no la entendamos. Ni siquiera es cierto que necesitemos entenderla. Nada hay más personal, más íntimo, más propio, que las palabras que no decimos, que las que nos guardamos para sonreír por dentro. Que los versos que no sabemos que son versos o los que, sabiéndolo, digerimos a solas aunque no estemos solos.

Todo ello, sencillamente, por puro amor al arte.

martes, 8 de mayo de 2012

Trastos viejos

El afán que nos impide desprendernos de los objetos en los que enraizamos nuestra memoria

 Trastos viejos


ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA
 En algún momento de nuestra historia personal la caja metálica con lunares de colores del Cola Cao se convirtió en un objeto de coleccionismo, precisamente cuando hacía muchos años que en la mayoría de las casas habían ido a parar a la basura.

 No sé muy bien de dónde nos nace ese deseo de perdurar por encima de nuestra propia finitud, de conservar objetos prácticamente inservibles hoy día pero que nos aferran al pasado, como si lo realmente importante no fuese, sobre todo, el presente (el futuro quién sabe si llegará siquiera).

Y conste que yo me confieso totalmente culpable de esa añoranza agridulce, ese coleccionismo poco útil de objetos pasados. Me cuesta desprenderme de las cosas, como si conservándolas pudiera ahuyentar la certeza de que el tiempo es la realidad más cambiante y activa con la que convivimos.

 Así que, con la peregrina excusa de que aún funcionan, guardo la máquina de escribir, la grabadora que me regalaron cuando hice la primera comunión (no llegaba aún a la categoría de «radio-casset», que eso vino más tarde) o los disquets (si pensamos en un pasado muchísimo más reciente), de los que ya no recuerdo lo que contienen y que no puedo mirar en ninguno de los ordenadores de casa. Supongo que una tiene muy arraigado aquello de «mientras hay vida hay esperanza».

En cualquier caso siempre podemos pasar un rato divertido, en una especie de experimento de museo de la historia y la tecnología, si compartimos con nuestros niños del siglo XXI alguno de estos trastos viejos. Podemos jugar, por ejemplo, a adivinar por dónde y cómo se pone el papel en la máquina de escribir, qué hace un «comediscos» o cómo marcar el número de teléfono en uno de rueda.

 Supongo que la diversión no duraría demasiado, yo misma me veo incapaz de volver a tanto desarrollo manual, a sabiendas de lo gracioso que debe resultar verme escribir un mensaje de móvil en la pantalla táctil, a una velocidad bastante inferior a la que usaría para hacerlo de manera convencional con lápiz y papel.

 Pero no me rindo, los trastos de mi pasado los guardo para la sonrisa interna, para el soliloquio íntimo que me consuela de las pérdidas definitivas. Porque estoy decidida a avanzar hacia lo nuevo, aunque me toque ir siempre unos pasos más atrás y en algún momento del camino se vuelvan, como los míos, trastos viejos en otras memorias y otros recuerdos.

miércoles, 25 de abril de 2012

Cuéntame un cuento

La excusa de la crisis justifica desatinos

 Cuéntame un cuento

ESPERANZA MEDINA ESCRITORA Todas las historias tienen al menos dos puntos de vista, algunas más, las hay que tienen tantos puntos de vista como actores y espectadores juntos, lo que complica mucho entender el argumento. Sin embargo hay otras que por mucho que quieran disfrazar con floridos argumentos sólo encuentran un camino que, al final, acaba por aparecer.

No me interpreten mal, no hablo de literatura, hablo de educación. Esa que hasta hace poco se supone que debía ser personalizada (lo que se traducía por atender a la diversidad del alumnado), integradora, motivadora, activa, etc. Es decir, lo que nos venían resumiendo como «de calidad». Una palabra preciosa pero que ya no sé si entiendo muy bien, al menos ya no estoy segura de que mi versión de su significado tenga validez para todos.

Y que conste que no creo que con el aumento del número de alumnos en el aula los más perjudicados vayan a ser los maestros que trabajen (y digo los que trabajen porque, no nos engañemos, el «ahorro» se basa fundamentalmente en dejar de contratar al mayor número de profesorado posible), los realmente perjudicados van a ser los niños y niñas que compartirán cada aula. Las generaciones a las que les toque prescindir de apoyos si tienen alguna dificultad en el aprendizaje.

Por muy provisional que sea la medida a esos niños y niñas nadie les va a poder compensar esa etapa en su proceso de aprendizaje. Habrá quién recuerde que hace años llegábamos a ser cuarenta por aula, pero quizás puedan recordar también cómo aprendíamos, de forma repetitiva y monótona, sin posibilidad de reflexión, de análisis. Exactamente lo que se esperaba de nosotros entonces, no sólo como alumnos sino también como ciudadanos.

La escuela pública debe compensar desigualdades, ofreciendo los medios y las oportunidades a los que carecen de ellos. Debe facilitar a sus alumnos el aprendizaje autónomo, la capacidad de decisión crítica ante su entorno y la sociedad que le va a tocar vivir. O al menos esa era la versión de la historia que yo me había creído.

No crean que me preocupan como maestra las clases de treinta alumnos, una va organizando el trabajo según se le presenta y desenvolviéndolo lo mejor que puede, pero precisamente porque sé que la capacidad del ser humano es limitada, me preocupan, y mucho, como madre.

Y es que la excusa de la crisis cada vez justifica más desatinos. Quién sabe qué será lo siguiente. Echémonos a temblar.

martes, 10 de abril de 2012

Domingo de Pascua

Domingo de Pascua

 ESPERANZA MEDINA ESCRITORA

Nos hacemos viejos, y eso se nota en que comenzamos a perder tiempo buscando las dichosas gafas sin las que no podemos leer el prospecto de las pastillas que nos prescribió el médico para el dolor de espalda, las recetas de cocina o las instrucciones de uso de la nueva televisión.

Nos hacemos viejos y nos cansamos de que la memoria nos juegue malas pasadas, recordándonos, con todo detalle, lo que vivimos. Quizá la felicidad estaría en no tener memoria.

 Desde luego, la memoria es altamente selectiva, y aunque a nosotros nos traiga de nuevo lo que dijeron en su momento tales o cuales personajes, a ellos parece que se les olvida con facilidad. Es de suponer que lo mismo ocurrirá en el otro sentido, aunque eso no puedo constatarlo.

 Lo que sí está claro es que el recuerdo nos va llegando con más nitidez (o así lo sentimos) según vamos acumulando años. Nos convertimos poco a poco y sin remedio en aquel «abuelo cebolleta» de mis lecturas de infancia.

 La vida está hecha de presente, de minutos que caminan sin destino (el futuro es una entelequia, quién sabe adónde nos va a llevar). Sin embargo, un alto porcentaje del ser humano es también pasado. Como el agua nos compone y nos sustenta, más aún cuanto más viejos nos hacemos. Por eso quizá nos alegra reencontrar trastos viejos que nos acompañaron y aún funcionan.

 Escuchar un disco de vinilo hoy sólo puede hacer sonreír a quien lo escuchó mucho tiempo antes. Como si no se puede disculpar el zumbido de la aguja sobre los surcos distorsionando el sonido cuando lo comparamos con los limpios discos compactos, por ejemplo.

Y, sin embargo, verlo girar es viajar a otro tiempo, no necesariamente más feliz, pero sí irrecuperable. Igual que aquella niña de 2 años, al borde de la acera, viendo desfilar las carrozas de Pascua, con serpentinas por la calle y la mirada atónita (quizá ya habían pasado aquellos atronadores tambores de la OJE y los cabezudos que la asustaban tanto).

 Algunos cabezudos parecen los mismos y hoy a ella le resultan simpáticos, incluso podría darles la mano si se acercasen. Los tambores ahora son alegres y caminan con las gaitas, no con jóvenes vestidos de seudomilitares. Y las serpentinas, ésas apenas han cambiado, aunque han recuperado su color en las fotos.

Hay otra niña de 2 años en la acera, no la conozco de nada, pero espera lo mismo que yo entonces. Ajena también al fotógrafo y al momento, quizás algún día, cuando no encuentre las gafas, intuya que siempre nos estamos haciendo viejos y que, por suerte, el presente sigue avanzando, aunque algunas veces nos pueda la nostalgia. Mis disculpas.

martes, 27 de marzo de 2012

El ancho mundo

Las virtudes del viaje de ida y de regreso

 El ancho mundo

ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA
En ocasiones la imaginación, el deseo (la televisión, muchas veces), nos inclinan hacia lo lejano. Lo ajeno es siempre más interesante, mejor, más excitante y original, nada que ver con los trescientos y pico días que pasamos en casa. Y cuando digo casa me refiero al entorno, no necesariamente al recinto.

Hay tantas cosas que ver, tantos lugares hermosos por conocer a los que nunca llegaremos, que se convierte en un trabajo completamente inútil soñar con todos esos destinos posibles para cuando tengamos tiempo, o dinero, o simplemente para cuando el momento sea propicio. Aunque puede que no sea tan inútil ese esfuerzo, porque después de todo el sueño es un fin en sí mismo muchas veces. Pocos medios hay con los que podamos llegar tan lejos como con la imaginación. Y además, con la fabulosa ventaja de que soñar es gratis, siempre y cuando uno no se frustre demasiado al volver a la realidad, claro está. Que hasta para ese viaje hay que saber hacer la maleta.

 Pero el mundo es ancho hacia todos los lados, también por el nuestro. Salir para quedarse es un hermoso ejercicio de autoafirmación, que también es necesario aprender a quererse.

 De un tiempo a esta parte hemos ido viendo cómo cada vez más personas ajenas se interesaban por nuestra ciudad, tan poco turística en otros momentos, tan poco querida incluso por los propios avilesinos. Algunos han necesitado que viniesen de fuera para darse cuenta de que los soportales de siempre, el empedrado de las calles, su trazado, merecían disfrutarse. Otros, desde luego, lo han sabido siempre y han tenido el mérito de decirlo cuando nadie les creía, por mucho que la realidad fuese inmutable y tuviese una historia de mil años.

El mundo es ancho, y de la misma manera que otros lo descubren en nuestra dirección, nosotros deseamos viajar, a las antípodas si fuera necesario, para descubrir el cosquilleo de lo hermoso, para constatar que estuvimos allí y eso lo hace un poco nuestro. O quizás sólo para no sentirnos más pequeños que los que nos muestran fotos junto a la Muralla China, las Pirámides de Egipto o el Coliseo. Nada que objetar, porque movernos por el mundo, que sabemos inabarcable, nos hace menos finitos, más ricos al sentirnos poseedores de todos esos lugares por los que caminamos.

Y es que, por encima de todo, el viaje tiene siempre la maravillosa virtud de permitirnos regresar a casa.

miércoles, 29 de febrero de 2012

Trenes

Recuerdos infantiles del ferrocarril avilesino

Trenes







ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Hace poco me recordaban la importancia de la llegada a Avilés del ferrocarril allá por los últimos años del siglo XIX.

Y aunque no sea un hecho en absoluto trascendente, ese ferrocarril tiene mucho que ver con mi historia personal. El cruce de vías ocurrió unos cuantos años después de aquella llegada y bastantes antes de que yo misma llegara, no sólo a esta villa, sino incluso a esta vida.

Fue hacia 1939, finalizada ya la guerra, aunque no sé precisar el mes, cuando enviaron a mi abuelo (ferroviario) a trabajar a San Juan de Nieva. Mi padre contaba que fue una especie de destierro político, pero ya no puedo indagar en esa historia, los protagonistas me han ido abandonando.

Con el tiempo nací yo, en una familia de ferroviarios (mi padre también lo fue). O quizá debo decir en «dos familias de ferroviarios»: la personal, la de casa, y la gran familia de todos los que subíamos al tren con «kilométrico» (quienes lo hayan vivido saben de qué hablo).

El tren era entonces para mí algo tan propio como las escaleras o el portal de mi edificio. Mío y de otros, por supuesto, pero también mío. La estación de Avilés, la de San Juan de Nieva, las vías, las traviesas, la catenaria eran todas ellas parte de mi entorno, aunque no viviera cerca de ninguna de ellas.

Pero que esto no lleve a engaños, no le tengo ningún aprecio al trazado original de las vías, las prefiero ocultas a su paso por la ciudad. Sin embargo, sí siento una gran pena al ver en lo que se ha convertido San Juan de Nieva, un basurero justificado por «el progreso». Otro desmán más, achacable sólo a la cortísima visión de futuro que parece sufrimos los avilesinos. Quizás encontremos con el tiempo la cura para este trastorno endémico, quién sabe.

Me preguntaban una vez por qué cuando escribo sobre el tren siempre va unido a sentimientos tristes. Lo cierto es que hasta entonces no me había dado cuenta de que era así, el tren para mí representaba viajes, ocio, alegría, incluso si sólo lo veía pasar cargado de personas con un destino, o cuando contaba los vagones de mercancías, convoyes larguísimos siempre, cuyo número olvidaba inmediatamente después de haberlo hecho. Supongo que será porque ahora estoy más sola en ese recuento y porque la vía, aunque parezca quieta y siempre la misma, es engañosa como los ríos y discurre, sin que nos demos cuenta, alejándonos del pasado y de lo que creíamos poseer.

martes, 14 de febrero de 2012

De conveniencia

Ahora oímos hablar del fenómeno opuesto







Matrimonios de conveniencia
ESPERANZA MEDINA POETA Y PROFESORA Recuerdo aquella película de Andie Macdowel y Gérard de Pardieu, «Matrimonio por conveniencia», un romántico relato que convertía una situación hostil y desesperada en una historia de amor. Cosas del cine, ya se sabe.

Aunque pueda transformarse en un tema muy cinematográfico a poco que se empeñe un director (sea con final feliz o no) es, sin duda, una circunstancia muy vigente; incluso echando un vistazo en internet se pueden encontrar anuncios en los que ciudadanos españoles se anuncian para realizar este tipo de matrimonios a cambio de dinero y personas extranjeras ofrecen cantidades monetarias a quien quiera contraer matrimonio con ellas para conseguir la residencia española, por ejemplo.

Por supuesto que esto es propicio a timos y estafas, agravado por el hecho de que, como es una situación ilegal, difícilmente se puede recuperar el dinero estafado.

Pero ahora oímos hablar del fenómeno aparentemente opuesto: divorcios de conveniencia. Parece ser que ha aumentado este tipo de divorcios para intentar evitar la pérdida de los bienes de la pareja atribuyéndolos a la persona de la que el deudor se ha divorciado.

Me ha dejado muy intrigada cómo se comprueba si un divorcio es de verdad o pura apariencia. En ocasiones, aunque no sea la situación ideal, he sabido de parejas que se divorcian pero que tienen que seguir conviviendo un tiempo en el mismo domicilio porque no pueden disponer de una vivienda diferente para cada uno de ellos. ¿Deberán demostrar en ese caso que no se dirigen la palabra cuando se cruzan por el pasillo?

En relación con esto de las deudas y los embargos, que por desgracia cada vez está de más actualidad, me ha llegado últimamente al correo electrónico una de esas «cadenas» que supuestamente no deben parar de reenviarse y que, al menos en mi caso, suelen morir en la bandeja de entrada. Comentaba cómo hacer para que en el caso de embargarte la vivienda habitual no puedan echarte de ella: creo que el truco consistía en hacerle un contrato de alquiler a un familiar por una cantidad simbólica. No tengo ni idea de si eso es o no cierto, pero entiendo que muchas personas pasan por situaciones desesperadas y cualquier salida puede parecer factible, aunque no sea muy legal.

En cualquier caso, todo ello parece que más que a la comedia romántica hollywoodiense apunta a la agridulce sátira de Berlanga.

martes, 17 de enero de 2012

Diferentes

La capacidad de los niños para asumir lo que hace a otros distintos


Diferentes







Cuando somos niños sólo nos da miedo lo desconocido, y eso si alguien nos lo enseña con temor. La vida es algo natural y naturales son sus imperfecciones. Los adultos nos empeñamos en proteger a la infancia, en «prepararla» para lo diferente. Ellos no necesitan preparación, somos nosotros, son nuestros prejuicios, nuestros complejos la mayor parte de las veces, los que nos empujan a mentirles, a edulcorarles personas y situaciones que creemos puede hacerles sentirse incómodos de alguna manera.

En mi infancia había un mundo de personajes cotidianos al que le debo buena parte de lo que soy; muchos de ellos ya no están y otros no sabrán nunca lo importantes que fueron y que siguen siendo para mí.

Entre aquellas personas estaba Lelo, un niño grande o un infantil adulto al que siempre evoco con afecto. Entonces no lo sentía como una persona «diferente», o al menos no más que al resto de las que vivían en mi entorno, con nombres y apellidos cada una de ellas, o apodos, o diminutivos que los hacían a todos únicos. Con el tiempo he ido observando invariablemente que los niños y niñas pequeños, mientras nadie los llene de prejuicios, asumen como natural cualquier diferencia, pueden jugar con la pierna ortopédica de un compañero o hablar y acariciar a otro que no puede entenderlos. O tal vez sí, tal vez es lo único que puede entender. He vuelto a reflexionar y he comprendido que la infancia debe ser así siempre, porque así también fue en la mía. Mis alumnos me han enseñado muchas veces lo que es importante de verdad: las personas, sean como sean, pertenezcan a la raza, al país o a la creencia que pertenezcan. Algo falla cuando empiezan a tener reticencias frente al otro, a esgrimir prejuicios y miedos para apartarse de lo que no se ajusta estrictamente a la norma, que viene a querer decir: a nuestro propio reflejo.

Veo estos días un anuncio en la televisión que me emociona (en ocasiones las campañas publicitarias tienen grandes aciertos). En él un padre explica a su hija que va a venir a jugar con ella su vecina, que es «especial», la niña pregunta si sabe mirar cuentos o jugar y cuando el padre le dice que sí ella pregunta ¿entonces, qué tiene de especial?

Preguntémonoslo también nosotros.

lunes, 2 de enero de 2012

El saber no ocupa lugar

El largo camino del conocimiento

El saber no ocupa lugar







ESPERANZA MEDINA PROFESORA
Era la frase favorita de los mayores cuando querían convencernos de que aprendiésemos tal o cual cosa: «El saber no ocupa lugar», como si no ocupar lugar fuese sinónimo de algo sencillo de adquirir. Nunca es así: aprender siempre supone un esfuerzo, una ejercitación más o menos compleja, la catalogación de lo asimilado para que pueda volver a ser recuperado en cualquier momento.

Aprender es un camino que solemos emprender en compañía, todo, hasta lo más sencillo, lo más mecánico, lo hemos adquirido a través de un «otro». Un amigo, un padre, un maestro, un libro que alguien ha escrito. Por eso es tan importante acompañar esos aprendizajes de ilusión, y no de hastío, de cansancio o de obligación impuesta.

Hace mucho que no uso las agujas y la lana para tejer, pero el otro día, organizando un rincón de la casa, encontraba unas con una labor empezada y abandonada hace años. No tengo ninguna intención de continuarla, pero me ayudó a recordar lo satisfecha que me sentí cuando de niña mi madre me enseñó a tejer y yo hice la primera bufanda (diminuta) para mi muñeca.

No, el saber que importa de verdad no ocupa lugar, nos satisface y nos emociona, nos hace comprendernos y conocernos mejor: la historia, las lenguas, las matemáticas, las artes todas, sólo nos enriquecen. No hay peligro de que ninguno de ellos reste, porque los otros saberes, los que no nos interesan, los que nos obligaban a memorizar, ésos se van descolgando sin necesidad de que nos esforcemos.

Uno de los momentos más mágicos del aprendizaje es el de la lectura. Personalmente no soy consciente de la emoción que pude sentir cuando por fin conseguí descifrar ese extraño código de los adultos, empeñados en dibujar signos unos junto a otros para contarse cosas, auténticos mensajes en clave, como si de la búsqueda de un tesoro se tratase. Y es que así es: leer es uno de los mayores tesoros con que contamos, aunque cada uno hayamos llegado a ello por caminos más o menos tortuosos, según el sistema pedagógico de nuestros enseñantes del momento.

Y es que yo he tenido la inmensa suerte de revivir en diversas ocasiones esa magia del descubrimiento lector, esa clave misteriosa descifrada ahora para siempre, ese mundo adulto que ya no tiene llaves ni candados.

Ha terminado el año hace nada, en seguida se acabarán las vacaciones, este 2012 que viene no parece cargar de momento con muchas alegrías, así que como quiero empezar el año con el optimismo en el pie derecho a pesar de todo, dejaré que mi alumnado me enseñe todo lo que puede aprender conmigo y yo con ellos.