CUENTOS TROQUELADOS
Entonces soñaba con otros
formatos, con tapas de cartón recortadas en los bordes, igual que las páginas.
“Cuentos troquelados”, se llamaban. Tardé muchísimo en saber qué significaba
aquello, pero intuía que algo los hacía
diferentes. Quizás la magia que
guardaban dentro saliese de ellos a través de aquella palabra extraña y por la
que yo no me molesté en preguntar a ningún adulto. Tal vez porque temía que
saber entonces lo que significaba lo habría convertido en demasiado prosaico, y
yo siempre he preferido soñar.
La portada del primero que
recuerdo tenía relieves, me gustaba tocarlo despacio, liso y abultado a la vez.
Era otra forma de sentir emociones con
aquellos cuentos sencillos y maravillosos de mis primeros años.
Después llegó a mí uno que traía
incorporado un pequeño juguete que se podía separar y le proporcionaba a la
historia muchas más posibilidades: una varita azul de plástico de unos diez
centímetros de largo, por supuesto completamente mágica. De qué otra forma si
no se podría explicar que aún pueda estar leyéndolo ahora, mientras escribo
esto, sintiendo la lluvia que empapa al joven príncipe “Nix” y el hechizo de
“Dorita” que transforma en rana al fiero gigante “Trompicón”.
El año de edición era 1967, el
año en que llegó a mí ya no lo recuerdo. Supongo que no demasiados después.
Está gastado y con las hojas despegadas. En otro tiempo mi abuela me las habría
cosido con un poco de lana para que yo pudiera seguir leyéndolo, seguir soñando
con sus hermosas ilustraciones. Pero aunque ahora puedo hacerlo yo, no quiero
arreglarlo. Lo miro con mucho cuidado, no hay peligro de que se estropee. Y ya
no veo en él la ensoñación de lo que puede ser, del futuro que lo alcanza todo,
sino del pasado. La certeza de que no se ha evaporado por completo aquella niña
que soñaba con escribir historias maravillosas rodeadas de imágenes increíbles
y a todo color. En un mundo en el que las fotos de la realidad sólo llegaban al
blanco y negro.
Entonces habría bastado con un
sencillo cuento troquelado. Nada que ver con el formato del otro libro que
ahora mismo también tengo a mi lado: “El constipado del Sol”, un precioso álbum
ilustrado por Elena Fernández sobre un texto mío.
No pude evitar acariciarlo cuando
la editorial, PINTAR-PINTAR, me trajo el
libro por primera vez, como hacía en aquel tiempo. Como he hecho siempre.
Quien crea que los libros sólo
son para los ojos está muy equivocado.
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