martes, 26 de octubre de 2010

Envejecer

Envejecer



El valor del tiempo en el ecuador de la vida


ESPERANZA MEDINA
PROFESORA Y POETA Es difícil no sentirse envejecer cuando se van superponiendo años como hojas de palmera.
¿Qué sabrá ella de la vejez? Estarán pensando algunos. Es posible que sepa poco, y espero contar con un montón de años para ir aprendiéndolo. Pero a partir de los 40 a muchos nos suena una especie de campanilla que avisa de que en el mejor de los casos posiblemente habremos vivido la mitad de nuestra vida (no es una sensación que haya tenido yo sola, curiosamente al plantearla en alguna conversación la habíamos tenido más de uno del grupo). Es posible que usted mismo, si ya ha llegado a esa edad, lo haya pensado alguna vez.
En cualquier caso esta reflexión no me ha llevado en absoluto a encerrarme en la tristeza ni el pesimismo. Ni tampoco a intentar hacerlo todo de prisa para tener tiempo. Es sólo la constatación de la certeza de que «siempre» es una palabra imposible para cualquiera de nosotros y que eso no nos hace ni más pequeños ni más grandes, simplemente nos pone en nuestro sitio.
Hace años, en la Universidad, con nuestros tiernos 20 añitos, yo sonreía ante la afirmación constante de una amiga de que la vida era demasiado corta para perderla con aquellas personas que no merecían la pena. Entonces yo creía que exageraba, había mucha vida y una tenía que pasar por muchas cosas, tratar con muchas personas aunque no mereciesen la pena. Todo me preocupaba entonces y todo me interesaba también. Han tenido que pasar los años para darle la razón cientos, miles de veces. No recuerdo si alguna de ellas se lo dije personalmente. Lo hago ahora: Chon, qué sabia eras ya entonces.
Y es que una nota que se va haciendo mayor porque tiene menos tolerancia a la estupidez, menos paciencia con los planteamientos absurdos encaminados sólo a hacerte perder el tiempo, menos vergüenza a decir y hacer lo que se quiere. La opinión de los demás va dejando de tener peso en los actos propios y va cogiendo densidad y consistencia la propia vida. Si no fuese así no tendría ninguna ventaja envejecer.
Sólo espero llegar a cumplir los que me toquen, sean los que sean, convencida de que si alguna vez perdí parte de mi tiempo y mi razón fue porque al fin y al cabo una tiene que hacer concesiones a la supervivencia, que hay que comer y todas esas vulgaridades de la vida. Pero que he compartido el resto con las personas que realmente merecen la pena. Y eso que sirva también para todos ustedes.

martes, 12 de octubre de 2010

Hablemos de tópicos

Hablemos de tópicos

La responsabilidad de ser padres y la dificultad de poner límites y decir que no





ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Hablemos de tópicos. Uno de los más extendidos es aquél de: «La juventud está perdida». Y siglo tras siglo parece que se va encontrando o se va perdiendo definitivamente en el devenir del adulto que se siente totalmente acreditado por su experiencia pasada (que ha olvidado convenientemente) para repetir aquello de que no se sabe muy bien adónde van a ir a parar los jóvenes.

Por suerte o por desgracia, la juventud acaba siempre en el mismo sitio: en personas adultas más o menos sensatas. Y ahí comienzan los problemas.

Problemas de dos tipos. Unos los inherentes a la necesidad de ganarse la vida, encontrar una vivienda adecuada; incluso, me temo que a no mucho tardar, buscarse un buen plan de pensiones. Esos problemas los compartimos todos y los vamos solucionando como podemos.

Pero hay otros, relacionados con el momento de enfrentarse a la educación de los hijos. Como ningún manual garantiza buenos resultados en este sentido, vamos, con la mejor de las voluntades, capeando el temporal según nos viene y aprendiendo a ejercer de padres ejerciéndolo. Porque, desengañémonos, por muy juveniles que nos sintamos, somos padres de nuestros vástagos, no sus amigos. Para cubrir esa necesidad de «colegueo» están otros niños, otros adolescentes cercanos a los nuestros. Y por muy «enrollaos» que nos sintamos, no se nos puede olvidar que somos los progenitores y hemos contraído con nuestros hijos e hijas unas obligaciones morales y sociales que no podemos eludir. Obligaciones que no debemos delegar en nadie, ni siquiera en la escuela.

Porque es muy difícil poner límites y decir no, muy pesado recordar las normas que nos hacen seres sociales y sociables. Es mucho más sencillo mirar para otro lado y echar luego la culpa a los amigos, al colegio, a la juventud misma, de los fracasos y la incapacidad de enfrentar la vida de algunos jóvenes.

Y digo algunos, porque así es, como siempre. En todos los tiempos ha habido quien fracasa como persona, quien no se siente nunca satisfecho o contento, quien espera de los demás todo y no comprende que esa obligación o es recíproca o no existe.

Por suerte, yo también veo una juventud alegre, creativa, que aprovecha los medios a su alcance para el deporte, formar un grupo musical o hacer teatro en la calle.

Dejémonos de tópicos, de excusas, y veamos como padres qué es lo que debemos hacer para brindar a nuestros hijos ese futuro mejor. Ya hemos sido jóvenes y ahora toca ser adultos. Ley de vida.