miércoles, 28 de septiembre de 2011

Día europeo de las lenguas

La pluralidad lingüística, un valor a conservar



Día europeo de las lenguas


ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA El lunes pasado se celebraba el Día europeo de las Lenguas. No soy precisamente una entusiasta de los «días de...» porque no se puede dedicar sólo un día al año a cada una de las importantes cuestiones que se plantean en estas celebraciones. Pero reconozco que nos olvidamos la mayor parte de las veces de ello y así, al menos, de trescientos sesenta y cinco días dedicaremos uno a recordar, reflexionar o disfrutar de lo que se nos propone.

No obstante me sorprende que el Consejo de Europa haya tardado tanto en darse cuenta de que -y cito- «la diversidad lingüística es una herramienta para lograr una mayor comprensión intercultural y un elemento clave en la rica herencia cultural de nuestro continente». En tan alto organismo han decidido que la diversidad de lenguas europeas merecía un día especial de celebración hace apenas diez años. La mayoría de nosotros ya lo sabíamos, pero bienvenido sea.

Recuerdo ahora una charla del profesor senegalés El Hadji Amadou Ndoye, que imparte clases de Lengua y Literatura Española en la Universidad de Dakar, a la que asistí en mayo de este mismo año, aquí, en Avilés. Y recuerdo también lo enriquecedor y grato que fue escucharlo hablar, en un perfecto castellano, de la literatura y de la vida.

Sonrío al volver sobre una de sus ideas, nos contaba que está convencido de que las lenguas son llaves que abren puertas, y que todos deberíamos tener unas siete llaves para movernos por la vida. Y si sonrío no es porque no esté de acuerdo con él, que lo estoy plenamente, sino por la cantidad de puertas cerradas que adivino al mirar mi llavero. Necesitaré más esfuerzo o aumentar las visitas al cerrajero.

Con todo esto, me entristece pensar que hay quien cree todavía que las lenguas minoritarias deben morir, que es su curso natural para dejar paso a una global y más «importante». Es posible que eso fuese lo que pensaban los romanos con el latín, y casi lo consiguen en buena parte de Europa, si no fuera porque todos teníamos algo propio que aportar y fuimos moldeando el idioma impuesto, no para diferenciarnos, sino para hacerlo natural y propio. Y ya ven ustedes, lo que no hablamos ahora es latín, aunque haya sido la madre y el padre de la mayoría de nuestras lenguas peninsulares. Hijos desagradecidos.

Y sí, en el Día europeo de las Lenguas también cabe celebrar la de los asturianos que, por si alguien aún no había caído en ello, nos regala, generosamente, una llave más.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Mejorando

Mejorando

Fotografía de la ciudad


ESPERANZA MEDINA
PROFESORA Y ESCRITORA Tengo un amigo al que le encanta hacer fotos a los rincones de Avilés. Cada vez que su trabajo le trae a Asturias, si tiene un rato, se acerca con su cámara a Avilés en busca de nuevas imágenes. Eso me produce una cierta satisfacción: me gusta que mi ciudad guste, sobre todo porque a mí me ha gustado siempre. También cuando Ensidesa era Ensidesa y la carbonilla nos daba los buenos días cada mañana al abrir la ventana. Cuando la mayoría de los viajeros pasaban de largo y muy pocos se atrevían adentrarse en el centro urbano después de la bienvenida que les daba cualquiera de nuestras entradas que, todo hay que decirlo, aún necesitan mejorar bastante.

Pues bien, este verano mi amigo me enseñaba algunas de sus últimas fotografías de nuestra villa, de lugares cuidados y entrañables, con su perspectiva personal, su peculiar punto de vista. Ése precisamente que le lleva a hacer otras en las que aparecen fachadas desastrosas, ventanas destartaladas, esquinas sucias. «¿No te gustan?», me pregunta. Sí, claro que me gustan, las fotos son estupendas, pero me entristece que también formen parte de la realidad de este Avilés nuevo y turístico que dicen que tenemos.

Edificios en ruinas que tienen que acabar siendo derribados y pierden para siempre la estética que los unía a su entorno (eso en el mejor de los casos, que cada vez se hace más frecuente la circunstancia de que una vez desaparecido el edificio acompañe al casco histórico durante años la imagen de un solar «desolado», al menos en las instantáneas que como recuerdo se llevan los turistas, nosotros a fuerza de verlo ya casi ni reparamos en ello).

Y luego está la memoria, que se convierte muchas veces en una triste compañera, que nos obliga a recordar lo que había y ya no está. Y los «vándalos» de cualquier edad, que se divierten quitando la cabeza a las estatuas, ensuciando aceras y paredes, jugando con los árboles nuevos hasta que se rompen o se secan, por ejemplo.

Me gusta vivir en Avilés, soy una privilegiada porque no me he tenido que ir a buscar sustento lejos de mi ciudad, como algunos de mis amigos. Pero reconozco que todavía nos falta mucho para que éste sea ese lugar limpio y hermoso que se supone impresiona a los turistas. Seamos exigentes y responsables. Nada de conformarnos con lo menos malo, sólo con lo mejor. Y para eso tenemos que poner todos nuestro «granito de arena».