viernes, 23 de diciembre de 2011

Haciendo balance

Carta a los Reyes Magos

Haciendo balance







ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETISA
No son las luces lo que alegra las calles en días como estos, ni la perspectiva de que nos toque «el gordo» en la lotería, que cuanto menos tenemos más compramos, sin esperanzas, pero «por si acaso». No es el turrón o el mazapán, ni siquiera el descanso de los días de fiesta. No puede ser nada de eso porque todo está aquí, nuevamente, y sin embargo apenas ves gente que te sonríe confiada en el futuro, que te cuenta sus planes.

Tengo la sensación (que desgraciadamente comparto con más gente) de que ésta va a ser una especie de «Navidad paréntesis», como si nos dejasen una tregua antes de anunciarnos lo que se nos viene encima. Como si la cuesta de enero, esta vez, pudiese transformarse en un barranco, imposible de saltar.

Se acaba el año y toca hacer balance, echar la vista atrás y analizar lo que fuimos, lo rápido que se nos pasaron los días y los meses, los propósitos para el nuevo año que no cumplimos y que igual tenemos que retomar. Tocaría también mirar adelante con optimismo, pero resulta muy difícil, casi apetece más esquivar la mirada del 2012, no vaya a ser que tenga algo peor que contarnos.

No esperábamos un 2011 fácil, es cierto, se nos pidieron sacrificios y nos resignamos a cumplir con nuestro deber de ciudadanos, apretarnos el cinturón, que a algunos, ya más que apretar les oprime dificultándoles la respiración: cada vez más conocidos van al paro, como si el paro fuese una estación de tren donde llegar y no una situación gravosa y desesperanzada en la que uno permanece en vilo, porque es imposible saber cuándo terminará.

Nuestros políticos, la mayoría al menos, nos han decepcionado, no han sabido ser claros, eficaces. Facilitando así que nos sintamos tratados como niños pequeños, igual que aquella «ropa tendida» que mencionaban los mayores cuando de críos estábamos presentes, justo antes de que cambiasen de conversación, como si no fuera mucho peor lo que nos imaginábamos que lo que ellos podían referir.

Tengo una amiga indignada, bueno, tengo más, pero ésta está muy, muy indignada, ya casi no se atreve a abrir el periódico por si la tensión le sube demasiado. Últimamente repite mucho una palabra: ¡chorizos!. Y puedo asegurarles que no tiene nada que ver con el embutido.

Ella sólo quiere claridad, que sea verdad que todos arrimamos el hombro ante la crisis y que los que roben o defrauden paguen por ello y lo devuelvan, sean quienes sean.

Me temo que mi amiga tendrá que escribir una larga carta a los Reyes Magos. A ver si hay suerte.

martes, 6 de diciembre de 2011

Consumo navideño

Los regalos en épocas festivas


Consumo navideño







ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA
Es difícil para una persona vulgar, como yo misma, sustraerse a este torbellino navideño de consumo. Sin que apenas nos hayamos percibido de ello nuestros niños y niñas hace más de un mes que están siendo bombardeados en la televisión con montones de juguetes "imprescindibles" para divertirse o "aprender" (me sorprendía hace un momento ver el anuncio de uno que juega a "piedra, papel, tijera". Me pregunto cuánto costará y si no sería más fácil que cualquiera de los adultos próximos al pequeño le enseñase este juego. De lo que sí estoy segura es de que sería mucho más enriquecedor).

Intento echar la vista atrás y recordar qué me movía a mí a pedir los juguetes a los Reyes cuando era niña, supongo que estaría entre los escaparates de las jugueterías, lo que mis amigos me contaban que iban a pedir y la televisión, cómo no, vienen a mi mente unas ciertas muñecas de "Famosa" que se dirigían al portal. Seguro que más de una de ellas estuvo alguna vez en mi carta a los Reyes Magos.

Las cosas no han cambiado mucho, si acaso se han exagerado un poco, recuerdo que en muchas ocasiones mis hijas no sabían qué pedir hasta que llegaban los catálogos de los grandes almacenes y podían escoger, como si lo que tuviese que ver con aquella elección de las fotos de colores no fuese el juego en sí, sino más bien una obligación de escoger y no de desear. Claro que para eso están los padres, para que esa selección vaya tomando una u otra forma determinada según lo que interese más al desarrollo de los niños o al bolsillo de los progenitores, que ambos criterios merecen tenerse en cuenta.

No me cansaré de decir que creo firmemente que el mejor juego para un niño es otro niño o un adulto, que el juguete es una excusa la mayor parte de las veces para verle la cara de sorpresa cuando abre el paquete. Que sé, como la mayoría de ustedes saben, que a la semana siguiente los juguetes nuevos ya no les interesan. Que la caja o el papel de regalo puede ser en ocasiones un bien tan preciado como el propio juguete.

Pero es muy difícil evadirse de todo este "espíritu navideño", de este exceso de felicidad altamente material. A todos nos gusta ofrecer y recibir regalos, a mí la primera. Aunque reconozco que me valen en cualquier fecha del año.

Así que a resignarse, a atiborrarse de anuncios de juguetes y perfumes y a procurar no invertir mucho más de lo que sería conveniente en este mes de diciembre. Recordemos que a la vuelta de la esquina nos espera enero, y febrero, y marzo.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Con la música a otra parte

Niños atrapados en la magia de una partitura

ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA

En mi caso, sería siempre música ajena, sonando en algún tipo de reproductor, lo que me tuviese que llevar a otra parte. Y es que tengo que confesar con humildad, aunque para quienes me conocen no es precisamente un secreto, que carezco prácticamente de oído musical. Eso no significa que no disfrute con la música y, sobre todo, con la música vocal.

Me emociona la voz humana. Los tonos, los matices, para mí imposibles, de una o varias voces; con o sin música que la acompañe y, por supuesto sin necesidad de comprender lo que dice. El mensaje no pasa por el intelecto, va directamente a las sensaciones. En ese sentido me da un poco de envidia la música: no tiene límites en la percepción, cruza de una parte a otra del mundo sin trabas. A la palabra, a la poética, le resulta más difícil viajar tan ligera.

Sin embargo me complace comprobar que los niños y niñas disfrutan igualmente de ambas. Voz y palabra, juntas o no, les hace sonreír y divertirse de la misma manera. Estos últimos días he compartido con grupos de chiquillos diferentes diversos espectáculos musicales. Con el alumnado del colegio que tiene entre tres y cinco años, nos acercamos el lunes de la semana pasada al teatro Campoamor en Oviedo, invitados al espectáculo «Cuéntame una ópera», donde, durante una hora aproximadamente, nos introdujimos todos en «La flauta mágica» de Mozart. Ninguno se cansó, ninguno se aburrió, ninguno quiso levantarse para marchar hasta que se encendieron las luces.

En el viaje de vuelta, mi compañera de asiento (cinco años recién cumplidos) imitaba con bastante gracia el momento álgido del canto de «La reina de la noche». Además, como no nos quedó muy claro en la historia que fuese una mujer mala, malísima, el juego se prolongó todo el viaje y todavía suena de vez en cuando en el aula.

El sábado, en Posada de Llanera, fueron los niños y niñas del coro «Pequecantores» como anfitriones, y «Contracanto» de Avilés, como invitados, quienes nos hicieron vibrar al ritmo, no sólo de sus voces, sino también de su alegría, de su entusiasmo, que les lleva a ensayar varios días a la semana y a esforzarse en un trabajo repetido, pero no monótono ni aburrido.

Gracias todo ello a los adultos que creen que dedicarle tiempo a la infancia es la mejor manera de no perderlo. El premio: la sonrisa de tanta gente menuda, que es sin lugar a dudas, la más valiosa.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Aquellos juguetes

 Somos los adultos los que necesitamos imperiosamente soñar.


Aquellos juguetes

ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Por razones diferentes esta semana han vuelto a mí momentos de mi infancia, en concreto algunos relacionados con los juguetes de entonces. La juguetería de mi niñez era, sin duda, Majafrán, pasaba frente a ella, en Rivero, con frecuencia, mi camino natural en aquel tiempo desde La Magdalena al centro de Avilés. Suponía, invariablemente, una parada obligada para mirar sus escaparates, parada que aún hago en algunas ocasiones, cuestión de costumbre, supongo.

Allí vivían muchos de los juguetes maravillosos que nunca llegaría a tener. Pero tampoco recuerdo haberlos echado demasiado de menos, quizá después de tanto observarlos me cansase de ellos y centrase mi interés en otra cosa. Si bien recuerdo que ahorraba del dinero que me daban e iba comprar algún modelo muy concreto o zapatos para la muñeca Nancy, aunque la mayoría de su ropa era de «confección casera».

De aquellos juguetes se conservan algunos, o eso espero, en una caja en el altillo del armario. Otros se han perdido. Supongo que, en su momento, la pérdida me habría causado alguna tristeza, pero sólo recuerdo esa sensación en un par de ocasiones concretas, del resto ni me acuerdo.

Aunque conviene no olvidar que los niños no viven en un mundo sin complicaciones, felices y ajenos. Lo que para los mayores no tiene importancia, para ellos puede ser trascendental. A la superación de todos esos momentos es a lo que definimos como madurar.

Los niños viven en un mundo real, con sus propias dificultades para entenderlo, que pueden angustiarlos. Quizá por eso nos inventamos historias para que sueñen, cómo si eso no lo supiesen hacer mucho mejor que nosotros. No precisan al Ratoncito Pérez para no estar tristes porque se les haya caído un diente, aunque los regalos siempre ilusionan, claro está.

Somos los adultos los que necesitamos imperiosamente soñar, recordar que fuimos niños y apropiarnos un poco de sus sensaciones ahora que ya no las podemos sentir. O eso creemos, porque hemos crecido, pero tenemos nuestros propios «juguetes», nuestros objetos prescindibles que nos hacen sentir un poco mejor. Ahora mismo yo escribo en una no muy cómoda mesa de teca, con pequeños cajones y balda, sobre la que descansa mi lámpara de cristal verde (atrezo de buen número de series televisivas), el teléfono negro años 50 regalo de mi hermano y la pantalla del ordenador, que es pequeña para que no tape la lámina enmarcada de «El jardín de las delicias» de El Bosco que tengo frente a mí.

Ya ven que no hemos cambiado tanto, todos, si nos analizamos con calma, reconoceremos, en algunos de los objetos que nos rodean, nuestros nuevos juguetes. Sin remordimientos, porque disfrutar soñando nunca es malo.

lunes, 24 de octubre de 2011

Premiados

Recuerdos emocionados de un breve encuentro con Rulfo


Premiados


ESPERANZA MEDINA PROFESORA Creo que fue en el otoño de 1983, yo llevaba aún poco tiempo en la Universidad, pero Oviedo era ya casi como mi segunda casa. Entre las horas de clase, las de viaje en tren y las empleadas en «reconocer el entorno» en horario extralectivo o no, me dedicaba más a la capital que a mi propia ciudad. Es decir, en aquel año yo ya tenía un cierto dominio de la zona antigua de Oviedo, que para mí siempre ha estado ligada a «La Regenta», a la literatura en definitiva. No sólo por verla como escenario de ciertas creaciones literarias, sino por todos mis años como estudiante de Filología en los que si bien no caminaba leyendo por las calles, sí lo hacía fantaseando con mis lecturas más recientes o mis posibles creaciones futuras.

Eran tiempos en los que solía llevar dos libros conmigo: uno, el que estaba leyendo, y otro, el que iba a comenzar cuando acabara el anterior. El tiempo era útil, todo enteramente útil, si no había amigos había libros e, incluso, clases y profesores que ahora recuerdo (a unos con más cariño que a otros, tengo que confesar). A la inmensa mayoría, con cierta nostalgia, aunque entonces me quejase de su forma de enseñar o de los exámenes que nos ponían.

Fue precisamente en Oviedo, en ese otoño de 1983, cuando yo pude cumplir uno de mis sueños: ver en persona a Juan Rulfo. La primera vez que supe que existía fue pocos años antes, cuando estudiaba en el instituto y nos recomendaron leer «Pedro Páramo». La obra me impresionó enormemente. Tuve que leerlo todo de él y quedé para siempre fascinada con aquellos muertos que se hablaban de tumba a tumba. Con aquella manipulación que yo sentía de mi mente como lectora a través de una historia que me confundía, de ida y vuelta en mi cerebro. De ida sin vuelta quizá. Para mí, desde luego, un gran descubrimiento literario.

Ese otoño me propusieron trabajar un par de días en la entrega de los premios «Príncipe de Asturias» (que por entonces eran aún muy niños). Acepté, claro, venía Juan Rulfo. Volví a leer su obra y tuve la enorme suerte de que en uno de los descansos del acto se dirigiese a mí para preguntarme por el palco número trece. Sólo eso, un momento sin importancia. Un momento que recordaré siempre como si hubiésemos compartido durante horas café y charla en cualquiera de los locales que frecuentaba de aquélla con mis compañeros de Facultad. Y es que entonces también yo fui premiada.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Lunes de plaza

El mercado de abastos revive los lunes

Lunes de plaza

ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Hoy es lunes. No, nadie se ha equivocado de día, ni ustedes ni yo. Una puede permitirse ciertas licencias creativas y por eso hoy es lunes, día de plaza.

Ya dije en alguna ocasión que, cuando yo era pequeña, en mi casa se solía comer cocido de garbanzos los domingos. Ya sé que no sólo en la mía, por aquella época de la que hablo buena parte de mis conocidos solían tener ese menú, el mismo poeta Aurelio G. Ovies lo cuenta en un hermoso poema, junto con otros pequeños detalles que nos unen, como a tantos otros niños de nuestra generación.

Pero ahora no quiero hablar de garbanzos ni de domingos, sino de lunes. Los lunes en mi casa solía ser el día de las berzas, el de bajar a la plaza. Entonces no soportaba caminar entre todas aquellas vendedoras, demasiada gente para mí. Ahora me encanta.

Es curioso, porque al pasear entre sus galerías y arcos los pocos lunes del año que lo puedo hacer, siento como si un toque mágico le diera vida de repente al silencio, al pasado, aunque no sea exactamente igual que entonces. Supongo que hacernos mayores tiene estas cosas, intentamos recuperar de algún modo lo que fuimos.

No voy a comprar, es cierto, la mayoría de las veces no compro nada, sólo observo, retengo el bullicio encerrado en aquel espacio rectangular. Cuatro entradas o salidas, según se quiera, cuatro direcciones. Y fuera otros caminos, cotidianos ya, actuales en cualquier caso.

Me gusta saber que hace más de un siglo que cada lunes, en Avilés, «hay plaza», hay una cita, a la que uno puede acudir o no, con el presente y pasado a la vez. No es el mercado en sí lo que me atrae, de esos hay muchos en todas partes, sino el recinto, los soportales, las galerías blancas, que descansan casi en silencio toda una semana para despertar los lunes muy temprano a la algarabía de los carritos de la compra, el regateo y las «oportunidades». Que lo que hay allí lo podamos encontrar con facilidad el resto del año no le quita encanto.

Y es que en Avilés hay otras plazas: plazas para el paseo, plazas para el encuentro, para la charla, para el cruce de caminos, para las prisas, para el café tranquilo en una terraza, para el brillo de la lluvia sobre el empedrado, para pararse a mirar la ría y la ciudad como nunca la habíamos podido ver antes. Todas ellas con nombres, pero sólo hay una que, sin apellidos, revive los lunes: la de Abastos.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Día europeo de las lenguas

La pluralidad lingüística, un valor a conservar



Día europeo de las lenguas


ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA El lunes pasado se celebraba el Día europeo de las Lenguas. No soy precisamente una entusiasta de los «días de...» porque no se puede dedicar sólo un día al año a cada una de las importantes cuestiones que se plantean en estas celebraciones. Pero reconozco que nos olvidamos la mayor parte de las veces de ello y así, al menos, de trescientos sesenta y cinco días dedicaremos uno a recordar, reflexionar o disfrutar de lo que se nos propone.

No obstante me sorprende que el Consejo de Europa haya tardado tanto en darse cuenta de que -y cito- «la diversidad lingüística es una herramienta para lograr una mayor comprensión intercultural y un elemento clave en la rica herencia cultural de nuestro continente». En tan alto organismo han decidido que la diversidad de lenguas europeas merecía un día especial de celebración hace apenas diez años. La mayoría de nosotros ya lo sabíamos, pero bienvenido sea.

Recuerdo ahora una charla del profesor senegalés El Hadji Amadou Ndoye, que imparte clases de Lengua y Literatura Española en la Universidad de Dakar, a la que asistí en mayo de este mismo año, aquí, en Avilés. Y recuerdo también lo enriquecedor y grato que fue escucharlo hablar, en un perfecto castellano, de la literatura y de la vida.

Sonrío al volver sobre una de sus ideas, nos contaba que está convencido de que las lenguas son llaves que abren puertas, y que todos deberíamos tener unas siete llaves para movernos por la vida. Y si sonrío no es porque no esté de acuerdo con él, que lo estoy plenamente, sino por la cantidad de puertas cerradas que adivino al mirar mi llavero. Necesitaré más esfuerzo o aumentar las visitas al cerrajero.

Con todo esto, me entristece pensar que hay quien cree todavía que las lenguas minoritarias deben morir, que es su curso natural para dejar paso a una global y más «importante». Es posible que eso fuese lo que pensaban los romanos con el latín, y casi lo consiguen en buena parte de Europa, si no fuera porque todos teníamos algo propio que aportar y fuimos moldeando el idioma impuesto, no para diferenciarnos, sino para hacerlo natural y propio. Y ya ven ustedes, lo que no hablamos ahora es latín, aunque haya sido la madre y el padre de la mayoría de nuestras lenguas peninsulares. Hijos desagradecidos.

Y sí, en el Día europeo de las Lenguas también cabe celebrar la de los asturianos que, por si alguien aún no había caído en ello, nos regala, generosamente, una llave más.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Mejorando

Mejorando

Fotografía de la ciudad


ESPERANZA MEDINA
PROFESORA Y ESCRITORA Tengo un amigo al que le encanta hacer fotos a los rincones de Avilés. Cada vez que su trabajo le trae a Asturias, si tiene un rato, se acerca con su cámara a Avilés en busca de nuevas imágenes. Eso me produce una cierta satisfacción: me gusta que mi ciudad guste, sobre todo porque a mí me ha gustado siempre. También cuando Ensidesa era Ensidesa y la carbonilla nos daba los buenos días cada mañana al abrir la ventana. Cuando la mayoría de los viajeros pasaban de largo y muy pocos se atrevían adentrarse en el centro urbano después de la bienvenida que les daba cualquiera de nuestras entradas que, todo hay que decirlo, aún necesitan mejorar bastante.

Pues bien, este verano mi amigo me enseñaba algunas de sus últimas fotografías de nuestra villa, de lugares cuidados y entrañables, con su perspectiva personal, su peculiar punto de vista. Ése precisamente que le lleva a hacer otras en las que aparecen fachadas desastrosas, ventanas destartaladas, esquinas sucias. «¿No te gustan?», me pregunta. Sí, claro que me gustan, las fotos son estupendas, pero me entristece que también formen parte de la realidad de este Avilés nuevo y turístico que dicen que tenemos.

Edificios en ruinas que tienen que acabar siendo derribados y pierden para siempre la estética que los unía a su entorno (eso en el mejor de los casos, que cada vez se hace más frecuente la circunstancia de que una vez desaparecido el edificio acompañe al casco histórico durante años la imagen de un solar «desolado», al menos en las instantáneas que como recuerdo se llevan los turistas, nosotros a fuerza de verlo ya casi ni reparamos en ello).

Y luego está la memoria, que se convierte muchas veces en una triste compañera, que nos obliga a recordar lo que había y ya no está. Y los «vándalos» de cualquier edad, que se divierten quitando la cabeza a las estatuas, ensuciando aceras y paredes, jugando con los árboles nuevos hasta que se rompen o se secan, por ejemplo.

Me gusta vivir en Avilés, soy una privilegiada porque no me he tenido que ir a buscar sustento lejos de mi ciudad, como algunos de mis amigos. Pero reconozco que todavía nos falta mucho para que éste sea ese lugar limpio y hermoso que se supone impresiona a los turistas. Seamos exigentes y responsables. Nada de conformarnos con lo menos malo, sólo con lo mejor. Y para eso tenemos que poner todos nuestro «granito de arena».

martes, 19 de julio de 2011

Confidencias

Los poetas, inmortales, nos dejan sus palabras


Confidencias

ESPERANZA MEDINA Ellos no lo saben, ni lo sabrán nunca, pero cada nota musical, cada palabra de sus canciones nos hace cosquillas por debajo de la piel y nos lleva de la mano a la emoción, a la sonrisa tonta que sale de dentro y que nadie entiende.

Ellos no lo saben. Ni sabrán nunca que se nos hacen tan necesarios casi como respirar. Ellos no nos conocen, y sin embargo nos pertenecen tanto como el portal de nuestra casa, el ascensor o el rellano de la escalera. Los llamamos por su nombre de pila, hablan de nosotros sin conocernos. Han escrito sus canciones, sus poemas, pensando en nuestros sueños.

Son inmortales, dicen, no es cierto, mueren y dejan de sentirse queridos, dejan de sentir los aplausos, se desvanecen para siempre. Aunque sí lo es, sin embargo, que sus versos, su voz, perduran, y eso nos sigue emocionando. Después de todo ellos nunca sabrán que escriben para nosotros, que existimos.

Seguramente hay muchos, pero cada vez que se nos va uno nos sentimos un poco más huérfanos. De nada sirven las pataletas o el enfado.

Primero se me fueron yendo los poetas y escribí versos para no olvidarlos y le copié a Ángel González el título de mi último libro creyendo que así lo ligaba a mí para siempre. Sin él saberlo, sin él haberlo intuido nunca.

Ahora asesinan a Facundo Cabral y son sus canciones las que me faltan. Y no puedo evitar volver a la voz de Alberto Cortez y a la de Rafael Amor, a los que, por cierto, escuché hace un tiempo en la Casa de Cultura de Avilés, aunque por separado y en épocas diferentes. Fueron pequeños momentos de felicidad, porque la felicidad existe y es eso. Es sentirse bien un rato, sonreír por dentro, respirar muy profundo y que el aire nos llene más que nunca.

Ellos no lo sabrán jamás, pero nos vamos quedando con sus pedazos, con sus palabras, con su voz y poco a poco vamos reconstruyéndonos, vamos edificándonos con los versos y las canciones que les robamos, que hacemos nuestras sin que ellos lo sientan.

Quizás es cierto y no mueren del todo, o quizás es que en el fondo necesitamos poco para sentirnos bien: palabras, solo palabras.

Quién iba a creerlo, al final va a resultar que los poetas son necesarios, elementales y útiles, como el pan de cada día. Ya lo decía Gabriel Celaya.

martes, 5 de julio de 2011

Ensalada de verano

Contra el sobrepeso infantil, dietas saludables que hay que inculcar desde los hogares


Ensalada de verano

ESPERANZA MEDINA
PROFESORA Y POETA Hace un tiempo escribí un artículo titulado «Bocadillos de chorizo» que hablaba de la necesidad de desterrar alimentos como la bollería del patio de recreo. Por desgracia, podría volver a escribirlo contando las mismas cosas.

Y es que estos días la ministra de Sanidad nos habla de un porcentaje, muy alto a mi entender, de niños y niñas con sobrepeso u obesidad, ni más ni menos que el 45 por ciento. Aunque aclara que en los que comen en los colegios (entiéndase comedor escolar) el porcentaje es menor que en los que comen en sus casas. No sé muy bien cómo enfocar estas cifras, ¿somos los padres tan incapaces de elaborar para nuestros hijos una dieta saludable? ¿qué comen en casa los niños que no lo hacen en el colegio?

Mi trabajo me ha acercado también a estos comedores escolares, donde niños y niñas, sobre todo los más pequeños, una vez que salvan la reticencia inicial a los alimentos nuevos, son capaces de comer de todo: verduras, legumbres, fruta, pescado, etcetera. Pero tristemente también he comprobado que esos mismos comensales una vez que salen del colegio abandonan definitivamente la ingestión de algunos de esos alimentos si en su casa no se cocinan, no se comen o simplemente no se compran.

Y es que aunque alguno lo piense, los colegios difícilmente pueden educarnos para el resto de nuestra vida si la propia familia no está interesada en desarrollar los mismos hábitos. Aunque todos tenemos en el recuerdo a grandes maestros y maestras con los que convivimos en determinados momentos de nuestro período escolar, no debemos engañarnos, lo que somos se lo debemos sobre todo a nuestras familias, sobremanera en los primeros años de nuestra vida.

En la mía, y en lo referido a la comida, el «no me gusta» era una expresión sin pertinencia alguna, si no me gustaba algo peor para mí, porque iba a tener que comerlo igualmente. Y lo cuenta ahora una pésima comedora que seguramente desquició más de una vez a su madre para conseguir que comiese de todo y que ahora disfruta comiendo.

En absoluto pretendo sugerir que para atajar este problema se utilicen más los comedores escolares; no garantizan nada. La alimentación, como el respeto a los demás o la solidaridad, nace en nuestros hogares o no lo hace en ningún sitio.

Aprovechemos que llega el buen tiempo para introducir a nuestros hijos un poco más en las ensaladas y las frutas, que algo quedará. Y a todos, buen provecho.

martes, 21 de junio de 2011

Si las piedras hablasen

El envidioso habitante a veces es envidiado


Si las piedras hablasen


Tengo que confesar que en algunos momentos siento una cierta envidia, que supongo será sana porque no tiene consecuencias más graves que la de fantasear sobre cómo sería si yo viviese en tal o cual magnífica casa de las ciudades y pueblos que visito de vez en cuando. Y es que no puedo evitar en esas ocasiones el deseo de dejar de ser turista para intentar descubrir qué se siente cuando se sale a comprar el pan en algunos de esos lugares o cerrando la puerta del castillo cuando uno se va a la cama.

Debo reconocer que, mucho antes de ser consciente de ello, una de mis pasiones estéticas ha sido siempre la arquitectura, no por su admirable trabajo o por sus complejos y eficaces sistemas y estructuras, de lo que no entiendo absolutamente nada, sino por la armonía de los edificios, por el conjunto estético que forman sus fachadas, ya sea unidas en calles o aisladas. Pero fundamentalmente por las historias que sueño o imagino que han podido ver y oír los balcones, las piedras, los recovecos o los adoquines de las calles.

Pasear por esas calles es para mí como formar parte de un escenario maravilloso, construido ex profeso para que yo pueda vivir otras vidas, soñar intimidades en otros siglos y respirar la historia, esa que nunca se cuenta en los libros y que consiste en la vida cotidiana de otras épocas, en lo que a nosotros hoy nos parece tan natural y quizás dentro de alguna centuria sorprenda.

Quizá mis edificios estrella sean los castillos. Hace poco nos hemos acercado con el colegio al de San Martín, en Soto del Barco. Si cierro los ojos (y aún abiertos, que soy capaz de soñar en cualquier estado) puedo ver aquel pequeño embarcadero protegido por el castillo lleno de actividad, para facilitar el cruce al otro lado de objetos o personas. Por un momento, y de nuevo cada vez que lo evoco, puedo sentir cómo me guiña un ojo la vieja y restaurada torre del homenaje.

Así que no es de extrañar que uno de mis mayores placeres sea caminar por las calles de mi ciudad un día cualquiera, como hoy mismo, en que el sol nos sonríe un tanto, aunque tímidamente. Pero no caminar sin rumbo fijo, sino sabiendo que para ir a la biblioteca, para acercarme al cine o comprar unos zapatos necesito moverme entre soportales y edificios cargados de historia y que contarán también un día la nuestra. Me gusta sentirme parte de la belleza y pensar que algún visitante envidioso estará deseando ser yo misma para vivir en este Avilés que tanto admira quien lo conoce.

lunes, 6 de junio de 2011

Curriculum vitae

La infancia siempre se vive intensamente


Currículum vitae


ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Yo viví mi infancia en lo que sentía como un mundo aparte, no era un pueblo, ni tan siquiera un barrio, era un trozo de una calle.

Es curioso que podamos llegar a recordar y sentir como propios los desconchones del asfalto, los paredones de las fincas repletos de maleza y hasta las ortigas que había que esquivar para no tener que rascarse después.

Es una pena que rodar por la hierba, mirar luego cómo cambian de forma las nubes, saltar a la goma, jugar a la zapatilla por detrás, al escondite en los laberínticos portales de La Magdalena, hacer casetas con cartones, ir de merienda, bañar a los muñecos en el regato, mirar los renacuajos y ensartar margaritas en un hilo no puedan formar parte de un currículum vitae. Porque si de la vida hablamos, cuando uno la vive de forma más intensa es al ser niño. No porque se sea más feliz entonces, sino porque cada momento vivido es el único que importa.

Supongo que la mayoría tenemos sensaciones parecidas al evocar recuerdos muy diferentes: nuestra infancia, y el pequeño mundo en que la vivimos. Y aunque nos creyésemos entonces libres para vagar a nuestro antojo por el entorno, no lo éramos tanto, los adultos siempre nos marcaban sus límites. El mundo era ancho entonces, ancho, excitante y misterioso. Imposible de abarcar y a la vez enteramente nuestro. Me pregunto si los niños de ahora sentirán lo mismo, si cuando dentro de un tiempo recuerden sus primeros años sonreirán como lo hago yo ahora y a la vez sentirán, como yo, el peso que nos produce la certeza de saber que el pasado es irrepetible.

«Todo pasa y todo queda / pero lo nuestro es pasar», decía Machado. Es cierto, todo pasa por mucho que nos empeñemos en que vive en nuestro recuerdo. Lo que yo daría por saber dibujar con todo detalle cada esquina, cada rincón, cada paisaje de los que aún conservo vagamente en la memoria, por si algún día se me olvidan por completo. ¿Cuántas imágenes no habré perdido ya para siempre? ¿Cuántos nombres nos habrá ido robando el tiempo?

Si pudiéramos hacerlos regresar pronunciándolos de nuevo, a modo de conjuro, me volvería bruja para repetir despacio, como una letanía, uno por uno, las veces que fuesen necesarias, todos y cada uno de los nombres de mi calle, de mi vida, que me han ido abandonando. Hombres y mujeres, queridos todos, algunos dolorosamente necesarios.

martes, 24 de mayo de 2011

Ampliando vocabulario

Los medios publicitarios utilizan términos y aplicaciones de confuso significado


Ampliando vocabulario


ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Se acerca el final del curso escolar y con él las notas, los disgustillos que parecen siempre inesperados pero que en realidad no lo son tanto porque en el fondo se veían venir de largo.

Por suerte, una gran mayoría del alumnado podrá disfrutar tranquila y totalmente del verano sin ningún cargo de conciencia ni la sensación de haber dejado cosas por hacer. Y eso que estoy segura de que no podrían pasar un sencillo examen de vocabulario habitual en los medios publicitarios (ni yo, ni ustedes tampoco posiblemente, si acaso algún avezado conocedor de la biología, sus términos y aplicaciones). Ni aún haciendo trampa y echando mano del diccionario. Lo sé porque lo he hecho sin resultados satisfactorios. Otra cosa ha sido acercarme a internet, claro. Aunque debo confesar que he abandonado las fuentes informativas sin comprender enteramente lo que se me explicaban, pero sabiendo al menos que tales términos ya existían antes de la publicidad de los productos que los contienen. Es un alivio comprobar que todo está en la Naturaleza y no nos intoxicaremos con un alimento que contenga «lactobacilos y bifidobacterios» aunque a mí me recuerde terriblemente al científico loco de los famosos Mortadelo y Filemón.

Parece ser que también se puede confiar en las «isoflavonas» de la soja en los cosméticos, aunque otra cosa será que consigan «atajar el paso del tiempo» como dice cierta publicidad. Claro que si una sigue leyendo las propiedades de los productos relacionados con la soja de la marca que no se menciona anteriormente, tiene que hacer verdaderos esfuerzos para no salir a comprarlos, ya que junto con los extractos de soja contiene «glicoproteínas y polisacáridos que reorganizan las fibras de colágeno y protegen las de elastina frente al relajamiento».

Otra cosa muy distinta son los triglicéridos que se definen como el principal tipo de grasa transportado por el organismo. Ante eso todos sabemos cómo debemos actuar en la dieta diaria, no esperemos a los remedios rápidos y milagrosos, cuidadín en el día a día con las grasas, que luego puede darnos algún que otro susto.

Podría seguir investigando este nuevo vocabulario publicitario, pero dejaré para otro día la indagación sobre «oligopéptidos» o «fitoestrógenos» ya que comienzo a marearme y me veo obligada a reconocer que nuestros publicistas son gente altamente informada en todos los campos del saber y poseedores de la magia que ya quisieran para sí muchos, capaz de hacernos ver como naturales palabras que apenas sabemos pronunciar y mucho menos explicar.

lunes, 9 de mayo de 2011

A por el pan

Pocos olores son tan gratos como el del pan, pocas invenciones tienen tanto poder como la palabra


A por el pan

ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Pocos gestos hay tan cotidianos como salir a por el pan, pocos comestibles que sintamos tan primarios, aunque al final sin pan podríamos vivir, cualquier otro alimento serviría para sustentarnos. Pensemos, por ejemplo, en otras culturas, como los orientales y el arroz, o los italianos y la pasta. Pero el pan, el pan nuestro de cada día, que no nos falte, si hasta cuando se reza se menciona.

No me refiero precisamente a su aspecto simbólico, que lo tiene, y mucho, sino al hecho vulgar y cotidiano de que nos hemos acostumbrado a acompañar la mayoría de las comidas con pan, y no nos sabe igual si no lo tenemos. A pesar de que los horarios de trabajo y nuestra vida ajetreada hace que en ocasiones tengamos que acercarnos a la panadería a ultimísima hora, cuando ya casi no queda donde elegir.

Otras, ir a por el pan nos brinda sorpresas, como encontrar a un amigo en el camino, que todavía queden «croissants» para tomar con el café o que te entreguen la barra en una funda de papel con una cita de Montaigne con la que me siento totalmente de acuerdo y que siempre aplico a lo que escribo: «La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha».

En este caso la cita viene en asturiano, se celebra el día de Les Lletres Asturianes. Me pilla un poco por sorpresa esta nueva versión del envoltorio, aunque enseguida recuerdo que el año pasado por estas fechas había ocurrido exactamente lo mismo. Pienso en lo grato que sería encontrar citas o textos literarios en los envases de otros alimentos.

Pocos olores me resultan tan gratos como el de pan recién hecho (si acaso el de café), pocas invenciones humanas tienen tanto poder como la palabra. La que se dice o la que se calla, la que se recuerda siempre o la que se olvida al segundo de pronunciarla.

La palabras nos pertenecen a todos, las lenguas, que al fin y al cabo son la forma de organizarlas para que nos entendamos, también. Las lenguas no son naturales, son una convención a la que se llega después de mucho tiempo, que evoluciona y que, como el pan, se hace nuestra, completamente nuestra y necesaria.

Claro está que la lengua no es un matrimonio que nos exija monogamia perpetua, es permisiva y, curiosamente, cuantas más lenguas conocemos y hablamos, mejor nos entendemos.

Tenemos una lengua propia, que es cultura, y la cultura es una riqueza compartida, de las que no abundan. Cuidémosla.

lunes, 25 de abril de 2011

La buena educación

Reflexión sobre un gesto tan «natural» como tirar los papeles al suelo


La buena educación

ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Domingo de Ramos, sol, las terrazas a rebosar. Gente guapa y no tan guapa con ganas de verano. Ropa nueva, primaveral.

Prohibición de fumar en los bares, hay que salir fuera. Sin problemas, hace sol y dentro no se nos ha perdido nada.

Fumar fuera no quiere decir necesariamente salir del bar con la cajetilla recién comprada tirando a la acera cada trozo de plástico o papel que se quita para inaugurarla y fumar el primer cigarrillo. Eso sí, con naturalidad, con gran naturalidad, como si se hiciese todos los días (me temo que así es). Debo reconocer que me impactó el gesto de la atractiva dama.

Me ha sorprendido siempre la soltura con que algunas personas tiran a la calle todo tipo de objetos. En ocasiones me apetece ser un poco mala, llamarles con exquisita educación para decirles que «se les ha caído algo al suelo». Pero soy tímida y la mayor parte de las veces sólo lo pienso.

Últimamente se habla mucho de la educación española, mejor debería decir «se desprecia mucho» la educación española, y ahora me refiero a los conocimientos que nuestros jóvenes poseen al terminar la escuela, a las habilidades, destrezas, hábitos, etcétera relacionados con el aprendizaje. Van de boca en boca las maravillas de la educación finlandesa, su método de trabajo, sus logros, sus resultados, parece ser que a años luz de los nuestro. Se culpa de todo, como no, a la «ineptitud» de nuestros profesores. Que posiblemente muchas veces lo podríamos hacer mejor, pero nos faltan esos métodos con los que, por desgracia, la universidad no nos puso en contacto en su momento. La mayoría de los maestros aprendemos a ser docentes como a conducir, con el día a día, con el contacto con nuestros alumnos y compañeros que nos muestran el camino que ellos ya anduvieron.

Pero de lo que sí estoy segura es de que todos y cada uno de nosotros le contamos a nuestro alumnado cómo comportarse de manera cívica en el entorno social y natural en que nos movemos. «Los papeles a la papelera, la basura al contenedor» es la cancioncilla que repiten niños y niñas desde los primeros años de colegio. Para que luego cuando algunos de ellos les dan el papel del caramelo o la bolsa de patatitas recién terminada a sus progenitores éstos lo tiren al suelo sin ningún remordimiento.

Me pregunto si será que las papeleras de Finlandia están mejor situadas que las nuestras.

lunes, 11 de abril de 2011

Anónimos

En esta época de la comunicación global abundan los que tiran la piedra y esconden la mano

Anónimos


ESPERANZA MEDINA POETA Y PROFESORA Cada día les leo algún poema a mis alumnos, no pretendo que lo entiendan ni que lo recuerden, sólo que se acostumbren a oír esa forma de literatura que parece que con el tiempo asusta tanto: la poesía.

La rutina es siempre la misma: nos saludamos cada mañana, nos sentamos en círculo, vemos qué día es, qué tiempo hace, hablamos de nuestras cosas, de lo que haremos y yo les leo. Primero el título, y luego el autor. Por último el poema. Dependiendo de la reacción que tengan, releo el poema o paso a otro. Esa actividad no nos lleva más de diez minutos cada mañana pero, curiosamente, cuando se me olvida la echan de menos y me recuerdan que no les he leído ningún poema. Tengo que confesar que ese momento siempre, por lo inesperado, me encanta.

De ninguna manera mi pretensión es que conozcan a los autores y sus nombres, eso suele aportar muy poco a la relación que empiezan a mantener con la poesía, pero me gusta que sepan que hay alguien detrás de cada texto y de cada imagen porque ellos también son y serán creadores de textos y de imágenes que pueden interesar a los demás. No en vano uno de los objetivos de esta etapa educativa en la que trabajo es valorar y respetar las obras artísticas propias y ajenas. No obstante, de vez en cuando nos topamos con creaciones de autor desconocido, así que han llegado a entender lo que significa «anónimo» y a valorar de la misma manera estos textos que los que llevan firma. No saben todavía que hay otro tipo de anónimos, sin buenas intenciones y ningún tipo de valentía.

Y es que esta época nuestra de la comunicación global a través de internet facilita el abuso del anonimato, muchas veces disfrazado con nombre y apellido, falsos, que sólo quiere hacernos confiar o simplemente esconderse. Estos niños y niñas tendrán que aprender también eso, a recelar de los que tiran la piedra y esconden la mano.

Me gusta pensar que con el tiempo todos serán adultos sensatos, que defenderán sus gustos y opiniones sin miedos y sin reservas, porque no necesitarán justificarse para ser como son, sólo respetar al otro y «valorar sus producciones» como dice el currículo escolar. Lo realmente importante no es que lleguen a tener muchos conocimientos, sino que esos conocimientos los lleve a ser personas críticas constructoras de futuro.

Apliquémonos el cuento y sirvámosles de ejemplo.

martes, 29 de marzo de 2011

De inventos y otras ilusiones

No hay que perder la esperanza de tener algún día una idea ingeniosa


De inventos y otras ilusiones


ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Supongo que les ocurre a todos los niños, en una cierta época de su vida: su imaginación necesita realidades palpables y deciden ser inventores. Mi hermano y yo habíamos intentado serlo unas cuantas veces, sólo en una ocasión nuestro invento fue eficaz, pero a medias.

Con otros amigos planeamos la posibilidad de crear algún brebaje que reviviera a las plantas mustias, pero para realizar el experimento primero teníamos que inventar otro que acabase con las plantas lustrosas: «el mata-plant» lo llamamos. Fue todo un éxito. Juntamos en un tarro colonias y cremas que encontramos en el baño con unos chorros de lejía y detergente, bajamos a la calle y lo probamos con un diente de león que brotaba junto a la acera. Al día siguiente comprobamos que nuestro mejunje había sido totalmente eficaz, lo malo es que no fuimos capaces de dar con la fórmula para revivir de nuevo a la planta objeto del experimento. En todo caso, parece que teníamos ya la suficiente intuición del posible peligro al no decidir probarlo con los geranios de mi madre.

Desde ese día sigo totalmente eso de que «los experimentos, con gaseosa» y procuro ir a lo seguro. Por evitar males mayores.

No obstante, me produce cierta envidia la constatación de la aparente sencillez de multitud de inventos que nos facilitan la vida (otros son realmente complicados para mí y ni siquiera me planteo que pudiese entender su proceso de creación).

Posiblemente ésa sea la razón por la que siempre presto atención a las noticias sobre nuevos artilugios y a los objetos que sirven para varias actividades aparentemente dispares, como la propuesta que leía estos días del Museo de Ideas e Inventos de Barcelona, donde se muestran creaciones «tan curiosas como una fregona con micrófono incorporado, o una ingeniosa maceta que se mueve por sí misma en busca de los rayos del Sol». No me queda muy claro para qué sirve la fregona con micrófono, a no ser para que los amantes de cantar mientras trabajan amenicen con su voz a los vecinos, lo cual también puede convertirse en un riesgo. La utilidad de la maceta la veo más clara y evitaría tener que preocuparme de girar las plantas para que crezcan rectas y no inclinadas hacia la ventana.

En cualquier caso, me quedo con ganas de visitar la muestra y aplaudo el lema que la anima: «No todo está inventado». Una nunca pierde la esperanza de tener algún día una idea ingeniosa.

lunes, 14 de marzo de 2011

Nombres propios

Todos aquellos que se llaman como nosotros


Nombres propios

ESPERANZA MEDINA Si alguna tarde invernal de domingo, de esas que nos pesan tanto por la cercanía del lunes, alguno de ustedes ya no sabe qué hacer para alejarse del sofá un rato, pruebe a estirar brevemente las piernas y teclear su nombre y apellido en alguno de los buscadores de internet: al minuto encontrará posiblemente cientos de entradas que investigar.

Es probable que en un primer momento sienta un cierto temor: no es posible que se conozca tanto de su persona como para aparecer citado tan alto número de veces. Pero, tranquilo, una vez que vaya abriendo ventanitas con su nombre y apellido se percata uno de que hay muchos «Fulanitos o Fulanitas de Tal» en el orbe.

Entonces es posible que aparezca la decepción, porque llamarse «Fulanito de Tal» no parecía una circunstancia frecuente, es más, usted sólo conoce a los «Tal» de su familia y a algún primo lejano que vive en Portugal y conserva el apellido de su madre, pero no, de ése no hablan en internet.

Del temor a la decepción y de la decepción al interés: ¿cómo serán todos aquellos que se llaman como usted? ¿A qué se dedicarán, qué contarán de su vida?

Uno por uno puede ir descubriendo que su nombre también les pertenece a personas muy variopintas, con intereses muy diferentes, al menos los que trascienden a la red. Puede, incluso, tener la tentación de intentar contactar con ellos. Tenga cuidado, llamarse como usted no significa ser buena persona, ni siquiera que sea su nombre real.

No obstante, se puede fantasear con las otras vidas de los «Fulanitos de Tal» e, incluso, llegar a sentirlos como parte de una familia virtual de la que nunca sabrán que son miembros.

Y es que al final ni nuestro propio nombre nos pertenece del todo. Ser originales en este mundo es prácticamente imposible, un intento inútil e infructuoso. Para muchos que nos miran por encima del hombro éste debería ser un ejercicio de humildad obligatorio. Al final sólo somos un nombre, un nombre que se puede repetir un gran número de veces.

Después de todo, los nombres propios sólo lo son porque los demás los usan para nombrarnos, no porque nos pertenezcan en exclusividad. Exactamente lo mismo que en el resto de las cosas en que nos sentimos únicos. Algo me une a las Esperanzas Medinas del mundo: esta fantasía mía que no descansa ni los domingos por la tarde.

martes, 1 de marzo de 2011

Cuestión de fe

El ahorro de combustible en las autopistas y autovías


Cuestión de fe


ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Tantas noches en vela, tantos dolores de cabeza, tantas plegarias buscando una solución y por fin ha ocurrido lo que anhelaba, el milagro que no esperaba pudiera llegar: una medida que viene desde el gobierno para que yo ahorre.

Me he rendido ante la factura de la luz, ante el precio del transporte público, ante las subida de todo lo que me rodea y es susceptible de ser cobrado y la merma de los ingresos. Más que rendirme quizás debería decir que me he resignado a sentir que me roban y aceptar que, al ser mal de muchos, muchísimos otros, si no me consuela, al menos me deja desarmada y por consiguiente sin capacidad de defensa.

Y sin embargo ahora resulta que ahorrar combustible es tan fácil como bajar en 10 kilómetros el límite de velocidad en autopistas y autovías. Si era tan sencillo no entiendo cómo no se nos había ocurrido antes. No hay ninguna necesidad de que nos lo prohíban, si acaso que nos den una tarjeta con el equivalente de ahorro en combustible cada vez que levantamos el pie del acelerador y por cada kilómetro de velocidad que reducimos, así podríamos calcular tranquilamente lo que queremos gastar y adecuar a nuestra economía el uso responsable del coche. Que no llego a fin de mes, pues madrugo un poco más y no paso de 100 por la autopista.

Estoy esperando con verdadera ansiedad que en los próximos días nos propongan una medida tan sencilla para ahorrar con el gas y la electricidad, porque tengo que confesar que por mucho que me empeño en poner bombillas de bajo consumo en todas las lámparas de mi casa no noto que se rebaje nada la factura.

Al hilo de esto me asalta una terrible duda, ¿los 10 kilómetros serán como las bombillas de bajo consumo, que seguro que funcionan y se ahorra muchísima energía pero que para mí es más cuestión de fe que de otra cosa porque no he notado que pagase menos.

En cualquier caso, recomiendo a todos ustedes que, como yo, tengan fe en las medidas de ahorro energético que nos proponen y levanten el pie del acelerador a partir del próximo 7 de marzo. Su bolsillo se lo agradecerá, seguro, si no ya por el ahorro de combustible sí al menos por evitar la multa debida al exceso de velocidad.

Y ante este caos que nos rodea, que Dios reparta suerte.

martes, 15 de febrero de 2011

Universidad

Lo mío con la literatura fue como un flechazo, de esos de Cupido, totalmente a ciegas


Universidad


ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETISA A mí, de siempre, lo que más me ha gustado ha sido la literatura. Por eso cuando en COU descubrí que había una carrera universitaria dedicada exclusivamente a su estudio supe que eso era lo que yo quería hacer. Fue como un flechazo, de esos de Cupido, totalmente a ciegas. Luego, la universidad me dio unas de cal y otras de arena, pero no me arrepiento de haber hecho Filología y de aquellos cinco años en el entorno de Feijoo.

No faltó quién me aconsejase comenzar cualquier otra carrera, alguna que «tuviese salida», un licenciado en Literatura Española tenía poco que hacer ya entonces en el mundo laboral, mucho mejor intentar alguna de las nuevas titulaciones en informática. Pero desde el principio lo tuve claro: con dieciocho años puedo dedicarme a estudiar lo que quiera y luego ya trabajaré de lo que sea.

En aquellos años cualquiera podía acceder a la universidad, eso sí, una vez que se hubiese terminado el BUP, el COU y aprobado la «selectividad» con mayor o menor nota según la carrera elegida. Cortapisas suficientes, creo yo, para que abandonasen quienes no estuviesen realmente interesados y para buena parte del resto estaba el primer curso en el que bastantes de los matriculados iban descolgándose antes de llegar junio.

Supongo que seguirá siendo más o menos lo mismo, dudo que nadie apruebe sólo por matricularse. Y eso me lleva a ponerme en guardia cuando oigo que tenemos demasiados universitarios en paro, que hay que endurecer el acceso a la universidad, adecuarlo a las necesidades del mercado laboral.

Y es que lo importante no es que los parados sean o no universitarios, sino el número de ellos que se va acumulando en los últimos años. Las necesidades cotidianas las tenemos todos, no dependen de nuestra afición al estudio (entiéndase las de cobrar un sueldo y subsistir dignamente día a día). En su momento estudié lo que me gustaba sabiendo que tendría que trabajar de lo que pudiera. Seguí estudiando y trabajando a la vez. Algunos de mis amigos sacaron la carrera después de tener un oficio. Otros no han necesitado pasar por la universidad para ser personas y trabajadores competentes.

Pero todos hemos tenido la oportunidad de formarnos cómo y dónde quisimos. Y eso es un logro de la sociedad democrática.

Posiblemente esté equivocada, pero no entiendo la universidad sólo como un aprendizaje para el futuro laboral, supeditado al mercado empresarial. Más bien la veo como el germen de las nuevas épocas, de la investigación, el avance y el paso hacia adelante. Si los parámetros de la enseñanza universitaria los marcan las empresas avanzaremos por caminos interesados, ninguna es una ONG.

lunes, 31 de enero de 2011

Con la que está cayendo

La poesía viva y cambiante nos permite reinterpretar la realidad y superar la incertidumbre del futuro




Con la que está cayendo


ESPERANZA MEDINA POETA Y PROFESORA En unos días en que hablar del tiempo da frío, y hacerlo de la sociedad y su futuro produce incertidumbre y miedo, es un alivio escuchar a jóvenes cargados de proyectos, profundamente activos y sumergidos de lleno en la realidad que les toca vivir, buscando respuestas e interpretando las preguntas.

Con la que está cayendo es útil hablar de poesía, de la poesía que supone analizarse a uno mismo, mirar alrededor, sentir como propio cada guiño, cada gesto que se nos acerca. Porque nadie que hable de poesía debe ser indiferente al mundo que le rodea.

Es difícil ser sensible ante la belleza e insensible ante la injusticia o el dolor. Al menos así lo he percibido en los jóvenes escritores que acompañaban el jueves pasado a la ganadora del Premio Ana de Valle de poesía del 2009 en la presentación de su libro «Provocatio», y en ella misma.

Sara Herrera Peralta se acerca a la literatura desde la observación de lo que le rodea. Su visión propia y personal de la sociedad está en lo que escribe.

Convivir con la poesía para mí siempre es un placer, pero con la poesía viva y cambiante, con la que late por sí misma y nos hace reinterpretar una y otra vez la realidad y el mundo, con miradas diferentes que nos llevan por caminos diversos.

Por eso cuando pienso en el único premio de poesía que se convoca en Avilés, en un Avilés que parece que cada vez es más cultura y menos «malos humos», me da un poco de pena comprobar que no somos demasiados los interesados en compartir con su autora algunos poemas. Quizás el resto espera el libro para disfrutarlo en la tranquilidad de sus casas.

Me produce también una cierta desazón comprobar que las poetas que han ganado este premio en los últimos años, y con las que he coincidido, aún teniendo interés por conocer algo de Ana de Valle, apenas encuentran algunos datos biográficos y poco más en la red.

Ana de Valle escribía y vivía en Avilés, pertenecía a su ciudad y a su época, a su sociedad y a sus ideales, que le llevaron a transitar un camino difícil, ¿no se merece que al menos las personas que se acercan a su premio puedan leer algo de su obra? Quizás fuese bueno hacer una pequeña edición con la palabra de la mujer que da nombre al único premio poético de esta villa que parece que camina hacia la cultura con mayúsculas y se olvida un poco de las minúsculas y los anónimos puntos suspensivos.

martes, 18 de enero de 2011

Deporte y deportividad

La «mens sana» tiene que ver con el espíritu equilibrado



Deporte y deportividad


ESPERANZA MEDINA POETA Y PROFESORA Todos hemos admitido ya como cierta y loable la vieja máxima de «mens sana in corpore sano», que se podría interpretar como la conveniencia de mantener un espíritu equilibrado en un cuerpo equilibrado. Este es uno de los motivos por los que en los colegios la Educación Física, la psicomotricidad forman parte importante de las programaciones del centro ya desde los más pequeños.

Se fomenta además el deporte y llevamos a nuestros hijos e hijas a practicarlo en sus más variadas modalidades desde edades muy tempranas. El deporte favorece, además, la organización de estos niños y niñas, el aprendizaje del trabajo en equipo, la conciencia de pertenencia al grupo y de la importancia de lo que cada uno aporta a él en la medida de sus posibilidades. Por consiguiente la valoración, no sólo del propio esfuerzo, sino también del de los compañeros, e incluso de los rivales. Quizás ésta podría ser una buena definición de deportividad que, aunque es un aprendizaje más para los niños, a sus padres y madres, como se decía del valor en la antigua y ya casi olvidada «mili», se les supone.

Y ahí está el error. En suponer altas dosis de deportividad en todos los adultos que acompañan a los niños en sus competiciones deportivas. Recuerdo a uno de mis ex alumnos cuando con 6 años me comentaba ilusionadísimo que estaba entrenando con un equipo de fútbol, me detallaba lo que hacían en los partidos y cómo su entrenador les decía «sal a matar». Y él, claro, salía a lo que hiciese falta, en detrimento de las pantorrillas del equipo contrario.

Muchas veces no somos conscientes de que el deporte tiene un lenguaje metafórico que en ocasiones se puede interpretar de manera literal. Y la literalidad de «salir a matar» es bastante dura. Convendría, por tanto, moderar este lenguaje, porque no dudo del alto nivel de deportividad que mueve a todos estos jóvenes (y no tan jóvenes) que entrenan pequeños equipos de barrio, de pueblo, de colegio.

No estoy muy segura, sin embargo, de que lo mismo ocurra con todos los padres y madres de esta infancia deportista. No conozco a nadie que acompañe a sus hijos a los partidos y no relate algún caso de progenitor (léase hombre o mujer) energúmeno que no sólo increpe e insulte al árbitro, sino también incluso a alguno de los jugadores del equipo contrario, como si no fuesen niños y niñas iguales a los suyos.

En fin, que una se alegra de que cada vez haya más posibilidades de ejercitar algún deporte y desearía que a la vez se encontrara la manera de ejercitar en todos los casos, con carácter retroactivo si fuese necesario, una absoluta y sana deportividad. Por aquello de que el espíritu también esté equilibrado.

martes, 4 de enero de 2011

Exámenes

No soporto la idea de tener que demostrar lo que sé o lo que valgo



Exámenes


ESPERANZA MEDINA Nunca me gustaron los exámenes. Ni los académicos ni los otros. No soporto la idea de tener que demostrar lo que sé o lo que valgo. Nunca he sentido ningún interés por hacerlos, ni tampoco por corregirlos. Quizás esa sea una de las razones por las que me gusta la etapa de la educación en la que trabajo, la evaluación de mis alumnos no depende en absoluto de ejercicios y pruebas en las que se sientan examinados.

Algunos hemos hecho tantos exámenes en nuestra vida que hay quien puede pensar que vamos a ellos como quien va de paseo. Pues no, nada más lejos de la realidad.

Porque a pesar del esfuerzo uno se arriesga siempre a no responder de manera adecuada y suspender la prueba. Y no es sólo la decepción lo que se teme en ese momento, sino tener volver a retomar lo aprendido y empezar de nuevo.

Entre las muchas cosas que he tenido que estudiar a lo largo de mi vida (para examinarme, se entiende) han estado ciertas nociones de psicología y aunque no domino esta materia sí puedo decir que hay teorías con las que estoy bastante de acuerdo, como aquella que se refiere a la manera de enfocar los fallos y los logros personales dependiendo de la perspectiva. Somos tendentes a achacar nuestros fallos a agentes externos y nuestros logros únicamente al mérito propio, mientras que desde fuera ocurre todo lo contrario: para los demás nuestros méritos se deben generalmente a causantes externos y nuestros fracasos a nuestra ineptitud personal. Piensen si no en aquel objetivo que se habían marcado y que tanto tiempo y esfuerzo les costó conseguir, para que luego llegue un amigo cualquiera y les diga eso de «vaya suerte que tienes, así ya se puede» y ustedes se quedan pensando en que es una pena no haber sabido antes que era sólo cuestión de suerte para haber dedicado su tiempo a actividades más divertidas.

Y ese precisamente es el motivo por el que he decidido no acabar el año haciendo ningún tipo de examen de los doce meses anteriores, porque aunque el balance fuese negativo siempre puedo decir que no fue culpa mía y si saliese positivo ya habría quien pensase que no fue gracias a mí, así que me aplico el cuento de algunos políticos y siempre gano.

En cuanto al año que entra, miedo me da hacer una lista de propósitos. Será que me condiciona este ambiente general de incertidumbre, ese deseo de «nunca peor» que ha sustituido en tantas ocasiones la presente Navidad al consabido «feliz año» de las anteriores.

No hay buenas perspectivas. Quizás sea porque quienes debieran no hacen examen de conciencia. Así nos va al resto.