martes, 4 de enero de 2011

Exámenes

No soporto la idea de tener que demostrar lo que sé o lo que valgo



Exámenes


ESPERANZA MEDINA Nunca me gustaron los exámenes. Ni los académicos ni los otros. No soporto la idea de tener que demostrar lo que sé o lo que valgo. Nunca he sentido ningún interés por hacerlos, ni tampoco por corregirlos. Quizás esa sea una de las razones por las que me gusta la etapa de la educación en la que trabajo, la evaluación de mis alumnos no depende en absoluto de ejercicios y pruebas en las que se sientan examinados.

Algunos hemos hecho tantos exámenes en nuestra vida que hay quien puede pensar que vamos a ellos como quien va de paseo. Pues no, nada más lejos de la realidad.

Porque a pesar del esfuerzo uno se arriesga siempre a no responder de manera adecuada y suspender la prueba. Y no es sólo la decepción lo que se teme en ese momento, sino tener volver a retomar lo aprendido y empezar de nuevo.

Entre las muchas cosas que he tenido que estudiar a lo largo de mi vida (para examinarme, se entiende) han estado ciertas nociones de psicología y aunque no domino esta materia sí puedo decir que hay teorías con las que estoy bastante de acuerdo, como aquella que se refiere a la manera de enfocar los fallos y los logros personales dependiendo de la perspectiva. Somos tendentes a achacar nuestros fallos a agentes externos y nuestros logros únicamente al mérito propio, mientras que desde fuera ocurre todo lo contrario: para los demás nuestros méritos se deben generalmente a causantes externos y nuestros fracasos a nuestra ineptitud personal. Piensen si no en aquel objetivo que se habían marcado y que tanto tiempo y esfuerzo les costó conseguir, para que luego llegue un amigo cualquiera y les diga eso de «vaya suerte que tienes, así ya se puede» y ustedes se quedan pensando en que es una pena no haber sabido antes que era sólo cuestión de suerte para haber dedicado su tiempo a actividades más divertidas.

Y ese precisamente es el motivo por el que he decidido no acabar el año haciendo ningún tipo de examen de los doce meses anteriores, porque aunque el balance fuese negativo siempre puedo decir que no fue culpa mía y si saliese positivo ya habría quien pensase que no fue gracias a mí, así que me aplico el cuento de algunos políticos y siempre gano.

En cuanto al año que entra, miedo me da hacer una lista de propósitos. Será que me condiciona este ambiente general de incertidumbre, ese deseo de «nunca peor» que ha sustituido en tantas ocasiones la presente Navidad al consabido «feliz año» de las anteriores.

No hay buenas perspectivas. Quizás sea porque quienes debieran no hacen examen de conciencia. Así nos va al resto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario