miércoles, 13 de marzo de 2013

Por derribo




Por derribo



Hace algo más de tres años dejaba en este mismo lugar, o lo intentaba al menos, las sensaciones que me producía volver a ver las ventanas del segundo piso de aquel viejo edificio en el que pasé los primeros trece años de mi vida y después alguno más.

Destartalado ya en aquel momento, con okupas que lo habitaban, sólo era un cascarón desvencijado que no guardaba absolutamente nada de mi infancia. O quizás sí, quizás los armarios de la cocina con todas sus capas de pintura, los azulejos blancos, la propia cocina de carbón, me estuviesen esperando aún para verme otra vez subida de pie sobre la meseta sintiéndome tan alta y tan niña como entonces.

Mirar la triste fachada del edificio, las persianas verdes, los rombos de los ventanucos de la escalera era una ingenua forma de decirme que, a pesar de todo, nada se va para siempre.

Ahora la casa se ha vuelto transparente. Puedo ver a través de ella, pero lo que descubro no se parece a lo que veía aquellos años desde sus ventanas. Ya no hay huertas, ni patios, ni ropa tendida. Ni vecinas que se hablan de una ventana a otra, ni vecinos que te saludan cuando te asomas. Hay un edificio alto, quizás diez u once pisos, no me paro a contarlos, al fin y al cabo ya no tiene nada que ver conmigo.

Me habían avisado y por eso al principio no sentí nada, si acaso sólo curiosidad: «Han tirado la casa, ya no queda nada, sólo la puerta del portal y la pared a la altura del primer piso. No, no creo que sea para edificar, la de la esquina sigue en pie».

Seguramente era necesario, los recuerdos no siguen caminos paralelos a las paredes o a los tejados, a unos los alimenta el tiempo mientras que a los otros los va desmoronando. Aún así, de alguna manera me duele la insolidaridad del otro edifico, del que aún no ha desaparecido del todo. Igual de viejo, igual de vacío de aquellos nombres que resonaban entonces en la escalera, en el portal, en las ventanas abiertas, pero indemne al derribo.

Quedamos menos cada vez, y todos estamos lejos. En la lejanía que da la realidad y haber crecido. Haber sido felices y haber llorado entre otros muros y en otros portales. Aunque a veces nos encontramos y comprendemos que nos queremos, con ese cariño del que sabe que ha compartido la vida.

Y creo que todos nos negamos, como yo hoy, a cerrar los recuerdos. Ni siquiera por derribo.