martes, 25 de mayo de 2010

Compre usted nardos

Compre usted nardos
La venta de enciclopedias en la era de internet

Compre usted nardos
ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA La semana pasada acontecía en mi familia un hecho un tanto singular; singular no por lo curioso o raro del asunto, sino porque me recordó un tiempo en que era frecuente y yo ya tenía olvidado. Aunque, como no quiero en ningún caso pecar de exagerada, y como recuerdo con frecuencia aquello que decía mi abuela cuando puntualizaba algo hasta el más mínimo detalle de «para que el diablo no se ría», debo aclarar que no sólo ocurrió en mi familia, sino también en las de los compañeros de colegio de mi hija.

La anécdota que me dio qué pensar fue la siguiente: cuando volvía del colegio, mi hija apareció cargando una cajita de cartón rectangular, cuyo peso se añadía al de la mochila que porta habitualmente. En el interior de la caja había un tomo de un diccionario enciclopédico, similar a todos los que hay en mi casa y había ya en casa de mis padres. Dicho tomo era una muestra que debía devolver al día siguiente si no estábamos interesados en comprarlo.

Alguno de ustedes puede estar prensando ¡vaya tontería!, pero antes de ello recapaciten: ¿cuánto tiempo hace que no reciben la visita de un vendedor de libros?, quizás es que pasan de largo por mi casa y se acercan a las suyas, pero lo cierto es que a mí intentan venderme servicios variados, pero con el auge de internet, hace mucho que no llaman a mi puerta para venderme una enciclopedia.

No lo hecho de menos, claro está, yo busco los libros que quiero o, en ocasiones, ellos me buscan a mí, pero siempre desde una estantería, un mostrador o cualquier medio de comunicación al que yo accedo.

Mi hija tuvo que volver a cargar con la cajita otra vez en dirección al colegio y a mí me dio un poco de pena del vendedor de diccionarios enciclopédicos, me pareció casi un empleo altruista, porque me resulta difícil imaginar a los niños de ahora abriendo libros para buscar los datos que necesitan en sus trabajos en lugar de presionar algunas teclas y pedirle a cualquier buscador en la red que se los acerque. Yo misma abro y consulto poco los varios metros de enciclopedias que veo desde aquí, últimamente me relaciono más con «míster Google». Mea culpa, lo reconozco.

En fin, que serán cosas de esta crisis que dicen que no hay, pero luego resulta que sí y que hará que cualquier día nos encontremos frente a jóvenes, señoras y caballeros que, a falta de otra ocupación laboral, nos saludarán por la calle para intentar vendernos nardos, como en aquella famosa zarzuela. Otra cosa será que tengamos con qué comprarlos.

miércoles, 12 de mayo de 2010

La llambiona

La llambiona


El significado de las palabras depende de la experiencia que uno haya tenido con ellas


ESPERANZA MEDINA
PROFESORA Y POETA Está claro que en el significado que cada uno le da a las palabras juega un papel fundamental la experiencia, personal o colectiva, que de su uso se tenga. Así cuando se traduce de una lengua a otra se pueden perder matices importantes, a veces fundamentales pasa sentir que se habla de lo mismo.

Y es que desde que yo recuerdo hay una palabra que, aunque tenga su equivalente prácticamente idéntico en castellano y asturiano, para mí se diferencia clarísimamente, porque nunca ha sido lo mismo en mi vocabulario «llamber» que lamer.

Cuando niña yo no era buena comedora, pero sí era «llambiona». Mi madre se desesperaba para que yo comiese correctamente, para contrarrestar los efectos de los muchos medicamentos que tomaba. Hacía todo lo posible y lo imposible para que yo me alimentara como es debido.

Tengo que agradecerle sus esfuerzos, porque después de tanta insistencia acabó consiguiendo que yo comiese de todo y aún hoy más de lo que debiera.

A mi madre tengo que agradecerle también sus fantásticas manos para la cocina (ya sé que todos dicen que quien mejor cocina es la madre de uno, pero reto a cualquiera a competir con la mía).

Lo que más me gustaba siempre era cuando hacía tartas o mantecados, porque al acabar me dejaba «arrebañar» la fuente en la que lo había amasado, y esa imagen, la de pasar el dedo por la pasta dulce es la que me viene a la mente cada vez que leo, escucho o uso aquello de «llamber», «llambionaes» o cualquiera de sus derivados, me veo relamiéndome más que lamiendo.

Aunque en aquellas ocasiones tenía un enemigo, que no era mi hermano, porque con él podía compartir aquel juego de la repostería, sino «la llambiona», un utensilio de cocina que era capaz de dejarnos sin ningún resto de la masa. Me hacía muy poca gracia que mi madre sacase del cajón aquella especie de paleta blandengue que se movía por todos los resquicios del recipiente y apenas dejaba restos. Era demasiado eficaz en su cometido. Una auténtica guerra de «llambionas», creo yo.

Por todas esas connotaciones tan dulces y tan entrañables me ha gustado especialmente el nombre que le han dado al salón de los aromas y sabores dulces que se ha celebrado en Avilés este fin de semana pasado: «Sweet Llambión». Iniciativa que espero que se repita en muchas más ocasiones, pues ya sabemos aquello de «a nadie le amarga un dulce». Yo diría aún más, que un dulce siempre nos regala una sonrisa, y una sonrisa siempre merece la pena.