martes, 21 de diciembre de 2010

Objetos perdidos

Pocas veces se recuperan aquellos recuerdos que se han ido




Objetos perdidos


ESPERANZA MEDINA POETISA Y MAESTRA De alguna manera la vida se va convirtiendo en una gran oficina de objetos perdidos. Cada momento que vamos dejando atrás se pierde en las vivencias y se conserva sólo en el recuerdo, en el mejor de los casos, porque también los recuerdos se van diluyendo con el tiempo y nos abandonan definitivamente. Quizá por eso nos guste tanto juntarnos con los amigos a recordar y resultemos con el tiempo pesados y aburridos para los contertulios ocasionales que no comparten esos recuerdos. Y aquí, como en tantas otras situaciones, «quien esté libre de pecado que tire la primera piedra».

Y es que pocas veces se recupera aquello que se pierde, casi nadie reclama lo que se guarda en los estantes de esas oficinas, quizá porque no confiamos en la generosidad de quien encuentre nuestros objetos extraviados o quizá porque nosotros mismos nos quedamos con lo que encontramos.

Pero no todos pierden la esperanza de hallar lo extraviado y también para eso parece que sirve la tecnología, porque a través de internet se puede acceder a una oficina virtual de objetos perdidos, aunque no tengo muy claro qué eficacia puede tener o de quién depende. Lógicamente aquí no están almacenados los objetos, sino los anuncios y los datos de lo perdido y las circunstancias en que sucedió. Curiosamente, como si el ladrón fuera a arrepentirse al leer la nota, también aparecen anuncios de robos. Nunca se sabe qué puede despertar la conciencia de un delincuente.

Aunque no sólo se apela a la buena voluntad del «hallador», sino que en ocasiones se ofrecen recompensas, como la de 500 euros por devolver una mochila de piel. Confieso mi enorme curiosidad por saber qué contendría esa mochila para que su valor fuese tan importante. Se me ocurren unas cuantas historias que podrían ser argumento de alguna que otra novela.

Pero, sin duda, entre todas las pérdidas que he visto la que más me ha llamado la atención anuncia que se ha perdido poesía, un «taco de unas diez cuartillas con poemas», dice. Y he pensado en la orfandad de las cuartillas, y en el poco valor que le habrá dado quien las haya visto. En el vacío de poeta y en que tengo que guardar lo que escribo en algún lugar más que en el ordenador para que no me pase lo mismo.

Me pregunto si alguien lee estos anuncios para devolver lo que encuentra, me temo que es un gesto totalmente inútil, como el mío de intentar evitar todas las Navidades echar tanto de menos a los que he perdido. Ya sabéis, feliz Navidad.

martes, 7 de diciembre de 2010

GArbanzos los domingos

Los recuerdos de la infancia que afloran en vísperas de la Navidad



Garbanzos los domingos


ESPERANZA MEDINA Garbanzos los domingos. Y los lunes, berzas, que era día de plaza. Nunca me gustaron los lunes. Volver del colegio y el olor a verdura según enfilaba el segundo piso. Aunque quizás no era la comida, era por ser lunes y empezar la semana, y tener que comer rápido para volver al colegio. No lo sé muy bien, porque ahora las berzas me encantan, sobre todo si están hechas del día anterior.

Los garbanzos eran otra cosa, ya lo creo, con la sopa de fideos y el domingo enterito para no hacer nada; en aquella época, para jugar todo el día. Siempre llevaba al día los deberes del colegio, así que el domingo era todo para mí.

Algunos domingos que no trabajaba mi padre estaba en casa al mediodía y ponía el tocadiscos con aquellos LP, de canción asturiana la mayoría, popular en general. Recuerdo especialmente uno cuyo título me llamaba entonces la atención: «Canciones para beber». Oía aquellas canciones como si no fueran aptas para mí, como si llevasen alguno de aquellos rombos que aparecían a veces en las películas. Obviamente, entendía que no eran para beber agua o leche, sino para el vino o la sidra. En la portada (la estoy viendo) había una jarra de barro sobre un tonel con varios vasos de vino a medio vaciar. Entre las canciones estaban el «Asturias, patria querida» o «Quiero que te pongas la mantilla blanca», además de otras del estilo.

Es curioso cómo uno recuerda con todos los sentidos: olores, sabores y sonidos, no sólo las imágenes.

Vuelvo precisamente hoy a la comida de mi madre y a las «canciones para beber» de mi padre porque llevo unos días en constante recordatorio de que llega la Navidad, los excesos en la comida, que suponen en general un derroche en la economía diaria. Parece que seremos felices esos días comiendo juntos y mucho, arrepintiéndonos con enero y su empinada cuesta de los excesos y realizando buenos propósitos de moderación para el nuevo año.

Y, sin embargo, qué curioso, yo no recuerdo las cenas de Navidad de mi infancia, sólo los garbanzos de los domingos y las berzas de los lunes. Y el sol entrando a raudales por la ventana de la cocina, y la escalera de madera casi blanca por efecto de la lejía con la que la limpiaba mi madre, y el camino al colegio, y los bocadillos de chocolate. De la Navidad, apenas algunos días de Reyes.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Poesía en el bar

Poesía en el bar


ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA «La poesía es un arma cargada de futuro», decía Gabriel Celaya. Personalmente nunca me han atraído las armas, ni siquiera como excusas de un lenguaje poético, pero eso es un gusto muy particular y no le quita relevancia a uno de los versos de la poesía española del siglo XX más repetidos y citados.

Y es que la poesía puede ser muchas cosas, tantas como queramos cada uno de nosotros, autores o lectores, hacedores en cualquier caso del sentimiento poético, porque un poema no existe sin un lector, sin un interlocutor que ponga en él sensaciones y experiencias.

No hablo de buena o mala poesía, eso supone erigirse en juez, y no se puede ser juez imparcial cuando una se siente también parte del asunto. Hablo de las iniciativas que acercan el juego poético en vez de alejarlo, como ocurría cuando de niños nos enseñaban los grandes autores comenzando por su biografía, para seguir con el "análisis" de estrofas, rima y, lo peor de todo, la intención del autor. Como si el autor la tuviese siempre clara cuando escribe, o más aún, como si lo que dice fuese en todos los casos exactamente lo que quiere decir. Si la poesía fuese sólo eso, yo tampoco la leería.

En nuestros años de estudiantes lo de menos era el poema, que se convertía en una mera excusa para cimentar todas aquellas normas, reglas y preguntas que nos alejaban cada vez más del propio poema. Que han llevado a tantos a confesar que la poesía no les dice nada.

Eso está cambiando, cada vez hay más poetas que hablan nuestro lenguaje, el de cada uno, que nos hablan en una librería, en un jardín, en un bar. Como algunos de los poetas participantes en "Letra y puñal" que nos leyeron sus textos en el "Jazzville". Por supuesto que la poesía cabe en los bares (hasta no hace mucho se "echaban cantarines") y en las paradas del autobús, y en los muros de los parques, y en las paredes de los edificios o en los parabrisas de los coches.

Sé con certeza que muy pocos de los que ahora escribimos pasarán a la historia, pero también sé que, como en el deporte, para que alguien destaque hacen falta muchos equipos de base, muchos niños y niñas entrenando, disfrutando, aprendiendo. Los entrenadores y los maestros lo saben bien, y no abandonan el esfuerzo por hacer deportistas, no de élite, sino de vida.

Quizás ese es el camino de la mayoría de nosotros, ser entrenadores poéticos, cada uno a su manera y con la gente con la que conecta.

martes, 9 de noviembre de 2010

Caxigalines varies

Me llevó muchos años de memorizar reglas ortográficas llegar a un presente de competencia lingüística aceptable



Caxigalines varies


ESPERANZA MEDINA Cuando yo era muy pequeña, no comía chucherías, comía bolinas de anís que mi madre me compraba en la tienda de María Rodes. Eran de colores aunque todas sabían igual (a anís, lógicamente) y estaban en unos fascinantes tarros de cristal que formaban fila en el mostrador de madera. Tarros de esos que se pueden apoyar de dos formas distintas y en los que entra la mano perfectamente para coger lo que haya en su interior. Durante algunos años dejé de verlos en las tiendas, pero en cuanto tuve la oportunidad no pude resistirme a comprar alguno para mi casa.

Las bolinas de anís eran un tesoro y aquellos tarros un objeto de deseo inalcanzable, cuidado con acercarte porque se podían romper. Si vuelvo a abrir las manos juntas, puedo sentirme rica otra vez con aquellas diez bolas de colores que me daban por una peseta. Una peseta (o, lo que es lo mismo: 0,01 euros), parece imposible que alguna vez me hubiesen dado algo por una peseta.

Más tarde me entretenía también con alguna otra «caxigalina» cuando en casa me daban dinero: regaliz, caramelos, chicles Cheiw o aquellos de bola tan enormes que apenas cabían en la boca y hacían que durante los primeros momentos te acabase doliendo la mandíbula. Supe que se llamaban chucherías muchos años más tarde, la recuerdo como una palabra divertida y muy acertada. «Golosinas» me pareció bastante más fina y seria desde el principio.

Obviamente ni mi vocabulario, ni mis conocimientos ortográficos o gramaticales eran entonces nada del otro mundo. Ni siquiera puedo asegurar que María Rodes fuese un nombre y un apellido, un apodo o un nombre compuesto. Me llevó muchos años de lectura, de copiar mil veces palabras incorrectas, de memorizar reglas ortográficas y tiempos verbales llegar a un presente de competencia lingüística aceptable.

Y ahora que ya no encuentro bolinas de anís ni ninguna otra «llambionada» con el sabor de las de mi infancia, me sorprende el periódico con «caxigalines» de otro orden que vienen a descolocar mis recuerdos: tildes que desaparecen, letras que cambian de nombre, etcétera.

Total, que después de tantas pérdidas, voy a plantearme seriamente reivindicar que las normas tengan carácter retroactivo y me compensen de alguna manera los exámenes que no aprobé por no poner determinadas tildes y las veces que copié en la libreta algunas palabras por el mismo motivo. Y aun más: a ver cómo le explico todo esto a mi ordenador.

martes, 26 de octubre de 2010

Envejecer

Envejecer



El valor del tiempo en el ecuador de la vida


ESPERANZA MEDINA
PROFESORA Y POETA Es difícil no sentirse envejecer cuando se van superponiendo años como hojas de palmera.
¿Qué sabrá ella de la vejez? Estarán pensando algunos. Es posible que sepa poco, y espero contar con un montón de años para ir aprendiéndolo. Pero a partir de los 40 a muchos nos suena una especie de campanilla que avisa de que en el mejor de los casos posiblemente habremos vivido la mitad de nuestra vida (no es una sensación que haya tenido yo sola, curiosamente al plantearla en alguna conversación la habíamos tenido más de uno del grupo). Es posible que usted mismo, si ya ha llegado a esa edad, lo haya pensado alguna vez.
En cualquier caso esta reflexión no me ha llevado en absoluto a encerrarme en la tristeza ni el pesimismo. Ni tampoco a intentar hacerlo todo de prisa para tener tiempo. Es sólo la constatación de la certeza de que «siempre» es una palabra imposible para cualquiera de nosotros y que eso no nos hace ni más pequeños ni más grandes, simplemente nos pone en nuestro sitio.
Hace años, en la Universidad, con nuestros tiernos 20 añitos, yo sonreía ante la afirmación constante de una amiga de que la vida era demasiado corta para perderla con aquellas personas que no merecían la pena. Entonces yo creía que exageraba, había mucha vida y una tenía que pasar por muchas cosas, tratar con muchas personas aunque no mereciesen la pena. Todo me preocupaba entonces y todo me interesaba también. Han tenido que pasar los años para darle la razón cientos, miles de veces. No recuerdo si alguna de ellas se lo dije personalmente. Lo hago ahora: Chon, qué sabia eras ya entonces.
Y es que una nota que se va haciendo mayor porque tiene menos tolerancia a la estupidez, menos paciencia con los planteamientos absurdos encaminados sólo a hacerte perder el tiempo, menos vergüenza a decir y hacer lo que se quiere. La opinión de los demás va dejando de tener peso en los actos propios y va cogiendo densidad y consistencia la propia vida. Si no fuese así no tendría ninguna ventaja envejecer.
Sólo espero llegar a cumplir los que me toquen, sean los que sean, convencida de que si alguna vez perdí parte de mi tiempo y mi razón fue porque al fin y al cabo una tiene que hacer concesiones a la supervivencia, que hay que comer y todas esas vulgaridades de la vida. Pero que he compartido el resto con las personas que realmente merecen la pena. Y eso que sirva también para todos ustedes.

martes, 12 de octubre de 2010

Hablemos de tópicos

Hablemos de tópicos

La responsabilidad de ser padres y la dificultad de poner límites y decir que no





ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Hablemos de tópicos. Uno de los más extendidos es aquél de: «La juventud está perdida». Y siglo tras siglo parece que se va encontrando o se va perdiendo definitivamente en el devenir del adulto que se siente totalmente acreditado por su experiencia pasada (que ha olvidado convenientemente) para repetir aquello de que no se sabe muy bien adónde van a ir a parar los jóvenes.

Por suerte o por desgracia, la juventud acaba siempre en el mismo sitio: en personas adultas más o menos sensatas. Y ahí comienzan los problemas.

Problemas de dos tipos. Unos los inherentes a la necesidad de ganarse la vida, encontrar una vivienda adecuada; incluso, me temo que a no mucho tardar, buscarse un buen plan de pensiones. Esos problemas los compartimos todos y los vamos solucionando como podemos.

Pero hay otros, relacionados con el momento de enfrentarse a la educación de los hijos. Como ningún manual garantiza buenos resultados en este sentido, vamos, con la mejor de las voluntades, capeando el temporal según nos viene y aprendiendo a ejercer de padres ejerciéndolo. Porque, desengañémonos, por muy juveniles que nos sintamos, somos padres de nuestros vástagos, no sus amigos. Para cubrir esa necesidad de «colegueo» están otros niños, otros adolescentes cercanos a los nuestros. Y por muy «enrollaos» que nos sintamos, no se nos puede olvidar que somos los progenitores y hemos contraído con nuestros hijos e hijas unas obligaciones morales y sociales que no podemos eludir. Obligaciones que no debemos delegar en nadie, ni siquiera en la escuela.

Porque es muy difícil poner límites y decir no, muy pesado recordar las normas que nos hacen seres sociales y sociables. Es mucho más sencillo mirar para otro lado y echar luego la culpa a los amigos, al colegio, a la juventud misma, de los fracasos y la incapacidad de enfrentar la vida de algunos jóvenes.

Y digo algunos, porque así es, como siempre. En todos los tiempos ha habido quien fracasa como persona, quien no se siente nunca satisfecho o contento, quien espera de los demás todo y no comprende que esa obligación o es recíproca o no existe.

Por suerte, yo también veo una juventud alegre, creativa, que aprovecha los medios a su alcance para el deporte, formar un grupo musical o hacer teatro en la calle.

Dejémonos de tópicos, de excusas, y veamos como padres qué es lo que debemos hacer para brindar a nuestros hijos ese futuro mejor. Ya hemos sido jóvenes y ahora toca ser adultos. Ley de vida.

martes, 28 de septiembre de 2010

Me rindo

Me rindo

Carta a la crisis con el objeto de claudicar



ESPERANZA MEDINA
PROFESORA Y POETA
Querida "crisis":
Confieso que me siento totalmente vencida, incapaz de ver ni un solo frente en el que poder presentar batalla con dignidad. Ni siquiera me parecen viables las soluciones creativas: lamentablemente a estas alturas de la vida ya no me veo capaz de prescindir de la electricidad y alumbrarme con velas, teniendo en cuenta además que ni este ordenador con el que escribo, ni la calefacción, ni el agua caliente, ni tan siquiera el café de cada mañana sobrevivirían a un apagón reivindicativo y cabreado si dejo de pagar a la compañía eléctrica.

Y es que otra vez, sin que la simplicidad de mi mente poco imaginativa lo pueda entender, sube la luz. Supongo que será porque las compañías eléctricas están a punto de irse a la quiebra debido usted, amiga «crisis»; en ningún caso porque necesiten seguir ganando lo mismo, o más, a costa de los pobres consumidores, cada vez con menos posibilidad de consumir y cada vez más pobres.

Perdone si puedo resultar pesada al hablarle de mí y contarle que últimamente tengo la sensación de estar perdiendo facultades cognitivas, cada vez entiendo menos el significado de su propio nombre, doña «crisis». Se decía en mi casa que «nunca falta un tonto a quién echa-y la culpa» (perdone este batiburrillo de lenguajes, pero castellanizándolo del todo no me sonaba bien). Pues parece que aquí ha aparecido un tonto que no se queja, que asume todo tipo de culpas pasadas o venideras: usted misma, aunque le cueste creerlo. Si bien me temo que a su nombre le acompañan muchos apellidos: incompetencia, falta de previsión, derroche de lo ajeno, etc, etc, etc (cualquiera puede añadir lo que se le vaya ocurriendo).

Siento esta pataleta, que no me lleva a ninguna parte, si acaso a esperar que el invierno no sea muy frío y a rezar para que después de disminuir el sueldo, subir el IVA, la luz y otras cuantas circunstancias más de cuyo nombre me viene bien no acordarme, llegue una primavera florida y hermosa de esas que anuncian en los libros de texto.

Ya sólo me queda pedirle a usted, estimada señora, que tanto sabe y en tanto influye, que nos desvele en voz baja el misterio del recibo de la luz, a ver si entre todos somos capaces de encontrar la manera de aplicarle un descuento en vez de una subida. Prometemos no contar el secreto.

martes, 14 de septiembre de 2010

De vuelta al cole

De vuelta al cole

Inicio de curso a la sombra de la crisis y los recortes



ESPERANZA MEDINA
POETA Y PROFESORA Hay un ambiente festivo en las aulas, al menos entre mi alumnado, que disfruta del reencuentro con los amigos y con los nuevos juguetes. Son mayores, y eso los hace importantes. Nada puede con su alegría, con su empuje, con su curiosidad. Contagian ímpetu y energía, contagian sonrisas e historias de descubrimientos y veranos divertidos.

Créanme, es un alivio encontrar ese optimismo por las mañanas, enfrentarse como único problema a la necesidad de actividad continua de niños y niñas, al ejercicio investigador de cada pregunta, de cada razonamiento, de cada resolución de situaciones más o menos cotidianas. Es una auténtica gozada descubrir con ellos un mundo nuevo en todo lo ya conocido. Un ejercicio de optimismo tremendamente balsámico.

Porque a pesar de mis buenos deseos de feliz verano, publicados en este mismo diario el mes de junio, deseos de un setiembre de normalidad y trabajo, a pesar de ello, comenzamos el curso cabizbajos, con temor a abrir el periódico o encender la tele. Miedo nos da descubrir los nuevos recortes, entrever las subidas, los reajustes y ver perderse en la lejanía retazos del bienestar social que hasta ahora nos acompañaba.

Nos espera un curso difícil, una vuelta al cole insegura. A pesar de que nos la anuncian a bombo y platillo los grandes almacenes. Iniciamos el otoño estoicos, dispuestos a sortear pacientemente los altibajos, a luchar contra los elementos si hace falta.

Curiosamente, mientras que para algunos esta crisis ha supuesto tener que aplicarse la jocosa filosofía del chiste aquel del «consumismo»: con su mismo coche, son su mismo traje, etc, para otros ha tenido consecuencias insospechadas (al menos para mí) como el aumento de matrícula en la carrera de Derecho en la Universidad de Oviedo, que hace que este curso se considere recomendable limitar el acceso a dicha especialidad universitaria.

No se me había ocurrido que fuese a haber tanta demanda de abogados, aunque bien pensado, tal y como están las cosas no van a faltar conflictos y reclamaciones. Igual es una buena idea inclinarse hacia el derecho, lo malo es que no veo muy claro de dónde van recibir sus honorarios.

En fin, que yo seguiré con mis alumnos de cuatro años, que no sé si llegarán a ser abogados, bomberos o informáticos, pero que de momento me animan las mañanas y me agotan antes de llegar a las tardes. Y que no falte.

martes, 31 de agosto de 2010

Indefensos

Indefensos

La protección de algunos desprotege a otros



ESPERANZA MEDINA
PROFESORA Y ESCRITORA Aunque yo no recuerde si los he visto alguna vez, los billetes de 500 euros existen. Imagínense, por ejemplo, que ustedes tienen uno, que lo utilizan para hacer una compra considerablemente inferior a esa cantidad, como es lógico, la persona encargada de devolverle la diferencia comprobará con sumo cuidado que su billete sea auténtico. Una vez hecho esto le devolverá unos cuantos billetes de 50 euros, quizá de 100. Y entonces usted, honrado ciudadano o ciudadana, tiene que fiarse enteramente del personal de la tienda y salir rezando para que los billetes que ahora lleva en el bolsillo sean todos y cada uno de ellos auténticos al cien por ciento. Nadie los ha pasado por la maquinita para devolvérselos explicándole claramente la diferencia que hay entre uno y otro. Y créanme, la posibilidad existe. Hace algunos años a un familiar cercano en el mismísimo banco le entregaron un billete falso, aunque en ese caso todo tuvo un final feliz y se lo cambiaron por uno auténtico. Pero vaya usted a cualquier entidad bancaria con uno falso en la mano y a ver qué pasa.

Y es que los usuarios de los servicios públicos vivimos desprotegidos ante lo que ellos se protegen. Otro ejemplo es el referido a la grabación de las conversaciones cada vez que usted realiza algún tipo de gestión telefónica. Una amable voz le avisa de que su conversación será grabada, bien (piensa usted), así no habrá dudas si más adelante tiene que hacer una reclamación. Terrible error el suyo, porque la grabación de la conversación sólo funciona en un sentido (para ellos), porque si, como ha sido mi caso, en un primer diálogo alguien le comenta unas ciertas condiciones de telefonía móvil que considera favorables, cuando por fin unos días después decide ponerlas en práctica resulta que otra voz amable (que también grabará su conversación) le habla de unas condiciones diferentes alegando que siempre han sido así. No sirve de nada argüir que hay una grabación de una fecha anterior que pueden comprobar, lo que hay es lo que hay, o lo toma o lo deja. Quizá debería buscarme un teléfono móvil con grabadora simultánea y advertir cada vez que llamo a cualquier empresa que nuestra conversación será grabada para su tranquilidad, y la mía, claro. Me gustaría ver la cara que se les pone del otro lado del teléfono.

En fin, que somos ciudadanos indefensos, ingenuos la mayor parte de las veces y crédulos hasta el absurdo. Quién nos lo iba a decir, con lo listos que parecemos.

martes, 17 de agosto de 2010

La cabina

La cabina

Aquellos veranos en los que se formaban colas para usar el teléfono público



ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Nos cuesta percibir los grandes cambios a los que nos vamos acoplando a lo largo de los años; es sólo cuando se nos ocurre comparar los pequeños detalles de nuestra infancia con la de nuestros hijos cuando nos descubrimos contando historias que suenan parecidas a aquellas de nuestros propios abuelos que comenzaban siempre: «Cuando yo era joven», y es que en realidad no somos tan diferentes después de todo. Ni la juventud está perdida ni cualquier tiempo pasado fue mejor.

Como ejemplo sirva el recuerdo de ciertos rituales vacacionales que me vienen hoy a la memoria: cuando uno se iba de vacaciones contraía con sus familiares más cercanos un compromiso ineludible (y no me refiero precisamente a comprarles un recuerdo) que debía cumplir sin dilación a la llegada y en alguna que otra ocasión dependiendo de la duración de la estancia vacacional o de la movilidad de esos días, y es que era necesario buscar una cabina para llamar por teléfono y confirmar que estábamos bien.

Si en este mismo momento preguntara a alguno de ustedes dónde hay una cabina cercana a su casa es muy posible que la mayoría no supiera contestar. No se preocupen, yo tuve que hacer un importante esfuerzo para recordar dónde están las dos más próximas a la mía.

Pues bien, que sepan los más jóvenes que hace unos años (pongamos veinte por decir algo) en cada pueblo había al menos una cabina que en época de veraneo, y si la localidad recibía visitantes, estaba muy solicitada, sobre todo a las horas de menos calor en las que solía ser usual tener que pedir la vez y esperar para poder hablar mientras otros te miraban desde fuera con cara de tener mucha prisa. Era un lugar de relación social como otro cualquiera, incluso llegó a ser motivo de una inquietante película protagonizada por José Luis López Vázquez. Ahora nos inquietan más las realidades que utilizan internet como medio para delinquir.

Pero no seré yo quien considere criticable un medio por el simple de hecho de que pueda hacerse un mal uso de él, al contrario, nos ofrece grandes posibilidades incluso en vacaciones. Así puede ser, por ejemplo, que les llegue hoy este artículo a pesar de que no me encuentre en casa. Internet también puede acercar las imágenes prácticamente en el momento mismo de tomarlas; en fin, que por suerte hemos pasado de la cabina telefónica comunitaria al ordenador personal (propio o del telecentro) que nos hace más plurales o al menos nos posibilita que lo seamos.

martes, 20 de julio de 2010

A por ellos

A por ellos
La pasión del fútbol vendría bien para otros asuntos más importantes


A por ellos


ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y ESCRITORA Hace algo más de una semana, un domingo para ser exactos, estaba en casa (no en mi casa habitual, sino en un pequeño pueblo de Valladolid), jugaba la selección y parece que es mejor verlo en compañía, así que me quedé sola. Es un decir, porque en el bar de enfrente debía de haber un grupo numeroso viendo el partido.

En un momento dado hay un casi-gol y del bar salen gritos de ánimo al equipo entonando el «¡a por ellos, oeh!». No importa que los jugadores no puedan oírlo desde Sudáfrica, ahora mismo todos se sienten uno.

Aunque no soy muy futbolera, no lo critico, en absoluto. Me parece bien que haya algo en lo que vayamos todos a una como Fuenteovejuna. Yo misma pongo la tele para seguir más de cerca la emoción de mis convecinos.

Como ellos sueño, pero con otras cosas. Sueño con oír ese «¡a por ellos, oeh!» cada vez que una mujer muere a manos de su pareja, cada vez que hay un asesinato terrorista, cada vez que alguien pierde su trabajo porque un empresario quiere ganar mucho más o un político se equivoca. Cada vez que el hambre obliga a una persona a subirse a una patera, cada vez que un niño es explotado, cada vez que alguien mira a otro con desprecio por ser de una raza diferente. ¡A por ellos, oeh!, con alegría y sin violencia, pero con constancia y con firmeza.

El partido concluye y la alegría está por todas partes, no parece importar la crisis. Supongo que a todos nos gusta evadirnos con otras cosas cuando los tiempos se ponen difíciles. El júbilo es contagioso y también a mí me hace sonreír el gol de Iniesta. Quizá porque tenía a flor de piel el espíritu deportivo ya que venía de pasar esos días en el Campeonato de España de natación sincronizada alevín. La competición siempre emociona, aún cuando no se gane. Al menos a mí el esfuerzo y el entusiasmo de los deportistas me hace disfrutar, aunque no sean «los nuestros».

Según me estáis leyendo os parecerá que ha quedado muy atrás ese domingo en el que la selección española de fútbol consiguió ser campeona del mundo, es cierto, eso ya es historia. Pero yo sigo entonando bajito el «a por ellos?» cada vez que abro el periódico. Parece que seguiremos viviendo tiempos complicados. ¡Ánimo y a por ellos!

martes, 6 de julio de 2010

Haciendo historia

Haciendo historia


La experiencia nos va haciendo entender lo relativo que es la mayor parte de lo que sabemos



Haciendo historia


ESPERANZA MEDINA
ESCRITORA Y PROFESORA En un tiempo que ya sólo pertenece al recuerdo y a la infancia, una niña de unos cinco o seis años (o sea: yo) estaba convencida de entender el mundo con una lógica que otorgaba estatus de categóricas a sus sencillas (aunque no por eso poco caviladas) conjeturas. Y es que en aquellos años creía firmemente que lo que los mayores llamaban «canción del verano» era la que cada temporada sonaba de forma machacona en el chigre de la playa de San Balandrán (Samalandrán, para mi recuerdo infantil). Mi capacidad memorística no llega a tanto como para saber quién era el dueño, pero, desde luego, debía ser muy influyente para convertir en la canción favorita de todos la que a él más le gustaba.

Luego aprendí que la experiencia nos va haciendo entender lo relativo que es la mayor parte de lo que sabemos . La prudencia nos aconseja siempre ser cautos y considerar en todo momento que es posible que nuestro conocimiento no sea tan amplio como creemos, que cuando alguien intenta convencernos de que las cosas son de determinada manera porque «son así de toda la vida» sólo quiere decir que lo han sido en el corto y limitado espacio de tiempo en que hemos convivido con ellas. Y es que no sólo pueden cambiar hacia el futuro, sino que incluso puede cambiar nuestra visión del pasado.

La mayoría de las teorías, inclusive las más fundamentadas, pueden volverse «niñerías ingenuas» sólo con aportar un nuevo descubrimiento. Los científicos lo saben, y los filólogos, y los historiadores. El simple hallazgo de un papel perdido puede modificar la historia de la literatura. El descubrimiento de unas piedras la de la Humanidad o las ciudades. Es tan sencillo que asusta, porque no es lo mismo tener la prueba de lo que fue que imaginarlo.

Eso me hace disfrutar otra vez como una niña de cada nuevo hallazgo que se hace en mi entorno, como el de estos días en el terreno de la capilla de Los Alas. Como de todo lo que queda por venir. Para mí resulta tan emocionante como una novela de tesoros y misterio, pero en vivo y en directo. Y por entregas, claro.

Descubrir nuestro pasado es una deuda que tenemos con quienes lo forjaron, ¿qué sentido tiene dejar una herencia si los herederos ni siquiera lo saben? Somos pequeños en los parámetros del tiempo, mucho más pequeños que un cubo perfecto de siete metros de cara que acaba de sernos presentado de nuevo. Pero nos hace grandes saber de dónde venimos y confiar en que quienes nos sucedan también sentirán como propio algo nuestro.

martes, 22 de junio de 2010

Vacaciones

Vacaciones


Comienza un verano atípico, con la preocupación de no saber qué deparará el mes de septiembre



Vacaciones
ESPERANZA MEDINA
PROFESORA Y POETA Para los escolares, como siempre, ha llegado el momento de la vacaciones. Por fin se olvidan los madrugones, la pesadez de los «profes» que cada día se inventan tareas más complicadas y que se empeñan, año tras año, en que hay que mejorar. A partir de ahora los amigos, la playa, las fiestas, son a tiempo completo.

Sin embargo a los mayores este año las vacaciones se nos sirven en una bandeja un tanto extraña, cargada de inseguridades y acompañada por catástrofes cercanas que aún no nos han permitido sentir que ha llegado ese verano que a todos nos anima un poco. Porque lo han precedido las lluvias torrenciales que, si no a nosotros, han inundado lugares conocidos y dejado a familias amigas en situaciones de desamparo. Eso ha hecho que a este sol que nos calienta ahora le esté costando mucho hacernos sonreír.

Además un cierto temor me da la mano estos días, en realidad me da muchas manos, las de todos aquellos que no saben cómo vendrá este septiembre, ¿traerá consigo todavía un puesto de trabajo o vendrá con una cuesta más pronunciada y más dificultosa que la de enero? Una cuesta arriba, claro está, pero que en realidad nos produce la sensación de que no salimos de ningún bache, sino más bien que caminamos cercanos a un abismo en el que cada vez nos hundimos más.

Creo que comparto con muchos la sensación de no saber hacia dónde vamos. Todos estamos dispuestos a hacer pequeños sacrificios personales, pero nos sentiríamos más tranquilos si tuviésemos la seguridad de que quienes nos los piden saben realmente lo que hacen. Es descorazonador sentir que se están dando palos de ciego y que en ese «juego» muchas familias van perdiendo la estabilidad y la esperanza.

No sé cuál puede ser la solución, me gustaría pensar que otros sí lo saben y la están poniendo en práctica. Me gustaría sentir, como todos estos niños y niñas que se quedan ahora de vacaciones, que el tiempo de verano es infinito, que los amigos, la playa, el parque, la calle, no se acaban nunca. Que el mayor de todos los problemas es que llegue septiembre y tengamos que volver al colegio, a madrugar, a acostarnos pronto y a desear que vuelvan las vacaciones.

Y aunque sé que los deseos no siempre se cumplen, por si acaso hay suerte, hoy el mío lo haré en voz alta, porque este es mi deseo de feliz verano: que llegue septiembre y tengáis que madrugar de nuevo, poder quejaros del jefe y desear que llegue el descanso, porque eso querrá decir que la rutina no se habrá convertido en desesperanza. Realmente somos modestos hasta para pedir.

martes, 8 de junio de 2010

Creatividad

Creatividad
Las situaciones de crisis fomentan, en algunas ocasiones, las ideas revolucionarias


Creatividad
ESPERANZA MEDINA
PROFESORA Y POETA Explicaba un cierto diseñador que precisamente en tiempo de crisis es cuando más se desarrolla la creatividad. No acabo de entender muy bien qué tiene que ver la alta costura con la crisis, a no ser, claro, que tengan pensado ser más creativos aún en los precios, y así vendiendo menos ganarán más. Porque precisamente, cuando tenemos que apretarnos el cinturón, lo primero que quitamos los ciudadanos de a pie de la cesta de la compra son los modelitos de alta costura, digo yo.

Mucho me temo que la idea no le pertenecía enteramente, porque debemos admitir que las dificultades ayudan a aumentar la creatividad; que les pregunten, si no, a los ciudadanos cubanos, por ejemplo, que llevan tantos años siendo altamente creativos en su vida cotidiana.

Pero, tenga o no relación la creatividad con las crisis, hay que reconocer que conseguir una buena idea y su patente, por muy poco útil que esto pueda parecer en un principio, puede ser una magnífica manera de olvidarse de cualquier aprieto económico. Pensemos, por ejemplo, en el conocido Chupa Chups, un sencillo caramelito con palo que facilitó un agradable futuro a su creador, aunque en estos días, para nosotros, y sobre todo para el pueblo de Villamayor, se haya convertido en un dulce amargo. Está claro que no es culpa de las buenas ideas, sino de los empresarios, que en tiempos difíciles nunca están dispuestos a arrimar el hombro, sino más bien lo contrario: aprovechar la circunstancia para justificar más beneficios.

En cualquier caso sigue habiendo nuevas patentes que intentan convertirse en la gallina de los huevos de oro, como el bañador que hemos conocido estos días por la prensa y que permite tomar el sol sin que nos quede ningún tipo de marca.

Poder tomar el sol vestido, pero como si uno estuviera desnudo. Es posible que sea un invento muy práctico, pero yo no acabo de encontrarle la utilidad; otra cosa sería que las camisas, los pantalones, los vestidos, etcétera, estuviesen confeccionados con ese material. Así no tendríamos ni siquiera que acercarnos a las abarrotadas playas y piscinas en los días de calor: podríamos pasear tranquilamente bajo el sol por cualquier solitaria calle de ciudad en pleno verano para obtener un bronceado totalmente homogéneo, eso sí, siempre que uno se acuerde de ir y volver por el mismo sitio en su paseo, para que no se le tueste sólo una parte de su anatomía y, claro está, no salir de casa sin haberse echado por todo el cuerpo la correspondiente protección solar, por aquello de la posibilidad de algún trastorno cutáneo debido al exceso de exposición a los rayos ultravioleta.

En fin, que ya saben ustedes: dediquen el verano a que su creatividad trabaje para poder llegar a septiembre con alguna nueva patente anticrisis, que falta nos hace.

martes, 25 de mayo de 2010

Compre usted nardos

Compre usted nardos
La venta de enciclopedias en la era de internet

Compre usted nardos
ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA La semana pasada acontecía en mi familia un hecho un tanto singular; singular no por lo curioso o raro del asunto, sino porque me recordó un tiempo en que era frecuente y yo ya tenía olvidado. Aunque, como no quiero en ningún caso pecar de exagerada, y como recuerdo con frecuencia aquello que decía mi abuela cuando puntualizaba algo hasta el más mínimo detalle de «para que el diablo no se ría», debo aclarar que no sólo ocurrió en mi familia, sino también en las de los compañeros de colegio de mi hija.

La anécdota que me dio qué pensar fue la siguiente: cuando volvía del colegio, mi hija apareció cargando una cajita de cartón rectangular, cuyo peso se añadía al de la mochila que porta habitualmente. En el interior de la caja había un tomo de un diccionario enciclopédico, similar a todos los que hay en mi casa y había ya en casa de mis padres. Dicho tomo era una muestra que debía devolver al día siguiente si no estábamos interesados en comprarlo.

Alguno de ustedes puede estar prensando ¡vaya tontería!, pero antes de ello recapaciten: ¿cuánto tiempo hace que no reciben la visita de un vendedor de libros?, quizás es que pasan de largo por mi casa y se acercan a las suyas, pero lo cierto es que a mí intentan venderme servicios variados, pero con el auge de internet, hace mucho que no llaman a mi puerta para venderme una enciclopedia.

No lo hecho de menos, claro está, yo busco los libros que quiero o, en ocasiones, ellos me buscan a mí, pero siempre desde una estantería, un mostrador o cualquier medio de comunicación al que yo accedo.

Mi hija tuvo que volver a cargar con la cajita otra vez en dirección al colegio y a mí me dio un poco de pena del vendedor de diccionarios enciclopédicos, me pareció casi un empleo altruista, porque me resulta difícil imaginar a los niños de ahora abriendo libros para buscar los datos que necesitan en sus trabajos en lugar de presionar algunas teclas y pedirle a cualquier buscador en la red que se los acerque. Yo misma abro y consulto poco los varios metros de enciclopedias que veo desde aquí, últimamente me relaciono más con «míster Google». Mea culpa, lo reconozco.

En fin, que serán cosas de esta crisis que dicen que no hay, pero luego resulta que sí y que hará que cualquier día nos encontremos frente a jóvenes, señoras y caballeros que, a falta de otra ocupación laboral, nos saludarán por la calle para intentar vendernos nardos, como en aquella famosa zarzuela. Otra cosa será que tengamos con qué comprarlos.

miércoles, 12 de mayo de 2010

La llambiona

La llambiona


El significado de las palabras depende de la experiencia que uno haya tenido con ellas


ESPERANZA MEDINA
PROFESORA Y POETA Está claro que en el significado que cada uno le da a las palabras juega un papel fundamental la experiencia, personal o colectiva, que de su uso se tenga. Así cuando se traduce de una lengua a otra se pueden perder matices importantes, a veces fundamentales pasa sentir que se habla de lo mismo.

Y es que desde que yo recuerdo hay una palabra que, aunque tenga su equivalente prácticamente idéntico en castellano y asturiano, para mí se diferencia clarísimamente, porque nunca ha sido lo mismo en mi vocabulario «llamber» que lamer.

Cuando niña yo no era buena comedora, pero sí era «llambiona». Mi madre se desesperaba para que yo comiese correctamente, para contrarrestar los efectos de los muchos medicamentos que tomaba. Hacía todo lo posible y lo imposible para que yo me alimentara como es debido.

Tengo que agradecerle sus esfuerzos, porque después de tanta insistencia acabó consiguiendo que yo comiese de todo y aún hoy más de lo que debiera.

A mi madre tengo que agradecerle también sus fantásticas manos para la cocina (ya sé que todos dicen que quien mejor cocina es la madre de uno, pero reto a cualquiera a competir con la mía).

Lo que más me gustaba siempre era cuando hacía tartas o mantecados, porque al acabar me dejaba «arrebañar» la fuente en la que lo había amasado, y esa imagen, la de pasar el dedo por la pasta dulce es la que me viene a la mente cada vez que leo, escucho o uso aquello de «llamber», «llambionaes» o cualquiera de sus derivados, me veo relamiéndome más que lamiendo.

Aunque en aquellas ocasiones tenía un enemigo, que no era mi hermano, porque con él podía compartir aquel juego de la repostería, sino «la llambiona», un utensilio de cocina que era capaz de dejarnos sin ningún resto de la masa. Me hacía muy poca gracia que mi madre sacase del cajón aquella especie de paleta blandengue que se movía por todos los resquicios del recipiente y apenas dejaba restos. Era demasiado eficaz en su cometido. Una auténtica guerra de «llambionas», creo yo.

Por todas esas connotaciones tan dulces y tan entrañables me ha gustado especialmente el nombre que le han dado al salón de los aromas y sabores dulces que se ha celebrado en Avilés este fin de semana pasado: «Sweet Llambión». Iniciativa que espero que se repita en muchas más ocasiones, pues ya sabemos aquello de «a nadie le amarga un dulce». Yo diría aún más, que un dulce siempre nos regala una sonrisa, y una sonrisa siempre merece la pena.

martes, 27 de abril de 2010

Palabras

Palabras


El Día del Libro y el arte de descubrir otros matices del idioma


ESPERANZA MEDINA
ESCRITORA Y PROFESORA Sabéis que las palabras me apasionan, aunque muchas veces no sepa manejarlas con soltura. Estoy aprendiendo.

Sabed también que igual que las palabras, me apasionan sus artesanos, que he sentido siempre un íntimo enlace con aquellos lugares que llevaban el nombre de algún literato, como mi colegio de ahora, el Marcos del Torniello.

Una, en su ingenuidad un tanto ridícula, hace un poco suyo al autor, como si caminar entre unas paredes que llevan su nombre contagiara algo de su conocimiento literario. Así sentía yo a don Ramón Menéndez Pidal en la Universidad cada vez que los profesores mencionaban sus estudios, como si nos conociésemos ya, y lo único que conocía yo de él era su nombre, después de haber pasado por el Instituto «femenino» de Avilés. Al menos estudiar sus teorías me resultó menos árido que estudiar las de algunos otros.

Pues bien, volviendo a las palabras, este año, para celebrar el Día del Libro o, más bien, la fiesta de la literatura, las niñas y los niños del Marcos del Torniello han leído y escuchado mucha poesía.

Nada fuera de lo normal, claro está, pero durante esta semana y la pasada en el aulario de los más pequeños caminamos literalmente bajo palabras. Sospecharán quienes me conocen que eso me alegra sobremanera.

Para quienes no se imaginan de qué hablo aclararé cómo ha sido la experiencia: el alumnado entre tres y cinco años debía escoger su palabra favorita y decorarla con su familia, para luego exponerlas colgadas por encima de nuestras cabezas. Pero todas y cada una de esas palabras se sustentan en un poema que les ha gustado. Hemos leído en clase un montón de poemas y cada uno ha escogido el suyo. No hemos necesitado entenderlos, sólo saber que nos producían sensaciones, inexplicables todavía a esta edad.

Las palabras han surgido entonces con otro sentido, con un ritmo que no tienen cuando las pronunciamos a diario, con connotaciones que se quedan en el poema pero que evocamos de nuevo con la palabra.

Que me contradiga quien crea que eso, precisamente eso, no es la poesía: la palabra sobreponiéndose a la palabra.

Nada original, ya lo sé, no lo hemos pretendido. Sólo queremos formar parte del maravilloso camino de la literatura, como una molécula más, insignificante e imprescindible en las grandes corrientes de agua, en el chorro del grifo o en la gota de rocío. Agua, al fin; literatura, al fin; palabras y sensaciones, después de todo.

martes, 13 de abril de 2010

Talla XL

Talla XL

La televisión ha excluido de sus programas la imagen de mujeres con kilos de más



ESPERANZA MEDINA
PROFESORA Y POETA No creo que deba ser precisamente la meta más importante en la vida de una mujer salir en la portada de una revista de moda, pero tengo que reconocer que cuando leí la noticia de que en una de ellas aparecía una modelo talla XL no pude reprimir una sonrisa de complicidad, ¿estarán cambiando las cosas y empezaremos a ver mujeres de dimensiones más realistas en la publicidad y los medios de comunicación?

Está claro que cuando la publicidad se planifica de una manera determinada no está motivada por un interés altruista, posiblemente se habrá hecho un estudio de mercado y la intención será vender más, pequeño consuelo para las que no usamos una talla S en la ropa, pero consuelo, al fin y al cabo.

Convivimos con un uso de la estética personal, con una utilización subliminal del deseo sexual, en todo tipo de actividades públicas, propagandísticas o no. ¿Dónde están si no las mujeres «entradas en carnes» de las televisiones nacionales? ¿Es casualidad que la mayoría de las que presentan, por ejemplo, los informativos, sean delgadas; o quizás el exceso de trabajo las mantiene así? Es una opción, claro, pero me pregunto si no habrá habido ninguna igualmente capaz, pero que no haya «dado el tipo» para salir en la tele. Curiosamente no ocurre lo mismo con los hombres, aunque también nos saturan de atractivos «adonis» presentando programas, de vez en cuando vemos alguno con algún que otro «kilo de más». Lo que quizá beneficia a la psicología masculina y les permite sentirse más a gusto con su físico, en este sentido habría que preguntar a los varones que se acercan a estas reflexiones de hoy.

Mantener nuestro cuerpo saludable es una obligación que hemos contraído con nosotros mismos desde el momento de nacer. Por eso no hablo de la obesidad como enfermedad, que como tal tiene que ser tratada, ni de casos como el de la mujer que, pesando 273 kilos, pretende llegar a 450 para conseguir ser la más gorda del mundo (antes de morir joven, me temo) o del hombre que evitó ir a la cárcel por su peso, que hacía muy caro transportarlo a la prisión y acondicionar la celda (hay que decir que el delito, no pagar a empresas de alimentación, se saldó con una multa).

En definitiva, que somos mujeres inteligentes y capaces, no necesitamos ser «supermujeres», ¿lo entenderemos alguna vez?

martes, 30 de marzo de 2010

Ventanas

Ventanas

Las impresiones de la infancia se esconden, muchas veces, tras los cristales del recuerdo



ESPERANZA MEDINA ESCRITORA Y POETA Tenía una ventana más. Aquella cocina tenía una ventana más que la mía. Tenía un mundo nuevo abierto a una pared que para mí eran azulejos. Un mundo conocido, pero diferente desde aquella perspectiva. Cuántos años he deseado tener aquella ventana en mi cocina. Incluso imaginaba que con el tiempo la casa era mía y yo abría esa ventana entre los azulejos y veía por encima de los tejados, y miraba durante horas los edificios y las huertas, y los árboles de aquel parque recién estrenado que antes fuera jardín de una marquesa.

Porque en la cocina de mis queridas vecinas de arriba había una ventana más que en la mía, por la que yo miraba de reojo, pero a la que nunca me podía asomar. Había una ventana de más y una bandeja con vasos de colores y una jarra para el agua. Qué hacía que esos objetos me fascinasen tanto como para recordarlos aún ahora, con una mezcla de cariño, nostalgia e impotencia por dejar escapar tantas cosas para siempre. A tantas personas.

Hoy que ellas ya no están, que no me pueden dar agua en aquellos vasos de metal de colores, no dejo de pensar en su ventana. En realidad hay muchas otras ventanas en mi recuerdo: las soleadas de las tardes sin colegio, las brillantes de las noches estrelladas, las melancólicas de los cumpleaños sin celebración, las que me dejaban ver desde la cama un trozo de cielo?

Todas ellas mías, como mías también han sido siempre las que me gusta mirar desde fuera, cuando se encienden las luces y las siluetas de sus habitantes se cruzan ante ellas, con vidas que, no sé muy bien por qué, siempre imagino felices.

¿Cómo no voy a sucumbir yo a la atracción de las ventanas si hasta el gran Alfred Hitchcock lo hizo? Son a la vez deseo y decepción, nos mantienen alertas y vivos; expectantes, infinitamente expectantes.

Escribo esto un veintiocho de marzo, sesenta y ocho años después de la muerte de Miguel Hernández, el poeta que murió, dicen, mirando a una ventana, en una celda infame, enfermo y solo. Me pregunto qué vería él tras aquellos cristales.

Y nada más que decir, sólo que unas ventanas llaman a otras y hasta hoy no me había dado cuenta de lo importantes que fueron en mi vida, de cómo espero que el paisaje querido de la niñez siga tras ellas y de que por ese motivo, precisamente por ese único motivo, no quiero volver a asomarme a ninguna de ellas, prefiero seguir soñándolas.

martes, 16 de marzo de 2010

Sorpresa, sorpresa.

Sorpresa, sorpresa

El invento de la lectura estimativa del consumo eléctrico convierte la apertura de cada recibo en una aventura


ESPERANZA MEDINA
PROFESORA Y ESCRITORA Seguramente será una manera de que elevemos ese bajo rendimiento académico que dicen tenemos los españoles. Y si es así, igual hasta tenemos que estar agradecidos a las compañías eléctricas por este cambio de tarifas. Llevo meses haciendo cuentas, revisando facturas, cuadrando lecturas del contador de la luz y sigo sin salir de mi asombro, sin abandonar la duda de si será una broma (pesadísima, claro), o me estarán timando abiertamente. No consigo saber cuánto me van a cobrar en cada recibo, pero desde luego he mejorado mucho en matemáticas, con la de años que hacía que yo no dedicaba tanto tiempo a sumas, multiplicaciones, y hasta divisiones y restas.

Este nuevo invento de la «lectura estimativa» hace que mi vida no sea en absoluto monótona. Paso los meses pensando ¿tocará pagar este mes la luz?, ¿tendré suficiente dinero en el banco cuando me llegue la factura? Y es que tras el alivio de haberme librado de la cuota de luz algunos meses seguidos comienza a entrarme el temor por el instante en que me llegue por fin la ansiada factura para abrirla con prevención y cuidado no vaya a ser que la abultada cifra provoque algún deterioro repentino en mi salud. Vivo en un sin vivir, o lo que es lo mismo, en una perpetua emoción gracias a las compañías de la luz, que están en todo.

Incluso he llegado a ver con mis propios ojos lo que nunca había pensado que pudiese pasar: que una compañía eléctrica me devolviese dinero. Eso sí, después de habérmelo cobrado de más en el recibo anterior. Y es que, aunque llevo unos meses intentando que me expliquen por qué de repente han decidido estimar mi consumo de la luz en el doble de lo que es habitual (supongo que preveían un invierno muy, muy frío) sólo he conseguido de una amable telefonista la seguridad de que me devolverían el dinero, aunque yo insistiese en intentar aclarar por qué me lo quitaban primero, si era mío.

En fin, que he llegado a la conclusión de que las compañías eléctricas además de ayudarme a mejorar mi anquilosado manejo de las matemáticas, está favoreciendo una muy altruista y nada egoísta imagen de mi persona al dejarles utilizar mi dinero una temporada en vez de tenerlo guardado en el banco como una usurera cualquiera. Una buena obra que alguien me agradecerá. La compañía eléctrica de turno, supongo.

martes, 2 de marzo de 2010

Más vale prevenir.

Más vale prevenir


Nunca está de más tomar medidas y ser precavidos ante riesgos posibles


ESPERANZA MEDINA
PROFESORA Y ESCRITORA «Más vale prevenir que curar». Es una de esas frases que conocemos todos, que cada uno de nosotros hemos repetido alguna vez o al menos hemos hecho nuestra si alguien la decía. Y, sin embargo, como somos seres enormemente contradictorios, este aspecto no iba a ser una excepción.

Contrariamente a lo que pudiera parecer, el ser humano, tan frágil, tiene un extraño concepto del peligro. Pareciera que nos creyésemos una especie de pequeños superhéroes al pensar «eso no me va a pasar a mí» y, así, arriesgar nuestra integridad de manera cotidiana. Todos recordamos algún accidente laboral con consecuencias fatales por una pequeña negligencia. La fuerza de la costumbre nos hace pensar que el peligro es menos si hemos conseguido realizar una acción muchas veces sin consecuencias, pero con que nos ocurra en una única ocasión será suficiente si el daño es irreparable.

Y no sólo se deben tomar medidas para prevenir accidentes laborales; la vida cotidiana, por desgracia, también nos pide estar alerta, sobre todo con los niños. Graves accidentes domésticos y de tráfico son demasiado habituales hoy en día.

Y es que prevenir es una actividad muy poco lucida. Cuando la prevención ha sido buena, muchas veces no sabemos de qué nos hemos librado, la palabra misma «prevención» parece mucho más importante cuando se dice a posteriori «esto tendría que haberse previsto para evitarlo», pero entonces deja de tener significado, suele ser ya demasiado tarde.

Por eso nos acostumbramos a oír que estamos en alerta naranja o roja por cuestiones climatológicas, como la «ciclogénesis explosiva», que nos visitó el pasado fin de semana. Lo cierto es que la palabreja se las traía, no sé si por el desconocimiento del término meteorológico o por lo de «explosiva», que siempre asusta un poco. Hemos tenido la suerte de que por nuestra región no haya dejado daños personales irreparables como ha ocurrido en otros lugares de España.

Y ahora, que ya ha pasado todo, y que en realidad no ha «pasado nada», he oído decir a más de uno: «Esto fue como la gripe A: mucho ruido y pocas nueces».

Pues no, señores. No es cuestión de haber hecho demasiado ruido, sino más bien de prevención. Ahora que no tenemos que curar ¿no nos alegramos de haber prevenido? Eso sí, sin obsesionarse, que todo debe hacerse en la medida apropiada, No vaya a ser que demasiada prevención nos deje sin disfrutar de la vida.

martes, 16 de febrero de 2010

Huevos de Carnaval en Avilés

Huevos de Carnaval en Avilés


Recuerdos de infancia que se guardan en cajones en la memoria


ESPERANZA MEDINA ESCRITORA Y PROFESORA Los días antes de Carnaval en mi casa se comía más tortilla, más carne y más pescado rebozados de lo habitual. Mi madre tenía que intentar que hubiese el mayor número posible de huevos vacíos para la fiesta en la calle.

También unos días antes cortábamos trocitos pequeños de revistas (luego vendría el confeti, con ese nombre tan extraño para mí entonces, que más que a papel me sonaba a tartas y pasteles). Mi hermano y yo rellenábamos con cuidado los huevos de papelitos y los cubríamos con un trocito de papel que pegábamos con engrudo. El engrudo era entonces también el pegamento habitual para los cromos de los álbumes que nunca completábamos, el pegamento «imedio» se quedaba para las tareas del colegio. A veces, si no calculabas bien las proporciones, los álbumes podían llegar a pesar demasiado o los cromos se caían una y otra vez, eran «gajes del oficio» de ser niño entonces. Son recuerdos que se van desvaneciendo poco a poco y que a veces vuelven, por sorpresa, para hacernos sonreír y recordarnos lo débiles que somos, lo mucho que perdemos al avanzar.

Me decía no hace mucho un profesor de asturiano que «el bagaxe llingüísticu guárdase nun caxón hasta que s'abre un resquiciu», y tenía razón, pero no es sólo el bagaje lingüístico el que poseemos sin que lo sepamos, no son sólo las palabras las que se escapan por los resquicios del recuerdo cuando menos lo esperamos, es todo lo que nos ha arropado el día a día desde que llegamos a esta vida, puede llamarse cultura, o familia, o simplemente lo que hemos sido y lo que somos. Yo lo experimento así, algunas veces vuelven a mí las palabras de la infancia, las casas, las situaciones, la gente. Y sé, estoy completamente segura, que lo que soy hoy les pertenece. Incluso algo tan trivial como la fiesta de Carnaval. Yo sé de dónde me viene, porque recuerdo unos años donde sólo los niños podían disfrazarse, pero en los que los mayores facilitaban la fiesta: nos dejaban sus ropas, nos pintaban la cara, nos hacían bollinas o frixuelos y nos guardaban las cáscaras de los huevos para que pudiésemos rellenarlos y estampárselos a algún amigo en la cabeza. Nos iban llenando, en definitiva, cajas y cajones para que los fuésemos abriendo según necesidad.

Por eso me gusta hacerlo a mí también, por eso mis alumnos de 3 años llenaron huevos de confeti y se sorprendieron y se rieron al estamparlos, porque todo lo que nos envuelve en nuestra infancia es un salvavidas para el futuro. Nada hay trivial si nos va a regalar una sonrisa.

martes, 2 de febrero de 2010

Centros comerciales

Centros comerciales

Hace unos años me atreví a vaticinar un futuro poco halagüeño a las grandes superficies


ESPERANZA MEDINA
PROFESORA Y POETA He comprendido, por propia experiencia, la certeza de aquel dicho de «la ignorancia es la madre del atrevimiento». Y es que yo, ignorante entonces de los intereses de mis conciudadanos, me atrevía a vaticinar hace unos años un futuro poco halagüeño a las grandes superficies que empezaban a construirse en nuestra región.

La referencia que yo tenía de esos lugares era la de las películas americanas en las que los jóvenes se veían siempre en el centro comercial. No entendía qué gracia podía tener quedar entre tiendas cuando no se pensaba comprar nada. Mucho más lógico quedar junto al Ayuntamiento correspondiente o en la calle de moda. Claro, pensaba yo, los americanos no tienen nuestras ciudades, viven en urbanizaciones sin bares o edificios significativos, era lógico que construyesen «centros» donde hubiese un poco de todo y poder verse y divertirse en ellos. Me parecía un tanto asfixiante, pero era lo que tenían. ¿Cómo iba a funcionar eso igual aquí?

La ignorancia me empujaba al atrevimiento de opinar sobre el futuro, futuro que hecho presente me ha demostrado que estaba en un tremendo error.

Y ni hacer objeción de conciencia sobre ellos me ha alejado de los centros comerciales. Ayer mismo visité uno para hacer algunas compras. Mientras me desplazaba por las diferentes secciones buscando mi objetivo, hasta tres veces escuché el aviso a la familia «Fernández» para que fueran a recoger a sus tres hijas a la zona de juegos de los niños.

Para mí es muy difícil entender cómo puede ser que tengan que llamarte por la megafonía hasta tres veces antes de ir a buscar a tus retoños. «Una familia muy dejada», pensé, pero no, un cuarto aviso era para los Rodríguez. Al menos habían recogido ya a las Fernández.

En fin, que no me queda más remedio que rectificar, porque uno no sólo va a estos lugares de compras, sino que también frecuenta sus cafeterías y restaurantes, camina por sus pasillos sin rumbo fijo las tardes de los domingos dejando que los niños corran sin peligro aparente a lo largo de ellos. Por no hablar de los cines, que han ido desapareciendo de las ciudades y nos fuerzan a coger el coche para acercarnos a estos centros si queremos ver alguna película. Supongo que será una cuidada estrategia comercial gracias a la cual ganan todos, o al menos ganan más.

Y sepan ustedes que he aprendido la lección, como no puedo dejar de ser ignorante en muchas materias y quiero evitar en lo posible eso del atrevimiento, me he apuntado a esta otra frase: «la ignorancia es la madre de la felicidad» con la que espero que me vaya mucho mejor.

sábado, 23 de enero de 2010

Semáforo en ámbar

Semáforo en ámbar

Poco caso hacemos a las señales de alarma: tanto en el tráfico como en la vida misma


ESPERANZA MEDINA
PROFESORA Y POETA Es curioso, pero cada vez que algún miembro de la Policía Municipal se acerca a un colegio para trabajar con los niños la educación vial y les explica qué significa el código tricolor del semáforo, al llegar al ámbar y comentar que al verlo hay que comenzar a frenar porque inmediatamente después llega el rojo, que es una señal clara de peligro e indica la necesidad de permanecer quieto hasta que se vuelva a tener luz verde, pues bien, invariablemente siempre hay un amplio grupo de niños (los más pequeños, que suelen ser los que tienen menos picardía) que insisten, a voces incluso, en explicarle al policía que en naranja hay que acelerar para que no te pille el semáforo en rojo, ya que su papá o su mamá lo hacen siempre. ¿Cómo contradecir a la autoridad más grande en esa época, a la familia?

No debería sorprendernos que este concepto se extrapole a otros aspectos de la vida.

Nos cuesta entender que una señal de alarma, si es ligera y no entraña riesgos aparentes, puede ser la última oportunidad para cambiar algo. Nos ocurre con las relaciones personales y, sobre todo, con el deterioro físico, con enfermedades como la diabetes o el colesterol. No tengo suficientes dedos en las manos para contar a todas las personas que conozco que ante diagnósticos de este tipo no se sienten realmente en peligro porque no tienen síntomas demasiado molestos. Uno ha acelerado tantas veces sin que haya pasado nada que realmente se convence a sí mismo de que todo seguirá igual. Pero si pasamos el semáforo en rojo nos arriesgamos a un choque siempre, aunque alguna vez hayamos tenido la suerte de que no fuese así.

Todas estas consideraciones vienen a cuento en realidad por una circunstancia que vengo observando desde hace mucho tiempo, y es la de los semáforos que permanecen en un parpadeante anaranjado para los vehículos mientras muestran el rojo o el verde para los peatones, suelen estar en cruces. En nuestra ciudad al menos hay bastantes en curvas con poca visibilidad para los coches. Siguiendo la lógica del código de circulación, el conductor debería disminuir la velocidad al ver la señal de precaución para comprobar que no cruza ningún peatón y puede seguir la marcha, pero como la lógica que aplicamos es la otra no es la primera vez, ni será la última me temo, que me veo sorprendida en medio del paso de peatones por un vehículo cuyo ocupante me pone mala cara porque su semáforo está en ámbar, pero no ve el mío, que está en verde.

En fin, que parece que las mismas señales no significan lo mismo para todos. Será eso que dicen del eterno problema de la incomunicación humana.

martes, 5 de enero de 2010

Herencia teatral

Herencia teatral


Los momentos mágicos previos a una función que se viven en el Palacio Valdés



ESPERANZA MEDINA
PROFESORA Y POETA Siempre es un auténtico placer sentarse en cualquiera de las butacas del teatro Palacio Valdés, y más aún si podemos contar muchos más niños que adultos por metro cuadrado. Entonces el bullicio del teatro en los palcos, el anfiteatro y la platea es un espectáculo en sí mismo. Una breve escena llena de vida y expectativas de entretenimiento que concluirá en el momento en que apaguen las luces, en el que se haga el silencio y se abra el telón.

Tengo que confesar que disfruto con ese espectáculo. El edificio del Palacio Valdés es digno de admirar, pero su interior, en los momentos antes de las representaciones, siempre me produce una sonrisa de tranquilidad cuando pienso: menos mal que después de todo en este solar no hay viviendas. Porque quizás algunos ya no lo recuerden, pero a punto estuvo el teatro de desaparecer de nuestra villa. Y qué bien sienta cuando las cosas acaban bien.

Los que sí recuerdan aquellos momentos en los que peligraba el futuro de nuestro hermoso edificio teatral también recordarán dónde admirábamos los novísimos estrenos del momento: en la pista de la exposición de Las Meanas, en una edificación muy precaria, con bancos y sillas móviles. Allí pudimos ver a compañías como «Dagoll Dagom» o «Els Joglars» y acudir a recitales musicales. Todo ello con un interés y un entusiasmo difícil de igualar, que nos hacía luchar contra los elementos como el frío o la lluvia que, en las ocasiones en que era intensa, nos impedía escuchar al intérprete de turno al chocar con insistencia sobre el techo hecho de uralita o cualquier material por el estilo. Claro que eso lo suplíamos cantando a coro, como cuando Rosa León intentaba entonar la canción de Pablo Guerrero «Que tiene que llover» y las nubes se empeñaron en acompañarla con gran estridencia, no en vano eran protagonistas de la composición.

Puede ser que estos recuerdos de mi juventud más temprana, unidos a los espectáculos y las canciones con mensajes de futuro, a la esperanza de que el mundo podría ser mejor si nos empeñábamos, sea lo que me vuelve a la mente, sin yo pretenderlo, cuando me siento en una butaca cualquiera del Palacio Valdés y lo veo lleno de niños, expectantes e ilusionados, que seguramente intuyen, como decía la canción de Pablo Guerrero, «que es tiempo de vivir, y de soñar, y de creer».

Miro a los adultos que los acompañan y reconozco en ellos las mismas caras que se sentaban en la pista de la exposición cada vez que había un espectáculo.

Desde luego, no es mala herencia ésta del teatro.