DESPEDIDAS QUE SUMAN
En ocasiones me vence el
pesimismo y me hunde en el fondo del
vaso medio vacío, pero sé que a la vida hay que engañarla para sobrevivir y
rápidamente le doy la vuelta al vaso y retoma su habitual posición de medio lleno. Puede resultar una operación
complicada, incluso dolorosa en ocasiones, pero al final merece la pena.
Y es que la existencia está llena
de despedidas y de incertidumbres. El tiempo pasa y no sabemos si volveremos a
ver a las personas que vamos dejando en el camino. Podemos sentirnos tristes si
pensamos solo en lo que dejamos, en los
afectos, en los buenos momentos, o en los malos superados juntos. No es bueno dejar que las despedidas
resten. Únicamente lo hacen cuando son
para siempre, cuando la muerte nos deja impotentes e indefensos, el resto únicamente pueden sumar.
Compañeros de trabajo a los que
nos fue uniendo la amistad a medida que avanzaban los retos cotidianos, las
rutinas, las dificultades superadas.
Amigos de otros tiempos que están siempre en el recuerdo aunque apenas
nos veamos, por los que sentimos un apego indestructible a pesar de todo (podría
decir tantos nombres con los que siempre
sonrío en el recuerdo).
Días atrás se reunían de nuevo
algunos amigos de mi infancia, a la mayoría hace unos treinta años que no los
veo. Yo no pude acudir y, sin embargo, tampoco pude evitar volver a aquellos
años alegres, aquellos momentos despreocupados de vacaciones y sol. Aquellas
caras que quizás hoy no reconociera si me las encuentro por la calle, pero que forman
parte de mí, de lo que soy, que me pertenecen de la misma manera que supongo yo
les pertenezco a ellos.
Cuando nos despedimos, cuando
abandonamos una ciudad, un trabajo o un período de nuestra vida, siempre tenemos
dos opciones: lamentarnos por lo que se
puede perder (quién sabe qué nos depara el futuro, qué posibilidades de
reencuentro nos esperan) o disfrutar de lo que nos ha enriquecido, de lo que
nos ha ido sumando para hacernos más completos, más cargados de experiencias y
sensaciones. Incluso, por qué no, más felices.
Igual que en el viaje a Roma es obligado lanzar la
moneda a la Fontana de Trevi para garantizar el regreso, así lanzo yo mi moneda
invisible cada vez que cambio de dirección en el camino, convencida de que
puedo volver. Y en el peor de los casos sabiendo que sólo resta lo que no hemos
sido capaces de afrontar, el resto, despedidas incluidas, suman siempre.
Esperanza Medina, publicado en La Nueva España, 7-7-2012