domingo, 8 de julio de 2012

Despedidas que suman


DESPEDIDAS QUE SUMAN

En ocasiones me vence el pesimismo y  me hunde en el fondo del vaso medio vacío, pero sé que a la vida hay que engañarla para sobrevivir y rápidamente le doy la vuelta al vaso y retoma su habitual posición de  medio lleno. Puede resultar una operación complicada, incluso dolorosa en ocasiones, pero al final merece la pena.

Y es que la existencia está llena de despedidas y de incertidumbres. El tiempo pasa y no sabemos si volveremos a ver a las personas que vamos dejando en el camino. Podemos sentirnos tristes si pensamos solo en lo que dejamos,  en los afectos, en los buenos momentos, o en los malos superados juntos.  No es bueno dejar que las despedidas resten.  Únicamente lo hacen cuando son para siempre, cuando la muerte nos deja impotentes e indefensos,  el resto únicamente pueden sumar.

Compañeros de trabajo a los que nos fue uniendo la amistad a medida que avanzaban los retos cotidianos, las rutinas, las dificultades superadas.  Amigos de otros tiempos que están siempre en el recuerdo aunque apenas nos veamos, por los que sentimos un apego indestructible a pesar de todo (podría decir tantos nombres con los que siempre  sonrío en el recuerdo).

Días atrás se reunían de nuevo algunos amigos de mi infancia, a la mayoría hace unos treinta años que no los veo. Yo no pude acudir y, sin embargo, tampoco pude evitar volver a aquellos años alegres, aquellos momentos despreocupados de vacaciones y sol. Aquellas caras que quizás hoy no reconociera si me las encuentro por la calle, pero que forman parte de mí, de lo que soy, que me pertenecen de la misma manera que supongo yo les pertenezco a ellos.

Cuando nos despedimos, cuando abandonamos una ciudad, un trabajo o un período de nuestra vida, siempre tenemos dos opciones: lamentarnos por  lo que se puede perder (quién sabe qué nos depara el futuro, qué posibilidades de reencuentro nos esperan) o disfrutar de lo que nos ha enriquecido, de lo que nos ha ido sumando para hacernos más completos, más cargados de experiencias y sensaciones. Incluso, por qué no, más felices.

Igual que  en el viaje a Roma es obligado lanzar la moneda a la Fontana de Trevi para garantizar el regreso, así lanzo yo mi moneda invisible cada vez que cambio de dirección en el camino, convencida de que puedo volver. Y en el peor de los casos sabiendo que sólo resta lo que no hemos sido capaces de afrontar, el resto, despedidas incluidas, suman siempre.

Esperanza Medina, publicado en La Nueva España, 7-7-2012