martes, 2 de febrero de 2010

Centros comerciales

Centros comerciales

Hace unos años me atreví a vaticinar un futuro poco halagüeño a las grandes superficies


ESPERANZA MEDINA
PROFESORA Y POETA He comprendido, por propia experiencia, la certeza de aquel dicho de «la ignorancia es la madre del atrevimiento». Y es que yo, ignorante entonces de los intereses de mis conciudadanos, me atrevía a vaticinar hace unos años un futuro poco halagüeño a las grandes superficies que empezaban a construirse en nuestra región.

La referencia que yo tenía de esos lugares era la de las películas americanas en las que los jóvenes se veían siempre en el centro comercial. No entendía qué gracia podía tener quedar entre tiendas cuando no se pensaba comprar nada. Mucho más lógico quedar junto al Ayuntamiento correspondiente o en la calle de moda. Claro, pensaba yo, los americanos no tienen nuestras ciudades, viven en urbanizaciones sin bares o edificios significativos, era lógico que construyesen «centros» donde hubiese un poco de todo y poder verse y divertirse en ellos. Me parecía un tanto asfixiante, pero era lo que tenían. ¿Cómo iba a funcionar eso igual aquí?

La ignorancia me empujaba al atrevimiento de opinar sobre el futuro, futuro que hecho presente me ha demostrado que estaba en un tremendo error.

Y ni hacer objeción de conciencia sobre ellos me ha alejado de los centros comerciales. Ayer mismo visité uno para hacer algunas compras. Mientras me desplazaba por las diferentes secciones buscando mi objetivo, hasta tres veces escuché el aviso a la familia «Fernández» para que fueran a recoger a sus tres hijas a la zona de juegos de los niños.

Para mí es muy difícil entender cómo puede ser que tengan que llamarte por la megafonía hasta tres veces antes de ir a buscar a tus retoños. «Una familia muy dejada», pensé, pero no, un cuarto aviso era para los Rodríguez. Al menos habían recogido ya a las Fernández.

En fin, que no me queda más remedio que rectificar, porque uno no sólo va a estos lugares de compras, sino que también frecuenta sus cafeterías y restaurantes, camina por sus pasillos sin rumbo fijo las tardes de los domingos dejando que los niños corran sin peligro aparente a lo largo de ellos. Por no hablar de los cines, que han ido desapareciendo de las ciudades y nos fuerzan a coger el coche para acercarnos a estos centros si queremos ver alguna película. Supongo que será una cuidada estrategia comercial gracias a la cual ganan todos, o al menos ganan más.

Y sepan ustedes que he aprendido la lección, como no puedo dejar de ser ignorante en muchas materias y quiero evitar en lo posible eso del atrevimiento, me he apuntado a esta otra frase: «la ignorancia es la madre de la felicidad» con la que espero que me vaya mucho mejor.

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