martes, 27 de abril de 2010

Palabras

Palabras


El Día del Libro y el arte de descubrir otros matices del idioma


ESPERANZA MEDINA
ESCRITORA Y PROFESORA Sabéis que las palabras me apasionan, aunque muchas veces no sepa manejarlas con soltura. Estoy aprendiendo.

Sabed también que igual que las palabras, me apasionan sus artesanos, que he sentido siempre un íntimo enlace con aquellos lugares que llevaban el nombre de algún literato, como mi colegio de ahora, el Marcos del Torniello.

Una, en su ingenuidad un tanto ridícula, hace un poco suyo al autor, como si caminar entre unas paredes que llevan su nombre contagiara algo de su conocimiento literario. Así sentía yo a don Ramón Menéndez Pidal en la Universidad cada vez que los profesores mencionaban sus estudios, como si nos conociésemos ya, y lo único que conocía yo de él era su nombre, después de haber pasado por el Instituto «femenino» de Avilés. Al menos estudiar sus teorías me resultó menos árido que estudiar las de algunos otros.

Pues bien, volviendo a las palabras, este año, para celebrar el Día del Libro o, más bien, la fiesta de la literatura, las niñas y los niños del Marcos del Torniello han leído y escuchado mucha poesía.

Nada fuera de lo normal, claro está, pero durante esta semana y la pasada en el aulario de los más pequeños caminamos literalmente bajo palabras. Sospecharán quienes me conocen que eso me alegra sobremanera.

Para quienes no se imaginan de qué hablo aclararé cómo ha sido la experiencia: el alumnado entre tres y cinco años debía escoger su palabra favorita y decorarla con su familia, para luego exponerlas colgadas por encima de nuestras cabezas. Pero todas y cada una de esas palabras se sustentan en un poema que les ha gustado. Hemos leído en clase un montón de poemas y cada uno ha escogido el suyo. No hemos necesitado entenderlos, sólo saber que nos producían sensaciones, inexplicables todavía a esta edad.

Las palabras han surgido entonces con otro sentido, con un ritmo que no tienen cuando las pronunciamos a diario, con connotaciones que se quedan en el poema pero que evocamos de nuevo con la palabra.

Que me contradiga quien crea que eso, precisamente eso, no es la poesía: la palabra sobreponiéndose a la palabra.

Nada original, ya lo sé, no lo hemos pretendido. Sólo queremos formar parte del maravilloso camino de la literatura, como una molécula más, insignificante e imprescindible en las grandes corrientes de agua, en el chorro del grifo o en la gota de rocío. Agua, al fin; literatura, al fin; palabras y sensaciones, después de todo.

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