lunes, 9 de mayo de 2011

A por el pan

Pocos olores son tan gratos como el del pan, pocas invenciones tienen tanto poder como la palabra


A por el pan

ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Pocos gestos hay tan cotidianos como salir a por el pan, pocos comestibles que sintamos tan primarios, aunque al final sin pan podríamos vivir, cualquier otro alimento serviría para sustentarnos. Pensemos, por ejemplo, en otras culturas, como los orientales y el arroz, o los italianos y la pasta. Pero el pan, el pan nuestro de cada día, que no nos falte, si hasta cuando se reza se menciona.

No me refiero precisamente a su aspecto simbólico, que lo tiene, y mucho, sino al hecho vulgar y cotidiano de que nos hemos acostumbrado a acompañar la mayoría de las comidas con pan, y no nos sabe igual si no lo tenemos. A pesar de que los horarios de trabajo y nuestra vida ajetreada hace que en ocasiones tengamos que acercarnos a la panadería a ultimísima hora, cuando ya casi no queda donde elegir.

Otras, ir a por el pan nos brinda sorpresas, como encontrar a un amigo en el camino, que todavía queden «croissants» para tomar con el café o que te entreguen la barra en una funda de papel con una cita de Montaigne con la que me siento totalmente de acuerdo y que siempre aplico a lo que escribo: «La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha».

En este caso la cita viene en asturiano, se celebra el día de Les Lletres Asturianes. Me pilla un poco por sorpresa esta nueva versión del envoltorio, aunque enseguida recuerdo que el año pasado por estas fechas había ocurrido exactamente lo mismo. Pienso en lo grato que sería encontrar citas o textos literarios en los envases de otros alimentos.

Pocos olores me resultan tan gratos como el de pan recién hecho (si acaso el de café), pocas invenciones humanas tienen tanto poder como la palabra. La que se dice o la que se calla, la que se recuerda siempre o la que se olvida al segundo de pronunciarla.

La palabras nos pertenecen a todos, las lenguas, que al fin y al cabo son la forma de organizarlas para que nos entendamos, también. Las lenguas no son naturales, son una convención a la que se llega después de mucho tiempo, que evoluciona y que, como el pan, se hace nuestra, completamente nuestra y necesaria.

Claro está que la lengua no es un matrimonio que nos exija monogamia perpetua, es permisiva y, curiosamente, cuantas más lenguas conocemos y hablamos, mejor nos entendemos.

Tenemos una lengua propia, que es cultura, y la cultura es una riqueza compartida, de las que no abundan. Cuidémosla.

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