martes, 3 de marzo de 2009

Autopistas

Autopistas


En este tiempo en el que todo va a alta velocidad lo recomendable es caleyar


ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA Dicen que el Estado del bienestar de un país se mide por cómo son sus carreteras, por la cantidad de autopistas que tiene. Buena parte de nuestra calidad de vida descansa en lo rápido que podemos viajar de un lugar a otro, por eso creamos todo tipo de autopistas, haciendo que el término pase a significar «viaje directo y sin interrupciones».

Viajamos sin escalas a través de las «autopistas de la información», que nos han facilitado tanto la comunicación entre partes muy alejadas del mundo que nos han brindado la posibilidad de acercarnos, sin salir de casa, a conocimientos e incluso entretenimientos que unos pocos años atrás sólo podíamos imaginar. Aunque el término ya no sea el apropiado, la metáfora sigue resultando muy útil.

Durante mucho tiempo otros caminos nos unían sin atascos, las «autopistas de hierro». No siempre eran rápidas, los viajes largos podían hacerse interminables si los trenes paraban en todas las estaciones. Aunque, eso sí, cuanto más largo era el viaje más posibilidades había de conocer gente nueva. Y si a uno le cansaba un poco la conversación, siempre quedaba el recurso de pasear por los vagones. Ahora los trenes de Alta Velocidad van dejando a su paso estaciones fantasma, nombres de antiguos nudos ferroviarios que apenas podemos leer entre la ventanilla y la velocidad.

Estos días se habla de una nueva «autopista del mar» que unirá Gijón con el puerto francés de Nantes. Llevará camiones con mercancías que podrán luego moverse por Francia, pero también turistas. Incluso las aves siguen «autopistas de viento» en sus vuelos migratorios, ¿cómo no íbamos a usarlas nosotros para cruzar mares y continentes?

El sentido del viaje ya no es disfrutar del camino, sino llegar, cada vez con menos paradas y menos contacto con el entorno. Yo misma quiero terminar un viaje antes incluso de empezarlo, agradezco que los kilómetros se deslicen rápidos y el destino aparezca pronto. He perdido la vieja costumbre de pararme en cualquier pueblo a estirar las piernas, de sorprenderme con un paisaje o un ambiente que no estaba previsto en el itinerario. Ahora para descansar en un viaje largo están las áreas de servicio, nada que ver con los restos de un castillo al fondo de aquel pueblo pequeño que apenas aparece en el mapa, pero muy útiles para no perder tiempo.

Y aun así, podemos tenerlo todo, porque, aunque sea el fin de semana, vivimos en un paraíso donde para salir a caleyar no es imprescindible desplazarse por autopistas.

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