martes, 26 de mayo de 2009

"Naturaleza muerta"

«Naturaleza muerta»


El tiempo hace que muchas cosas cambien y pone cada palabra en su lugar



ESPERANZA MEDINA PROFESORA Y POETA En febrero de 1978 el Ayuntamiento de Avilés me concedió un diploma por el Concurso literario del «Día del árbol». No es que recuerde las fechas con facilidad, es que guardo el diploma como un tesoro: fue la primera vez que intuí que lo que yo escribía podía resultarle interesante a algún desconocido. En este caso lo firmaban el Alcalde y el delegado de Parques y Jardines. No sé si fueron ellos personalmente quienes hicieron la selección; en cualquier caso, con buen criterio.

Tampoco recuerdo muy bien lo que decía mi texto (guardé el diploma, pero no el motivo de haberlo conseguido, la inmadurez de la infancia es lo que tiene). Lo que sí recuerdo es que no hablaba de un árbol, sino de un poste de la luz. «Naturaleza muerta», creo que lo titulé.

En aquella época a mí me gustaba escribir la palabra «muerte», era como un reto estúpido del que se siente seguro de estar siempre vivo. El tiempo hace que muchas cosas cambien y pone cada palabra en su lugar.

Entonces los postes de la luz eran troncos de árboles, los actuales no se parecen en nada a aquellos que en mi infancia me daban tanta pena, porque ya no eran árboles con hojas y ramas. Ahora, cuando veo uno de madera, se me alegra el corazón como si el tiempo me hiciera un guiño para tranquilizarme, para hacerme creer que su camino no es tan implacable como parece y que hay cosas que aún pueden ser como entonces: cargadas de futuro.

Es curioso lo que echamos de menos al paso de los años. Quizás a no mucho tardar haya alguna generación que mire con nostalgia la foto de una torre de alta tensión cruzando por las ciudades, entre las casas, atravesando los prados y perdiéndose en el horizonte con un mensaje peligroso, aunque útil.

Porque estoy segura de que habrá un día en el que las líneas del tendido eléctrico viajarán bajo tierra a través de sabe Dios qué tipo de fibra o material. Puede que entonces debamos dejar a modo de escultura aquella de mi adolescencia en La Espina de Llaranes. Sí, la que todavía convive en la calle La Toba con el parque, los niños y esa parte del vecindario que rumorea que donde están esas torres enferma más gente de cáncer. Rumores sin fundamento, supongo.

Sea como sea, siempre me han producido un profundo respeto esas torres con su cartel de «peligro de muerte».

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