lunes, 6 de julio de 2009

De recuerdos y deseos

De recuerdos y deseos


Hay estampas de la ciudad que, por suerte, han pasado al olvido con el tiempo


ESPERANZA MEDINA ESCRITORA Los deseos y los recuerdos se hilvanan a veces con una fina lana transparente que los confunde. Recuerdo cómo deseaba hace veinte años no morirme sin ver la ría limpia y el teatro Palacio Valdés reconstruido (que nadie piense que me estoy poniendo melodramática con lo de no morirme, simplemente intentaba dar un plazo largo para que se cumplieran mis deseos).

Y es que también recuerdo cómo por aquella época más o menos desaparecían casas antiguas y en su lugar quedaban los solares o (no sé si en el mejor o en el peor de los casos) edificios modernos y en ocasiones un poco más altos que el original. También recuerdo galerías de madera a dos fachadas (gemelas de otras arregladas recientemente) que me hacían soñar con tardes tranquilas de sol tras aquellos cristales. Deseo difícil de cumplir, porque no conocía al inquilino que las habitaba, pero con el tiempo truncado definitivamente cuando la madera se cambió por el aséptico, poco estético, aunque aislante PVC.

El tiempo, que en ocasiones es un enemigo, en estos veinte años se fue haciendo un aliado, y poco a poco fue lavando la cara de una ciudad que, como Cenicienta, ocultaba su belleza bajo la suciedad descuidada del día a día. No sólo los edificios o la ría van recuperando su esplendor con promesas de arte y cultura que nos hacen ir más allá de lo puramente externo; sino también las avenidas y plazas, que se hacen peatonales y agradables para caminar. Porque recuerdo cuando se temía que peatonalizar las calles (La Cámara, en concreto) trajese la ruina de los comerciantes, qué lejos estábamos de comprender que no se compra más cuando se va en coche, sino cuando pasamos por delante de los escaparates en un despreocupado paseo.

Nos sorprendemos ahora al comprobar que algún ciudadano descuidado deja las bolsas con la basura fuera de los contenedores y un perro, de un dueño más descuidado aún la revuelve esparciéndola. Ahora es chocante, pero recuerdo cuando era así cada día.

Por suerte, mis hijas ya no recordarán ninguna de esas cosas y, por suerte también, yo no necesito seguir deseando, porque sin prisa pero sin pausa la realidad va superando, en este caso, al deseo.

Y que siga así, y que yo lo vea, y que ustedes me acompañen.

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