martes, 8 de julio de 2008

Lectura de verano

Lectura de verano



ESPERANZA MEDINA Llegan las vacaciones, quien más y quien menos ha guardado algún libro para leer esos días en los que aparentemente uno no tiene nada que hacer (luego se van en un suspiro y la sensación que nos queda es de cansancio y de no haber hecho ni la mitad de lo que habíamos planeado, paradojas de las vacaciones).

Y cargamos la maleta de objetos que no vamos a usar pero que nos parecen imprescindibles; a veces alguno de esos objetos que va y viene en un viaje sin sentido es un libro, el libro que estábamos deseando leer y que vuelve para mejor ocasión, quizás en Navidad, o el próximo verano.

Para algún observador excesivamente crítico puede parecer como si leer nos supusiese un esfuerzo imposible de soportar los días laborables: de las revistas, miramos los «santos» (como decía mi abuela); del periódico los titulares y no siempre todos, a veces sólo los que tienen las letras más grandes; de los libros, la solapa y los dejamos para el verano (momento que, para la mayoría de ellos, nunca llega).

Sin embargo, debemos contradecir a ese observador ya que, curiosamente, desde que aprendemos a leer, lo leemos absolutamente todo: los más nimios detalles del paquete de detergente mientras permanecemos en el baño, la letra más pequeña de las cajas de galletas (incluso, a veces, en portugués) mientras desayunamos; el letrero con los mismos horarios de siempre cuando esperamos el tren; los nombres de los compañeros de promoción en la orla de la pared de la consulta del dentista.

De alguna manera, estamos predestinados a la lectura, como un acto involuntario al que no podemos sustraernos. Y, sin embargo, nos falta algo que nos empuje al libro cada día, a ese pequeño confidente que nos susurra, en voz tan baja que nadie más oye, historias, sensaciones y paisajes que de otra manera no nos llegarían.

Es cierto que no hay tiempo, leer es un acto solitario que nos aísla de la familia, las interrupciones nunca son bienvenidas: si el libro es interesante, nos fastidia tener que dejarlo un momento; si es uno de esos que nos hemos propuesto leer a pesar de todo, que nos interrumpan supone perder el hilo y tener que retomarlo más atrás, con más desgana porque nos urge terminarlo (yo soy de las que siempre otorgan el beneficio de la duda, hasta el final, por si mejora). La televisión, por el contrario, podemos verla juntos, y hasta hacer comentarios en los momentos de anuncios, creo.

Se dice constantemente que si los adultos leyeran más libros, los niños también lo harían. Es posible que no sea tan sencillo solucionar el problema de motivación que se les plantea a los maestros a la hora de proponer lecturas a sus alumnos; no obstante, que los adultos lean más es, en cualquier caso, enriquecedor para los adultos. La literatura es un bien común que deberíamos disfrutar todos, como lo hacemos de la playa, o de la arquitectura, o la escultura de nuestra ciudad. Quizá poniendo microrrelatos en los paquetes de detergente, poemas en las cajas de galletas, en las paradas del tren, libros de relatos en las consultas del dentista y organizando ¿por qué no? algún recorrido a paso ligero dentro de las tablas de gimnasia para adultos de los polideportivos hasta la Biblioteca Municipal, volviendo con un poco más de peso en la mano, una marcha tranquila y respirando profundamente, por ejemplo. Ya se sabe que hay que cuidar a la vez mente y cuerpo.

Por cierto: ¿qué libro nos toca para este verano?

No hay comentarios:

Publicar un comentario