martes, 19 de febrero de 2008

Café solo... para ella

Café solo... para ella

ESPERANZA MEDINA
No es la primera vez que me pasa, en realidad no es algo importante o significativo, ni siquiera ocurre siempre, pero me hace pensar. Me refiero al hecho de que me sirvan un café con leche cuando yo pido uno solo y mi acompañante es masculino y es él quien lo quiere con leche; o de que si lo que pedimos es un vino y un café éste último me lo coloquen a mí. Ni siquiera mencionaré lo que ocurre cuando una de las consumiciones es un infusión (parece como si los hombres no las tomasen nunca).

Y no voy a decir que eso es machismo, no lo es. Y no voy a comentar que ocurre siempre que los camareros son hombres, porque tampoco es así. Supongo que tiene que ver con esos prejuicios inconscientes que no nos podemos quitar de encima, con los roles que aplicamos hasta en los más mínimos detalles. Un buen camarero o camarera recuerda quién le pidió cada cosa, una persona más despistada pone la bebida supuestamente más fuerte al hombre, eso es todo. ¿O no?

Entonces me viene a la cabeza la recientemente pasada época de Reyes y el comentario en el autobús de dos madres sobre lo que pedían sus niños pequeños. Voy a evitar relatar la lista de regalos de moda que aparecen en los catálogos de publicidad y mencionaré sólo que uno de ellos, de 3 años, quería un cochecito de bebé, pero, claro, a su padre no le hacía ninguna gracia que el niño pasease por la calle con el cochecito el día de Reyes, ése era un regalo de niñas. El otro no había tenido ese problema el año pasado cuando había pedido una cocinita ya que hay cocineros-hombres muy famosos (televisivos algunos) y, en todo caso, la cocinita se queda dentro de casa. Me hizo gracia en su momento pensar que posiblemente ese padre que prefería que su niño pidiese un coche de carreras a un cochecito de muñecas seguramente habría paseado un montón de veces en la sillita a su propio hijo, porque estoy segura de que no era un mal padre, ni un machista incapaz de entender que la mujer es simplemente una persona con los mismos derechos que los hombres. Sencillamente, seguimos las normas, vemos natural simplemente lo frecuente. Deberíamos hacer frecuente entonces lo natural, hay pocas cosas que nos diferencien a hombres y mujeres, y las que hay no deben estar acompañadas de prejuicios.

He tenido suerte, nunca me he sentido especialmente discriminada por ser mujer, ni en mi trabajo ni en mis relaciones sociales, pero por desgracia no a todo el mundo le ocurre así. Y, aunque vamos mejorando en este sentido, debemos cuidar todos los detalles, educar nuestro cerebro, que a veces nos traiciona y se acomoda en los estereotipos de nuestros abuelos.

Mientras tanto, y aprovechando que empieza a hacer buen tiempo, tomaremos sidra, que parece una bebida mucho más igualitaria: una persona, un culín.

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