miércoles, 26 de noviembre de 2008

¿Ya llega la Navidad?

¿Ya llega la Navidad?



Se aproximan las fechas festivas, cada vez más adelantadas y cargadas de gastos



ESPERANZA MEDINA POETA A un mes de la Navidad llevo gastados ciento trece euros en participaciones de lotería (así, escrito en letra, parece menos). Por supuesto, no juego todo eso, siempre se incluye en el precio una pequeña parte para ayudar a sufragar algún viaje de estudios o la economía de asociaciones de todo tipo (ya sé que alguien me dirá que esa cantidad es ridícula comparada con lo que él o ella ha invertido este año en el mismo concepto, pero qué le voy a hacer, a mí, egoísta siempre, me duele lo mío).

Se dice que en momentos de crisis se incrementa el juego, con la esperanza de que la suerte nos brinde lo que nos va quitando el día a día. Algo tiene que tener de bueno; al menos la crisis disminuirá un poco para todos aquellos que trabajan en este sector.

Ciento trece euros. Para una agnóstica de los juegos de azar ésta es una cantidad excesiva, muy por encima de lo que yo me hubiese planteado nunca a la hora de gastar el dinero. Pero llega la Navidad y con ella (en contradicción aparentemente con su supuesto espíritu) la época de los excesos.

Excesos de consumo que todos sabemos y lamentamos cada año como una letanía obligada en la que volvemos a incurrir, sin ningún tipo de pudor, también cada año: cenas de amigos, de compañeros de trabajo, de colegas de deporte, y un largo etcétera. Tan largo que hay ocasiones en que tenemos ocupados los viernes y sábados de varias semanas antes de Nochebuena (siempre me pregunto si no habría sido mejor ir esparciéndolas a lo largo de los doce meses, mejor para nuestra economía, para nuestra vida social e incluso para nuestro estómago).

Y luego están los regalos, concentrados en las mismas fechas, abrumándonos y agobiándonos cuando no sabemos qué regalar pero estamos seguros de que recibiremos algo. Eso sí que lo repartiría yo con agrado a lo largo de todo el año, sin el «yo te doy y tú me das» en el que a veces quién regala no lo hace pensando en qué le gustará al otro, sino en salir del paso y no quedar mal. Con lo agradable que es el «toma, he visto esto y me he acordado de ti». No importa que sea diciembre, marzo o julio, sólo la cara de sorpresa y el «gracias» sincero del otro.

Aunque por encima de todo, lo que más me ofende es el exceso de deseos de paz, amor o felicidad que se prodiga esos días. ¿Acaso no merecemos felicidad amor y paz el resto del año? ¿O tenemos que vivir once meses de los intereses que nos proporcionen los buenos deseos acumulados en diciembre? ¿Y qué ocurre si uno no es feliz, ni se siente en paz ni querido esos días? Que debe esconderse como un apestado, ocultando que cenará sin familia en Nochebuena o que no saldrá con traje de fiesta a celebrar la llegada de un año más.

En fin, que muy a mi pesar ya llega esa Navidad excesiva y engañosa. Eso sí, con unos estupendos días de vacaciones y ciento trece euros menos en el bolsillo.

Aunque ya sé que con esos ciento trece euros estoy comprando, si no un talismán contra la crisis, sí al menos salud, espero que la suficiente como para llegar a la Navidad siguiente.

¡Y a todos, feliz noviembre!

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