martes, 19 de agosto de 2008

Historia de dos ciudades

Historia de dos ciudades



ESPERANZA MEDINA Las vacaciones son un buen momento para viajar, para conocer otras realidades e incluso para compararlas con lo que conocemos (aunque se diga siempre que las comparaciones son odiosas).

A mí, que me gusta la playa como a la que más, el sol me cansa. Será la falta de costumbre, pero tengo la sensación de que me derrite el cerebro y me dificulta el pensamiento. Por eso, aunque el mar es mi pasión (por eso y porque lo tengo cerca todo el año), busco destinos en los que se puedan hacer otro tipo de recorridos, diferentes al camino del hotel a la playa, algo más cargados de contenido cultural.

Y si además de aprender algo puedo visitar a alguna amistad lejana, mejor que mejor. Así es que este año me he venido a Portugal. Un país tan cercano y tan desconocido. Ésta es otra de nuestras asignaturas pendientes (de la mayoría de los españoles): conocer y valorar un país al que estamos totalmente ligados. Formamos parte de una misma tierra y nos define un pasado parecido, incluso en ocasiones común. Estamos «tan cerca y tan lejos». Tan cargados de prejuicios a veces que nos cuesta cruzar la frontera. Quienes lo han hecho saben lo acogedora que puede ser esta tierra.

Y si a alguien le frena el idioma, que no se preocupe, con un pequeño esfuerzo por entender de nuestra parte y otro que ellos hacen por hacerse comprender, todo queda solucionado, en un alarde de buena voluntad mutua.

Dicho esto, no queda más que disfrutar del descanso y de lo novedoso que nos rodea.

Es casi mediodía y suena una campanilla: el tren turístico. La ciudad en la que estoy no tiene mucho que enseñar, la ribera de un río por la que viaja un tren sobre el asfalto llevando visitantes. Y, eso sí, unas calles empinadas y empedradas que podrían ser un auténtico placer a la vista (nunca a los pies) del paseante si sus edificios convivieran más con la pintura y algún que otro retoque.

Es una ciudad de añoranza, de emigrantes que vuelven a casa en vacaciones, quizá por eso está tan orgullosa de lo poco que tiene y lo enseña, y espera que el visitante se maraville y vuelva a su rutina satisfecho de haberlo conocido.

Es una ciudad pequeña, agradable, un poco descuidada, pero muy tranquila. En realidad es una villa, y me recuerda a otra villa, agradable también, tranquila y que poco a poco va estando más cuidada. Pero mi otra villa tiene realmente mucho que mostrar. Tal vez algún día pierda la timidez y se decida a hacerlo, o tal vez sea necesario que, pasado el tiempo, regresen en vacaciones todos los jóvenes que desde hace más de una década han tenido que irse a trabajar fuera, ya adultos, con sus nuevas familias. Quizá la nostalgia nos devuelva el orgullo de lo que somos. El orgullo de lo que somos y el placer de compartirlo con los demás, con todos nuestros visitantes.

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